El FMI no quiere participar en el programa actual de ayuda al país porque estima que los objetivos presupuestarios sobre los que se basa son inalcanzables, a no ser que se intensifiquen las reformas previstas o los europeos aprueben una quita de la deuda griega.
Alemania no quiere ni oír hablar de esta segunda posibilidad, en pleno periodo electoral.
Kyriaki Souri, una abogada de 58 años, constata los efectos de la crisis. Ella logró mantener abierto el despacho gracias a las familias que se veían obligadas a reestructurar sus préstamos inmobiliaros.
“Pero la gente está financieramente muy mal y los pocos clientes que cruzan la puerta para un divorcio no tienen dinero y siguen casados”, declara.
Desde el estallido de la crisis, las cotizaciones a la seguridad social, las tasas y los impuestos aumentan cada vez que los expertos de la UE y del FMI examinan las finanzas públicas.
Decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, motor de la economía en el pasado, han tenido que cerrar. El nivel de desempleo ha bajado un poco recientemente pero es del 23%, o sea el más alto de la zona euro.
Todos con deudas
A la subida de las retenciones fiscales hay que añadir la bajada del salario mínimo, la suspensión de las convenciones colectivas y una decena de recortes en las pensiones por jubilación, un cóctel explosivo que “ha deteriorado los ingresos de buena parte de la población activa”, de la clase media, resume Panayotis Petrakis, profesor de economía de la universidad de Atenas.
“Todo el mundo debe dinero a todo el mundo” se ha convertido en un mantra en los periódicos y en las conversaciones de sobremesa.
En el país “la suma total de las deudas supera los €240 mil millones, o sea el 133% del PIB, de los cuales el 45% son préstamos bancarios no reembolsados”, detallaba recientemente el diario liberal Kathimerini.
Hace dos años Marianna K. tuvo que cerrar su tienda de ropa en Pangrati, un barrio de clase media cerca del centro de Atenas, tras haber perdido a su clientela. “La gente no tiene dinero y compra sólo lo necesario”, dice.
En octubre pasado probó suerte con la apertura de un pequeño comercio de ropa y calzado baratos en el barrio acomodado de Kolonaki, en pleno centro.
“Aquí muchas tiendas cerraron en los últimos años, los precios de los alquileres y de los productos eran exorbitantes (…) pero ahora los alquileres bajaron”, explica, aunque cree que “2017 será todavía un año difícil”.
La adaptación de las pequeñas y medianas empresas, resume Petrakis, “es difícil por el impacto acumulado de siete años de crisis”, tras una contracción de 25% del PIB entre 2008 y 2015.
El empresario Christos Tsougaris considera que “la gente ha aprendido a vivir con un piloto automático”.
“La economía encuentra soluciones sui generis como en tiempos de guerra: trabajo en negro, ayuda familiar, dinero oculto en cajas (fuertes) e inyectado progresivamente en la economía”, añade.
Los depósitos bancarios aumentaron progresivamente en 2016, después de la retirada masiva de ahorros coincidiendo con la llegada al poder del primer ministro de la izquierda radical Alexis Tsipras al comienzo de 2015, que provocó un control de capitales todavía vigente.
Pese a la austeridad el PIB progresó ligeramente en 2016, a 0.3%, y se atisba una ligera recuperación en el sector energético, agrícola, logístico e informático.
Pero esto no basta en un contexto marcado por la incertidumbre y “la economía sigue frenada por la vacilación de la banca a la hora de otorgar créditos”, lamenta Tsougaris.