ECONOMÍA
¿Es verdad que todo tiene un precio?
Una pregunta sencilla que divide opiniones. ¿Acaso es posible ponerle una etiqueta de precio al amor, el jugar en el parque con nuestros hijos o simplemente ver por televisión nuestra serie favorita?
Aprenda cómo establecer que en la práctica todo tiene un precio recomienda el experto. (Foto, Prensa Libre: shutterstock).
Cuantas más preguntas hacemos para contestar la premisa inicial, más confundidos nos encontramos.
Considero que la principal razón es debido a que cuantificamos únicamente en función de dinero. Por ello, para encontrar una respuesta a esta interrogante, debemos establecer cuál es la moneda de cambio. Todo intercambio tiene uno, varios o todos de los siguientes recursos: tiempo, talento, dinero.
Bajo esta métrica, se hace más fácil establecer que en la práctica todo tiene un precio, absolutamente todo. Bien, ya tenemos la mitad del misterio resuelto. ¿La mitad? sí, la mitad. La otra mitad radica en cómo el precio incide en mis decisiones financieras.
Para responder a esta segunda parte del misterio debemos hacernos cuatro preguntas:
¿Cuánto cuesta?
Parece obvio, pero muchas veces no sabemos con claridad cuál es el precio de algo. Cuando nos referimos al recurso dinero, la tarea se simplifica, ya que tiene una etiqueta con un precio específico. Desea un auto nuevo, un televisor o la membresía al gimnasio, el precio es una parte clara de la ecuación. Sin embargo, es mucho más difuso cuando los recursos son tiempo y talento. El vivir lejos del lugar de trabajo implica que dedicamos más tiempo en movilización, lo que implica que tendremos menos tiempo para hacer otra actividad, algo que también tiene un precio y que muchas veces desconocemos.
En relación a este tema, de acuerdo con el libro “The wealthy renter” de Alex Avery, un trabajador debería considerar un 30% más de ingresos por cada hora de distancia de movilización a su trabajo. Lo cual también es válido verlo al revés, estar dispuestos a ganar un 30% menos de lo deseado si la ubicación al trabajo es muy cercana. Recuerde, todo tiene un precio si tenemos que usar alguno de nuestros tres recursos, la suma de los mismos nos dan la dimensión completa de lo que realmente cuesta aquello que queremos tener.
¿Es el precio correcto?
Una vez que conocemos el precio que tiene aquello que queremos, la pregunta obligada es si el mismo es apropiado para nosotros. La palabra que he utilizado es “correcto” en lugar de “justo” ya que la primera tiene un análisis individual y la segunda de todas las partes involucradas, es decir, bueno para todas las partes, y ello entra en el campo de lo subjetivo.
Por ejemplo, una agencia de vehículos puede vender un auto deportivo a un precio y la otra parte comprarla aunque no sea acorde a sus posibilidades financieras. La palabra “justicia” en este intercambio comercial resulta muy subjetiva y difícil de apreciar. Bajo la lupa de la determinación del precio con base en lo correcto, el análisis se vuelve objetivo, individual y racional. Induce a la persona a realizar un análisis de conveniencia para una sola de las partes: la propia. Y es el único enfoque apropiado cuando se trata de usar esos tres recursos tan valiosos que tenemos, somos los únicos responsables de establecer si lo que queremos o nos ofrecen tiene el precio correcto. Cuantos más recursos requiera de nosotros, más detallado el análisis y conclusión de lo apropiado o no de la transacción.
¿Estoy dispuesto a pagar ese precio?
Sabemos cuánto cuesta y que es el precio adecuado, ahora toca determinar si estamos dispuestos a pagar ese precio. Veamos una transacción sencilla como comprar un televisor, digamos que cuesta 1,000, creemos que por las características del mismo el precio es adecuado. Ahora la pregunta: ¿estoy dispuesto a pagar ese precio? Para poder contestar esta pregunta será necesario hacernos otras preguntas adicionales: si mi ingreso por hora es de 25 (4,000 al mes dividido 160 horas trabajadas), implica que estaría dispuesto a trabajar 40 horas para poder tener ese televisor en mi casa, ¿vale la pena?, ¿estoy dispuesto a hacerlo?
¿Qué dejamos de hacer?
Otro cuestionamiento a considerar es considerar lo que dejamos de hacer con ese recurso de dinero, que es una perspectiva muy importante. Por ejemplo, esos 1,000 utilizados en el televisor implica que no se podrá ir de vacaciones en familia, se sacrificará tiempo de juego con los hijos mientras se mira el televisor, entre muchas otras. ¿Implica que no debamos comprar un televisor? Puse de ejemplo un televisor, más todo intercambio conlleva algo que dejamos de hacer; tomar un café con un amigo, implica un tiempo que no usaremos con la familia o planificando el emprendimiento que lleva buen tiempo sin concluir. Todas las actividades mencionadas no son buenas ni malas, sino que nos deben animar a no solo pensar en lo que damos, sino en lo que estamos dispuestos a dejar de hacer también. Si luego del análisis consideramos que el balance es positivo, valdrá la pena el esfuerzo realizado por adquirirlo.
Como se habrá dado cuenta, todo intercambio que hacemos es más complejo que sólo sacar la billetera, aceptar la entrevista o dedicarle nuestros conocimientos a una actividad. Debemos ser muy cuidadosos con los recursos que tenemos y recordarnos constantemente la premisa en que se fundamenta la economía: todo recurso es limitado, todo.
Cuando bajamos un poco la velocidad y tomamos un tiempo para pensar si adquirimos algo o no, el sentimiento que debe albergarnos es de alegría y satisfacción. Si por el contrario es tristeza o arrepentimiento, definitivamente no vale la pena, no es un precio adecuado para nosotros.
¿Le gustaría un atajo a todo este filtro de decisiones financieras? La generosidad, el dar a personas en necesidad alguno de tus tres recursos siempre será una decisión acertada que adicional a traerte felicidad, te trazará un horizonte para todo lo que hagas.
*CésarTánchez es autor del libro “Más rápido y más lejos en sus finanzas”
www.CesarTanchez.info