No está tan mal, ¿eh?Primero, seguridad, bajo la premisa de que “la seguridad lo hace todo posible” (sic), y que esta se puede alcanzar organizando a comunidades para que se hagan cargo de cumplir esta función primaria del Estado. Segundo, buen gobierno, un franco reconocimiento y jalón de orejas a los enormes vacíos y opacidad que, por lo menos en el caso de Guatemala, se tienen en administración de justicia, contratación de obra pública y recolección de impuestos. Y tercero, aumento en los niveles de inversión, fundamentalmente privada —y si no es mucho pedir, ojalá recursos de los mismos centroamericanos—.
Es decir, una vez más se reconoce que no hay recurso público que aguante solito con lo que hay que invertir en infraestructura y tecnología para lograr niveles aceptables de crecimiento económico y emplear a la población de una manera más o menos decente. El vicepresidente Biden trata de ser, digámoslo así, un optimista con fundamento.
Inmediatamente le pone cable a tierra a su mensaje y lo ancla a la experiencia del Plan Colombia, país donde se movilizó una cantidad inmensa de recursos, que a su vez apalancó otros muchos más como base para su más reciente transformación. Pero además —y aquí coincido totalmente con el análisis del vicemandatario—, el ingrediente básico del Plan Colombia fue la voluntad política en el terreno. (Si pudiera subrayaría, ennegrecería y pondría en itálicas estas últimas cinco palabras: voluntad política en el terreno).
Eso creo que ya lo sabemos muy bien, pues los centroamericanos hemos sufrido en carne propia las consecuencias que ocasiona la falta de voluntad y liderazgo. Pero también sabemos que si a la susodicha voluntad política hay que ponerle precio para luego salir a financiarla, entonces sí que estamos fregados. Por eso, con todo respeto, señor Biden, el suscrito ciudadano centroamericano piensa que la pregunta del billón de dólares en Centroamérica no va por allí. No es un bailout lo que nos está haciendo falta.
El déficit de nuestra subregión, o cuando menos de Guatemala, es de liderazgos, instituciones, incapacidad de nuestras élites para administrar el changarro, y de una sociedad civil acobardada y resignada, que ya se olvidó cómo sacar a sombrerazos a servidores públicos y dirigentes que no quieren hacer su trabajo. Si de verdad nos quieren dar una mano, es en eso que hay que trabajar. Por favor, no nos desenfoquemos.