Quise hacer esta referencia para ilustrar la alta vulnerabilidad de nuestro país, pues una tormenta que al tocar nuestras costas se convirtió en depresión, cuyo ataque duró dos días, dejó—a su paso— más de 80 muertos e incomunicadas a varias comunidades, incluyendo accesos a la capital que están gravemente dañados. También significó que casas —en pleno centro capitalino— desaparecieran, al abrirse un enorme agujero y la muerte —por soterramiento— de guatemaltecos inocentes y productivos. Podemos imaginarnos qué hubiese ocurrido si en lugar de una depresión nos hubiese azotado un huracán o si la depresión hubiese estado —sobre nuestro territorio— una semana difícilmente hubiese quedado infraestructura intacta.
De las debacles naturales, es solo parcialmente responsable la naturaleza; además de las consecuencias, de la depredación constante y abusiva de los recursos naturales, Agatha mostró varias dolencias nacionales, paridas por nuestra democracia. La tormenta deja ver nuestra frágil infraestructura, impregnada de desarrollos viales corruptos, drenajes sin mantenimiento, desfogues de aguas pluviales y negras que se tiran —sin ningún obstáculo— a los barrancos, socavando la tierra en donde se acumulan —sin ninguna planificación urbana— miles de viviendas.
Mientras decenas de puentes relativamente “nuevos” ceden, al primer aguacero prolongado, el puente Los Ídolos —construido en el gobierno de Ubico, a un costo inferior a los Q1 mil 500— permanece incólume y ha visto pasar —de largo— fenómenos naturales más fuertes, como Stan y Mich. ¿Qué será? La respuesta es sencilla. En los años de aquella dictadura —cuyos excesos no se justifican— existía pulcritud en el manejo de la obra pública y esta se desarrollaba —como se debe hacer toda obra de infraestructura— para durar. Poco a poco la voracidad de los políticos que han empobrecido al país ha superado por mucho la de un huracán categoría 5, y no solo las obras resultan honrosísimas, sino además son —en su mayoría— de pésima calidad.
La infraestructura es fundamental para el desarrollo económico y social de los pueblos, se debe buscar la forma de que —a través de la construcción de un auténtico estado de Derecho— los corruptos, responsables de la frágil infraestructura y de la pérdida de vidas humanas que de ella se deriva paguen las consecuencias de sus actos. Más que un estado de Calamidad, Guatemala ha padecido —por décadas— una calamidad de Estado.
Lo más ruin que se notó en el proceso de destrucción y muerte de los últimos días fue el oportunismo politiquero con que surgieron —”muy apenados”— políticos oficiales y de la mal llamada “oposición” todos querían salir en la tele y hablar pero a ninguno le importa Guatemala. Los chapines, frente a esta calamidad de Estado, somos tan vulnerables, como este pequeño colibrí que se refugió en mi ventana el sábado temeroso de la hostilidad del clima; así salen millones de guatemaltecos a afrontar un clima hostil que —con o sin lluvia— pude representar la muerte a manos de criminales —que como los políticos marrulleros— quedarán impunes una nación que desprecia la vida lo ha perdido todo ¡Piénselo!