Muchas veces hemos creído que lo del ferrocarril de Los Altos tiene muchos puntos de contacto con el fenómeno del sexto estado. Fueron los liberales disidentes de la capital, los salvadoreños y el Presidente Francisco Morazán los que estimularon la declaratoria del sexto estado. Para los quezaltecos, el sexto estado sólo ventajas tenía para ellos y así lo declararon. Pero desafiaban el peligro de romper la integridad nacional y en ese peligro perecieron en definitiva, cuando Rafael Carrera selló con sangre las cumbres en que los altenses se defendían como valientes.
En los días del sexto estado, hasta la prensa de la capital, estimulaba la acción de los quezaltecos, y los quezaltecos no quisieron comprender que tales estímulos tenían por origen los intereses políticos ajenos, y que ellos habrían de caer en la vorágine de las pasiones. Los tiempos han corrido para poner de manifiesto lo que había en el fondo de aquellas tragedias y hoy a nadie se le ocurriría volver a las pretensiones insensatas. La cuestión del sexto estado, en el segundo tercio del siglo XIX, llegó a constituir una aberración, un capricho en hombres tan eminentes como Miguel Larreinaga, como don Marcelo Molina, como don José María Gálvez, como don José Aguilar… Hoy pueden medirse los resultados del empecinamiento.
Ubico dará su opinión
Esos son pareceres muy personales, sin que en nada se sienta el influjo oficial en ningún sentido. Como indicara el General Ubico, el Ejecutivo aún no ha adoptado determinación alguna, la cual se tomará después de la visita del Secretario de Fomento (Héctor Aparicio Idígoras). Para nosotros, como nativos de aquellas regiones, como observadores de los acontecimientos del país, como guatemaltecos, exponemos nuestros pensamientos, sin prejuicios y con la mirada fija en los destinos de la nación.
Al quezalteco se le atribuyó en otros tiempos, calidades de localista y de ególatra. Algo había en el fondo y los sedimentos del sexto estado dejaron en el ánimo de muchas buenas gentes, un despego por todo lo que se refiera al resto del país. La egolatría era algo infantil y se traducía por creer que el mejor edificio de la América Central era el palacio municipal, que el pasaje Enríquez era una maravilla y que el teatro no tenía comparación en lujo y buen gusto con el teatro Colón. Simplezas que a través del tiempo causan un sentimiento de piedad, por la infantilidad de sus alcances.
Ya pasaron esos tiempos. Hoy Quezaltenango se ha hecho cosmopolita; desparecieron los quezaltecos de la obsecación y del localismo. Puede pasarse una revisión y se verá cómo los capitales que formaran el respaldo económico de esas pretensiones desaparecieron; hoy los médicos y abogados distinguidos de Quezaltenango, no son quezaltecos; como tampoco lo son todos los diputados de la Asamblea electos por el departamento. ¿Qué más? El alcalde (Dr. Gonzalo Pérez Anleu) es de Tejutla, cosa que no hubieran tolerado los quezaltecos de otros días.
Todo esto se señala como un detalle de esperanza para la buena solución que se dé al ferrocarril de Los Altos; estamos seguros que, a excepción de dos o tres, el criterio de los altenses habrá de colocarse en terrenos más elevados y que antes de dejarse influenciar por pasiones extraviadas o ver solamente un equivocado beneficio regional, aprecien el estado general de la República y sean sobre todo, guatemaltecos de corazón.