A los 9 años huyó de El Salvador por la violencia. Cuando tenía 10 lo arrolló un autobús y quedó con una pierna herida. Además, los médicos le dañaron el tendón de la otra pierna.
A los 18 años, su papá lo echó de la casa, “porque ya tenía edad para ganarse la vida”. Desde entonces, las calles son su refugio y los quetzales que consigue su forma de sobrevivir.
Javier Alejandro Díaz Carrillo tiene 18 años y se topa a diario con Archila. Rompió perjuicios y conversó con él. Así fue como se conmovió con su historia de vida.
Un día distinto
Díaz Carrillo tuvo la idea de hacer algo por él, así que junto a su mamá, reunieron ropa, pagaron un hotel y prepararon un almuerzo sorpresa en el restaurante Nais.
Para Archila, este fue el mejor día de su vida.
“Aprendí que no es necesario tener dinero para ser feliz ya que la felicidad se compone de pequeños momentos”, dice Díaz Carrillo.
“Él fue feliz. Yo fui feliz. Un acto de bondad nos hace mejores personas”, concluye.