La capacidad emprendedora sin duda tiene dos grandes fortalezas: la habilidad de asumir riesgos y la habilidad de ver oportunidades donde nadie o pocos las han visto. Todos los humanos podemos tener un poco de ambas, pero los emprendedores tienen una alta dosis de ellas. Exploremos un poco más, entonces, cómo un emprendedor comienza a convertirse en empresario.
El riesgo es la posibilidad de que se produzca un contratiempo en donde algo o alguien sufra un perjuicio o daño. Entre más aversión al riesgo tenga una persona, toma más decisiones que le evitan iniciar una aventura, un negocio o un proyecto específico.
Los empresarios que conozco, al inicio piensan que el riesgo es mínimo o piensan primero en cómo mitigar el riesgo inicial. Siempre se sienten optimistas y la motivación es siempre el resultado, traducido en utilidades, legados o satisfacción de necesidades, intereses u objetivos propios o de sus potenciales clientes.
Ver las oportunidades, por otro lado, es la habilidad de ver o “verse” en un futuro cercano o lejano con una solución empresarial para un problema actual o de los futuros consumidores. Recuerdo un empresario que siempre me decía… “aquí pondré una gasolinera…; siempre que paso por aquí, tengo poca gasolina”.
Cualquiera puede pensar que un empresario es un optimista por naturaleza, pero yo no lo creo. Son personas hechas para innovar o crear y trabajar por una visión. Están dispuestos a realizar todos los sacrificios que sean necesarios para alcanzar esa visión o son capaces de usar toda su energía de vida para “tocar” lo que muchas personas solo llegan a pensar. Más que optimistas, son innovadores y creadores.
No todos los emprendedores lo logran, sin embargo. ¿Qué es lo que falta? La capacidad de pasar de ser emprendedor a ser empresario. Sabemos que muchos negocios no superan lo que conocemos como el “valle de la muerte”, que son esos dos o tres primeros años de funcionamiento para que el negocio se establezca de forma sostenida.
Cuando un emprendedor es capaz de estructurar su idea de tal forma que pueda trasladarla a otros para obtener los recursos —financieros o de otro tipo— que necesita para poner en práctica una idea “sostenible” en el tiempo, empieza a buscar y obtener las capacidades gerenciales que le permitirán gestionar la idea en la práctica.
¿Qué son, entonces, esas capacidades gerenciales? En el “kit” básico de un empresario están: la toma de decisiones efectiva, el manejo eficiente de recursos y las habilidades de liderazgo, comunicación y negociación. Estas habilidades moldean o dan forma al riesgo y a las oportunidades. Generalmente, los empresarios no disfrutan o no tienen tan desarrolladas las habilidades gerenciales o las empresariales, y por ello las empresas adolecen de buenos gerentes para la gestión estratégica u operativa.
Un alto porcentaje de los fracasos empresariales radica en una mala percepción de la demanda o en la mala gestión de los recursos.
En el “Libro Negro del Emprendedor”, de Fernando Trias de Bes —uno de los libros que siempre recomiendo—, hay un párrafo que contextualiza un consejo muy sabio. “Lo importante no es la idea, sino la forma de idea. Esto es algo fundamental que ningún emprendedor debe olvidar… No todas las buenas ideas son buenos negocios. Insisto: lo que tiene valor es la forma que una idea toma.”
Si usted se considera un empresario con futuro, haga esta prueba: dígase en voz alta, en tres minutos, qué hace su negocio, para dónde va y cómo lo logrará. Si puede hacerlo, asumiendo que tenga una demanda, ¡seguramente va por buen camino!
Por esto me gusta pensar en la nueva edición del evento “Entre Jaguares”, porque es una perfecta ocasión para encontrar a esos empresarios que quieren atravesar el “valle de la muerte”, con pasión y coraje, pero también con conocimiento y disciplina.
Ligia Chinchilla es empresaria e Inversionista Ángel.