El fenómeno ha golpeado especialmente a una zona vulnerable a las sequías, que le ha valido el sobrenombre de corredor seco.
Samuel de Jesús no se ha separado de la cama de su hija Narcisa en los últimos 20 días. La pequeña, de apenas 2 años, se recupera de a poco de una desnutrición aguda en una clínica de San Juan Ermita, Chiquimula.
Samuel es un agricultor que lleva cuatro meses sin conseguir trabajo, lo cual hace muy difícil que pueda llevar alimentos a su esposa y tres hijos.
La sequía en el área se ha extendido desde el 2012 y ha causado que más de un millón de personas requieran asistencia alimentaria en esta época del año por parte del gobierno.
Desempleo
Expertos le han llamado “hambre estacional” a la situación que se vive en la zona entre junio y septiembre, cuando los campesinos enfrentan mayor desempleo al acabarse las cosechas de maíz y frijol, y el corte de café de la zona, una de las pocas fuentes de trabajo.
Jovita Vásquez dice que necesita un quintal de maíz por semana para alimentar a sus 11 hijos, con quienes vive en una pequeña propiedad, sin servicios básicos, acceso a agua entubada ni energía eléctrica, en lo alto de las montañas de Camotán.
“El año pasado sembramos la milpa, pero no llovió y lo perdimos todo. Aquí no hay trabajo y mi esposo tiene que rebuscarse para ver cómo le damos tortillas a los niños”, dijo Vásquez.
Desde una gastada silla de ruedas, Miguel Ángel Roque, de 8 años, observa cómo juegan sus hermanos.
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“Cuando enfermó de desnutrición, tuve que vender mi casa para pagar su tratamiento. Ahora no tengo trabajo y no puedo pagar las medicinas que necesita”, dijo Mario Roque, padre de Miguel Ángel.
Ríos se secan
El río Jupilingo es una de las principales fuentes de agua de la zona, pero su caudal ha disminuido considerablemente y las montañas que lo rodean están casi deforestadas en su totalidad.
Desde la casa de María Rita Vásquez se observa el río. Todos los días toma la empinada vereda, de unos 400 metros, para abastecerse de agua, aunque con esfuerzo apenas logra cargar unos 11 litros a la vez.
A unos kilómetros de allí, en la comunidad de Shalagua, un grupo de mujeres espera pacientemente para llenar recipientes de plástico, en el único punto donde cae algo del líquido, un grifo que se abastece de una fuente de agua montaña arriba.
“Caminamos todos los días tres horas para recolectar agua; después salimos a buscar algo de leña”, dijo Elda Pérez Recinos.
Enario Martínez, un agricultor de la zona, lleva muy bien la cuenta, e indica que ya son cuatro años que no ha podido cosechar nada de maíz y frijol.
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“A principios de año conseguí algunos jornales, pero pagaron poco, entre Q25 y Q40 diarios. Yo necesito un quintal de maíz cada semana que cuesta unos Q150. Hay momentos en que no puedo comprarlo y mis hijos lloran de hambre”, dijo consternado.
La Secretaría de Seguridad Alimentaria de Guatemala informó en mayo último que en conjunto con el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas atenderían a unas 21 mil familias con transferencias de dinero a cambio de trabajos comunitarios hasta septiembre, como una manera de enfrentar la falta de empleo.https://twitter.com/oscargarcia_pl/status/706934416191438849