Se trata de El francotirador paciente, una historia “bronca, seca, muy dura y callejera”, de ritmo trepidante y con buenas dosis de intriga y misterio, en la que también critica esa parte del arte moderno que está pervertida por galeristas sin escrúpulos, trincones, y por los críticos que tienen comprados”.
Desde el principio deja claro el autor que con esta novela no trata de hacer “una apología del grafiti”. Ni lo defiende ni lo ataca, sino que utiliza esa forma de arte callejero como en otras obras suyas utilizó el narcotráfico, la esgrima o la guerra para contar determinadas historias.
“Hay vandalismo a veces en el grafiti y también hay arte, pero yo no entro a juzgar ese mundo”, señala Pérez-Reverte, escritor que describe al grafiti como un “mundos fascinante que tiene una épica negra, retorcida, singular”.
“Tiene sus traidores, sus héroes, sus villanos, sus chivatos, su camaradería. Es un mundo lleno de códigos y de reglas y eso lo hace narrativamente muy interesante”, dice con pasión Pérez-Reverte.
Apenas un año después de aquella intensa historia de amor que contaba en El tango de la guardia vieja, el escritor se adentra ahora en un territorio “ultramoderno” en El francotirador paciente, una novela que no es tan distinta a otras suyas.
“Son mis temas y mis personajes de siempre, mi visión de la vida pero llevado a un mundo moderno, muy urbano, callejero“, comenta el novelista, cuya obra está traducida a más de 40 idiomas.