Hernández, de 40 años, quiso hacer algo distinto. En complicidad con su esposa compró 50 juguetes, los envolvió y en su más reciente visita a la ciudad colonial recorrió las empedradas calles para buscar niños y conquistar una sonrisa a cambio de un regalo.
“No imaginé la satisfacción que tendríamos con mi familia al ver la reacción de los niños que, aunque incrédulos, recibían el obsequio”, explica Hernández.
Durante cuatro horas, esta bondadosa familia caminó para localizar a los menores; la mayoría de ellos, indígenas.
Una de las historias que conmovieron al voluntario protagonista de esta acción de bondad fue la de un niño de 8 años que jamás había recibido un carrito de juguete.
“Mi papá lo único que me regaló fueron Q100, con los que compré las golosinas que ahora vendo. Este es mi negocio y con él ayudo a mi familia”, fueron las palabras del menor.
Hernández aprendió una lección que comparte con los demás: “Todos podemos hacer algo sin esperar tener algo a cambio. La vida de alguien puede cambiar en un instante”.