Francisca*, su esposo Leandro* y su hija de 10 años caminaban ahora hacia el lado sur, un sentido opuesto al norte infranqueable que habían buscado sin pausa desde que comenzaron en febrero su marcha hacia Estados Unidos.
BBC NEWS MUNDO
Crisis migratoria: la “bomba de tiempo” en Ciudad Juárez por los migrantes que Estados Unidos regresa a México a esperar por sus casos de asilo
Cinco días después estaban de vuelta. Allí, sobre mismo el puente, el mismo sitio donde poco antes creyeron que el espantoso viaje había terminado.
Leandro asegura que Estados Unidos le quitó a su hijo mayor y a la menor se la intentaron comprar en México.
Atrás quedaba El Paso con sus edificios largos, sus moles de concreto y luces, incrustado entre las montañas pardas, en la pátina arenosa del desierto.
Pero no era el regreso a Ciudad Juárez lo que más les atormentaba.
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A sus espaldas, del otro lado del puente, no solo dejaban pospuesta la posibilidad de un sueño, la esperanza de otro futuro, el escape posible de las pandillas y la violencia que los hicieron huir de Santa Ana, en el occidente de El Salvador.
“Me quitaron a mi niño. Yo venía destrozada. No decía nada pero… me quitaron a mi bebé”, cuenta Francisca, piel canela, caderas anchas y abultadas, voz tímida.
“Imagínate, nunca nos habíamos separado y ahí en Estados Unidos me lo quitaron”.
Poco antes de que ellos fueran devueltos a México, Manuel*, que cumplió 18 años en mayo pasado, fue apartado de sus padres.
“Me dijeron que como ya tenía esa edad, no podía estar con nosotros como familia. No nos explicaron qué pasaría con él, solo se lo llevaron. Me llevaron a mi niño“.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) considera en sus estatutos que una “unidad familiar” de migrantes está formada únicamente por padres, tutores legales y menores de 18 años, aunque la mayoría de edad en muchos estados de la unión es 21.
Manuel fue enviado —al menos eso creen sus padres con más dudas que certezas— a algún centro de detención, ¿en algún lugar?, ¿en alguna ciudad?, ¿en algún estado distante?
“No nos dijeron a dónde lo llevaban, qué le iban a hacer. No hemos vuelto a hablar con él y van dos meses casi. Yo solo quisiera saber cómo está, si está comiendo, si se siente bien. Yo solo espero que esté bien, donde quiera que esté”.
Cuando los llevaron de regreso, Leandro, Francisca y su hija menor atravesaron otra vez el pórtico de dos bocas al final del puente, una de las entradas más concurridas a uno de los lugares más peligrosos de México, a uno de los más violentos de la Tierra.
Crecida entre las dunas y los ocotillos, Ciudad Juárez parece existir solo por esos puentes que se alargan sobre el Bravo.
Son lo único que cruzan las alambradas de púas y las astas uniformes de acero, que, abajo, al lado del río, forman una barrera casi infranqueable entre un lado y otro.
Son una especie de venas largas y abiertas que bombean imparable el flujo vital de ida y vuelta de la ciudad, su cordón umbilical con Estados Unidos, otro mundo cercano y distante.
Para las más de 30.000 migrantes que han llegado este año hasta aquí, cruzarlos significaba muchas veces el fin de un largo viaje, la meta de una huida obligada, la persecución de un sueño o el escape de una pesadilla.
Pero desde hace meses, Ciudad Juárez se ha vuelto también una suerte de “pueblo embrujado” del que no hay posible escape: a los que llegan les cuesta salir y los que logran salir son regresados…
Leandro, Francisca y su hija tendrán que esperar aquí hasta octubre próximo, cuando una corte de Estados Unidos escuchará su caso de asilo.
“Mi hijo está preso. No sé en qué condiciones está. Y es triste, pero por lo menos sé que está en un lugar donde no lo van a robar, que no corre el peligro que mi niña, que nosotros, aquí, en Juárez”, dice Leandro.
Bajo la política Migrants Protection Protocol del gobierno de Donald Trump, conocida popularmente como Remain in Mexico, cientos de migrantes son retornados cada día atres ciudades fronterizas de México para esperar a que se resuelvan sus casos de asilo en el otro lado.
Es un proceso que puede tardar pocas semanas o más de un año y, hasta este mes, Juárez ha recibido el mayor número de personas de vuelta: unos 8.000.
Analistas del Migration Policy Institute (MPI) —un think tank con sede en Washington— explican a BBC Mundo que no existe un criterio claro de por qué unos son devueltos a México y a otros los dejan en campamentos en EE.UU., aunque muchos temen que las condiciones en el lado mexicano sean peores que las que se han denunciado últimamente del lado de EE.UU.
De acuerdo con las bases de la política, negociadas entre la Casa Blanca y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, México se compromete a ofrecer a los migrantes “todas las protecciones humanitarias apropiadas por la duración de su estancia“.
“Lo que está pasando es que muchos son devueltos a ciudades que están entre las más peligrosas de México, el gobierno federal mexicano no está aportando ayudas a los comunidades locales para lidiar con este problema y los migrantes terminan expuestos a peligros y condiciones bien extremos”, afirma Ariel Ruiz, experto del MPI.
Organizaciones civiles aseguran que la política viola el debido proceso de los migrantes y los exponen a situaciones similares —o peores—a las que algunos vienen huyendo.
Diana Rodríguez, de la ONG Derechos Humanos Integrales en Acción, comenta a BBC Mundo que ha conllevado también a que la situación de los migrantes en Juárez se vuelva cada vez más delicada y muchos sean víctimas de extorsiones, abusos o secuestros.
“Cada vez son más difíciles las condiciones en las que están viviendo aquí. Es un tema que se nos ha ido de las manos y que, como están las cosas, solo puede empeorar”, afirma.
Otras 4.000 personas siguen en una lista de espera para presentar su solicitud asilo en Estados Unidos, aunque en los últimos meses, la cifra de migrantes que arriban a Juárez ha caído notablemente.
Pero las estadísticas de la ciudad muestran que el número de los retornados a diario duplica ahora el promedio de los que llegaban en los peores días de la crisis migratoria.
Si en marzo y abril uno promedio de unos 100 migrantes se apuntaban cada día en la lista que les permitiría pasar ante la CBP, ahora unos 200 son regresados cada jornada de EE.UU. y expertos temen que el número aumente a unos 500 en las próximas semanas.
Así, en un lapso de tres meses, los que llegan, los que aguardan y los que EE.UU. regresa, han aumentado en más de un 1% la población de la ciudad, de 1,3 millones de habitantes.
“Es una situación que puede crear un problema demográfico y es algo para lo que no estábamos preparados”, asegura Enrique Valenzuela, director del Consejo Estatal de Población y Atención a Migrantes (Coespo).
“Esto implica que tendremos que intentar crear oportunidades de vivienda, trabajo, salud, educación… para este numeroso grupo de personas que no sabemos por cuánto tiempo pueden estar esperando aquí”, agrega a BBC Mundo.
Leandro cuenta que ese día sintió el mayor temor de su vida. Dice que fue como un escalofrío, un rayo helado que le estremeció todo el cuerpo.
Fue un par semanas después de que los retornaran a México.
Estaba en la calle con su esposa y su hija. Andaban de un lado a otro buscando algún trabajo, algo que hacer, una tarea que les diera un poco de dinero, de comida, para la noche.
Terminaba junio y una nata hirviente lo cubría todo: el bochorno sin misericordia del verano del desierto.
“Entramos a comprar agua en un barrio cerca de la frontera, porque ya estábamos muy cansados por el calor. Allí se nos acercó un sujeto. Nos preguntó que qué hacíamos allí”.
-Pues mire, estamos buscando trabajo, algo que podamos hacer- le respondió, según su testimonio.
-¿Y para qué busca trabajo? -volvió a preguntar el hombre- ¿No ve que carga dinero en sus manos?
Francisca recuerda que de momento no entendió, pero sintió algo raro, como un sudor repentino en la nuca, un temblor que le remeció algo muy adentro.
-Tienes dinero en tus manos- repitió el hombre.
Luego lo aclaró todo con un dedo de la mano. Señaló a la niña, de 10 años.
-¿Cuánto quieren por ella?
Leandro no sabe qué le respondió. Cree que le dijo que si estaba loco.
Recuerda que miró desconcertado a Francisca, que apretó muy fuerte la mano de su hija, que se dieron vuelta, apuraron el paso, casi corriendo, tan rápido como le dieron los pies.
Unos metros más adelante, miraron hacia atrás y vieron que el hombre los seguía: hablaba por teléfono y luego otra persona se le unió en un carro.
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Allí, de ese lado de la frontera, ya se acababan las casas y frente a ellos se abría un descampado. No había nadie más y los dos hombres avanzaban hacia ellos.
Fue entonces, dice, cuando decidió cruzar el río.
“O nos lanzamos aquí o me la quitan”, pensó.
Tomaron por un lado medio seco, un vado del río Bravo, y le pidieron ayuda a la patrulla fronteriza de Estados Unidos que hacía su ronda.
“Nos llevaron detenidos de nuevo. Nos metieron a la hielera otra vez. Y a los pocos días, nos volvieron a regresar para Juárez“.
“No nos creyeron y, por segunda vez, nos regresaron aquí”.
Ricardo Realivazquez, secretario de Seguridad Pública de Juárez, cuenta en diálogo con BBC Mundo que la situación en la ciudad se está volviendo poco a poco una “bomba de tiempo”.
“Tenemos con los migrantes muchas situaciones que nos preocupan. Es sin duda una problemática que no podamos disfrazar”, señala.
“Muchos están viviendo en las calles, están durmiendo en los vagones de los trenes, en las paradas de camiones y también se están dando situaciones en las que muchos están siendo víctimas de extorsiones”, agrega.
Según cifras del Coespo, actualmente están funcionando en Juárez 16 albergues, la mayoría atendidos por iglesias locales. Entre todos, solo tienen capacidad para 900 personas.
“También tememos que se puedan convertir en un blanco del crimen organizado. Son personas que necesitan dinero y las pandillas pueden aprovecharse de esas circunstancias”, señala Realivazquez.
Armando Cabada, alcalde de Juárez, comenta que la ciudad no estaba preparada para lidiar con la cantidad de migrantes que han llegado o han sido retornados allí y que han generado, en su criterio, un problema para la comunidad.
“La ciudad ha tenido que disponer recursos extraordinarios que no se tenían ni siquiera el presupuesto para atender sobre todo los migrantes, alrededor de 8 millones de pesos (unos US$ 4,20 millones) del 1 de enero a julio”, comenta a BBC Mundo.
De acuerdo con el político, el arribo masivo de personas conllevó a que las filas se multiplicaran por horas en los cruces fronterizos, lo que afectó a miles de personas, además de generar pérdidas cuantiosas para varias empresas.
Un cálculo de la Southwest Maquiladora Association, una asociación que reúne a las principales empresas de manufactura textil de la región, estimó en US$5.500 millones el impacto negativo al año en el intercambio comercial entre los dos países debido a los problemas en los cruces fronterizos por la llegada de migrantes.
“Esta situación ha generado cierta inestabilidad y también algo de malestar en grupos radicales, que ven a los migrantes como un problema, que en este momento lo son”, afirma Cabada.
Un grupo secreto de Facebook con más de mil participantes se dedica a difundir mensajes de odio contra los migrantes en Juárez, y algunos representantes locales y ciudadanos comunes también también comienzan a mostrarse incómodos con los que llegan.
“El otro día fui al hospital y tuve que protestar ante una enfermera, porque estaban atendiendo a una migrante y a nosotros nos hicieron esperar. Yo creo que primero hay que atender a los nacionales, para después atender a esta gente que viene a gastar nuestros recursos”, le dice a BBC Mundo la política y activista local Vicky Caraveo.
La calle es larga y empinada y escupe polvo y piedras pequeñas cuando pasan los carros.
Allí, en las noches, en muchas cuadras a la redonda, solo hay vacío y silencio.
A veces algunos ruidos quiebran la densa calma, la rompen como cristales frágiles que luego se recomponen: el eco trágico de un disparo, las sirenas desesperadas de la policía o las ambulancias.
En una casa amarilla, casi en la cima de la subida, una sábana raída oculta la ventana que da a un portal imaginario. Estuvo abandonada muchos años, pero ahora, adentro, se escucha una bebé llorar, unas mujeres hablando.
Allí viven ahora Leandro y su familia con otras 15 personas, cuatro de ellas niños.
Tiene solo dos estancias. En el techo, unas manchas oscuras son el testimonio de la última lluvia y, en el suelo, unas grietas anchas y polvorientas parecen el vestigio de un terremoto.
Leandro dice que cuando hay tormenta, llueve más adentro que afuera y que los bichos se cuelan en la noche por las puertas que no cierran bien, pero que al menos tienen un techo.
“Yo vivía bien en El Salvador. Nunca me hubiera querido ir. Yo era chofer de un bus. Estaba bien, tenía trabajo, casa, estabilidad. Pero las maras (pandillas) me querían reclutar al niño y, pues, nos fuimos. Uno hace lo que sea por sus hijos“.
En la habitación minúscula que sirve de sala, cocina, comedor y cuarto para 18 seres humanos, se agolpan algunas de las pertenencias alrededor de las que ahora transcurre allí la vida.
Hay un viejo colchón de muelles y otro inflable, la base de una cama, una alfombra raída, un refrigerador y un televisor viejo que alguien les regaló, una cocina eléctrica desvencijada, una mesa de madera sin pulir, un ventilador, una caja de cartón donde guardan los zapatos…
Han tratado de reacondicionar el baño, que apenas funciona, y compraron un foco —la única luz— en una tienda de la esquina.
“Aquí nos pasamos el día enterito, sin salir, porque nos da miedo que nos traten de quitar a la niña de nuevo”, dice Francisca.
Leandro cuenta que en Estados Unidos, antes de retornarlos, las autoridades les dijeron que en México estarían mejor, que tendrían albergue, comida, que estarían seguros y a salvo hasta el día de su cita en la corte.
“Cuando llegamos a Migración de México nos dimos cuenta que era una gran mentira. Nos dijeron que no había albergue, que estaban saturados. Uno viene sin nada, con las manos vacías y ellos solo te dicen: ahí está la calle, ahí está la puerta, se pueden ir. Te dejan literalmente en la calle“.
De momento dice que solo les queda esperar, tratar de buscar un trabajo que les dé comida hasta ver qué pasa cuando vayan a la corte en octubre.
“Vivimos un futuro incierto, no sabemos qué va a pasar con nosotros. Estados Unidos nos ha separado, mi hijo está preso, nosotros aquí… Pero ahí vamos, pues, luchando, viendo cómo vamos a hacer… con la esperanza de algún día estar todos juntos de nuevo”.
*El nombre de los migrantes en esta historia ha sido cambiado o acortado para proteger su integridad.