CABLE A TIERRA

A propósito de Sepur Zarco

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Hace unas noches, uno de mis hijos tenía que completar una tarea escolar. Estaban abordando el tema de los derechos humanos en su clase. Tenía que escoger uno, preparar un cartel que le serviría para explicar a sus compañeros de qué trataba ese derecho humano, y cuál era la situación en el país al respecto. Hicimos un rápido recorrido por los derechos humanos. Le propuse que hablara de uno que fuera posiblemente menos conocido por sus compañeros: el derecho a tener acceso a la justicia. Este refiere a la potestad o capacidad que tiene toda persona de acudir ante la autoridad judicial competente demandando que se preserve o restablezca una situación que lesiona o desconoce sus derechos (artículo 10 de la Declaración de Derechos Humanos). Para ilustrarlo, le planteé que mostrara en su cartel notas de prensa sobre el caso Sepur Zarco.

No es fácil hablarle a un hijo de un caso así: lo primero fue explicarle que este caso no es “una historia del pasado”, como escuchó por allí, sino que se trata más bien de una situación paradigmática de denegación del derecho al acceso a la justicia en el país, porque tuvieron que pasar más de 30 años para que estas mujeres pudieran llevar a juicio a sus victimarios. Con ese punto claro, se cumplió la tarea escolar. Sin embargo, pudimos hablar también sobre valores humanos: lo que significa tener coraje, valentía y perseverancia, pues para exigir justicia por tantos años, estas damas tuvieron que revivir en público momentos sumamente dolorosos, humillantes, pues esta es una sociedad que todavía considera tabú hablar sobre la sexualidad, y por si eso no fuera poco, encima nos adjudica la responsabilidad de incitar los actos de violencia sexual que un hombre pueda ejercer contra nosotras.

Hablamos también de que la violencia sexual es una de las más perversas formas de ejercicio del poder que puede hacer un ser humano sobre otro; una forma de tortura, en realidad; y que lo que es aberrante es que haya personas que afirmen que un proceder así es “normal”, solo porque se dio en un contexto de guerra. Que no es solo obsceno calificarlo de “daño colateral”, sino es técnicamente incorrecto, pues la evidencia muestra que la violencia sexual contra las mujeres ha sido siempre un arma explícita de guerra, y que su uso más bien se está intensificando como acto intencional, por las secuelas a largo plazo que deja sobre el enemigo.

Aproveché para explicarle a mi hijo que estas situaciones de violencia sexual contra las mujeres, niñas, niños y jóvenes no pasan únicamente en contextos de guerra, sino son también la cotidianeidad de muchos hogares hoy mismo. Que son prácticas ocultas y/o disfrazadas por temor al qué dirán, donde un adulto se cree con derecho a ejercer su “masculinidad” usando a una niña, un niño, un joven o jovencita o una mujer para su placer sexual o para sacar su frustración; que mientras estos temas no se aborden abiertamente, no se podrá revertir el incremento de embarazos en niñas y adolescentes, ni las otras formas de violencia contra las mujeres, pues todas están entrelazadas.

¿Cuántas familias hablan estos temas en casa y hacen ver a sus hijos que el ejercicio de la sexualidad es mucho más que un acto fisiológico? La sexualidad tiene una impronta social, cultural y política también, como nos lo muestran ahora las mujeres de Sepur Zarco. Y si piensa que este es un reto del pasado, que ya no ocurre más, solo piense que detrás de cada embarazo en una niña o una joven de hoy, lo más probable es que detrás de esa pancita conmovedora, hay también una historia de violencia sexual oculta bajo las sábanas.

karin.slowing@gmail.com

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