Seguidamente, el texto del viaje hecho por el Presidente de la República, titulado: “1935 . Viaje al Occidente de la República”.
En la Ciudad de Quezaltenango
El Presidente de la República entró a Quezaltenango por La Ciénaga, que hasta finales del siglo pasado fuera sitio insalubre, ocupado por lodazales, y que dio origen a La Calzada, que es hoy uno de los ornamentos urbanos de la ciudad. Desde las lindes de la población, la masa popular se apelotonaba para dar la bienvenida al gobernante, de cuyo arribo se dieron cuenta los vecinos pocas horas antes.
Cruzó el presidente la parte de población que dista del mediodía de la ciudad al palacio municipal y descendió de su carro para subir las escaleras del edificio, e iniciar sus trabajos de audiencia. Oyó en primer lugar a la Municipalidad, presidida por el doctor Pérez Anleu, reelegido en su cargo de alcalde. La concurrencia de vecinos era numerosa y ante aquella asamblea, el alcalde desdobló el período de peticiones que el alto funcionario oía con singular atención. El alcalde habla con frase desenvuelta, bajo la mirada disciplinaria de los vecinos asistentes. Y cuando se ha pasado el tramo de peticiones menores, se llega a la parte áspera, a la parte que debe ser el nervio de las peticiones.
-Pedimos ayuda señor, para la reparación del Ferrocarril de Los Altos. El gasto presupuesto es de sesenta mil quetzales.
El general Ubico hace un gesto muy significativo en él, e indica que según los informes que tiene de la Secretaría, no es esa la suma que se necesita; pasa del centenar de miles de quetzales, y de dos centenares, también. El Estado no tiene de dónde sacar esos dineros, que se enterrarían en una obra que no responde a los sacrificios consumados.
-El asunto del Ferrocarril de Los Altos, por lo que hace a su reparación —dijo el general Ubico— lo tomo desde dos puntos de vista: por lo que hace al gasto que suponen las reparaciones y sustituciones, y por lo que hace a la seguridad de los viajeros. ¿Tienen ustedes entradas suficientes para hacer frente a los gastos, aun cuando sean de sesenta mil quetzales, como afirman?
-No, señor —dice tímidamente el alcalde—.
-¿Entonces? Y por lo que hace a la seguridad de los viajeros, ¿se hace cargo la Municipalidad de las responsabilidades, con alcances legales? ¿Puede la Municipalidad responder de las consecuencias de un seguro accidente?
El alcalde guardó silencio. Cuando se habla de responsabilidades y de responsabilidades efectivas, se piensa dos veces la respuesta. El presidente agregó: Si se me resolvieran esas dos cuestiones, es decir, la parte de dónde salgan los fondos para la reparación del ferrocarril y la máxima seguridad para los pasajeros, no tendríamos más que hablar. Era cosa de poner manos a la obra. Mientras tanto, sigo creyendo que el ferrocarril no da las seguridades necesarias y me apoyo en los informes de los técnicos y no tenemos dineros a la mano, aun a costa de sacrificios, que puedan cubrir los gastos que supone una reparación y un mantenimiento.
-Yo no quiero que se vaya a sospechar que pretendo encerrar a la ciudad en sus escarpadas montañas, ni que se defienda solo con sus reducidos recursos. Por el contrario, quiero cooperar con ustedes para la reparación de la carretera, para su ensanche, para la apertura de nuevas vías, para la mejor expedición de las comunicaciones; pero siempre colocados en los terrenos de la razón, sin dejarnos sugestionar por obras que dan una gran apariencia de progreso y una reducida realidad de beneficio.