Reyes asegura que un doméstico lavado de ropa es suficiente para evitar la picadura del insecto que por estos meses tiene en alerta a las regiones tropicales de América Latina.
El descubridor explica que se trata de un “bioaditivo” que al añadirse al detergente tradicional protege las prendas de ropa de las personas que habitan o viajan a las zonas afectadas por la presencia del mosquito portador.
“Producimos lactona, un insecticida natural no tóxico; desarrollamos grafeno, que impide el paso del mosquito, y polvo de cobre, un antibacteriano por excelencia”, señala el especialista al explicar cómo se produjo esta serendipia.
De comprobarse científicamente, este avance podría resultar de gran ayuda ante la propagación del zika en países como México, Paraguay, Uruguay y Brasil, lugar este último en el que se han dado casos de nacimientos de bebés con hidrocefalia en mujeres portadoras de la enfermedad.
También en Chile las autoridades se encuentran en alerta por los casos de dengue detectados en Isla de Pascua, un territorio chileno situado a 3 mil 600 kilómetros del continente americano al que anualmente viajan más de 1 millón de turistas.
Según Mario Reyes, la “barrera biológica” que causaría el uso generalizado del detergente podría evitar la masificación del contagio, al cortar el ciclo de reproducción de los mosquitos.
“Para poner huevos, las hembras necesitan sangre de mamíferos. Si no la tienen, disminuye la población. Esa es la estrategia de control”, señala.
Por ello,dice, el objetivo “no es matar al mosquito con un insecticida, sino la confusión sexual: multiplicar el número de machos estériles intentando fecundar sin éxito”.
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Tecnología
El laboratorio de Grupo Avance, que se emplaza en una zona industrial al norte de Santiago, dista mucho de parecerse a los complejos centros de experimentación, y sus científicos ni siquiera utilizan guantes o gafas protectoras.
Reyes dice que esto es porque los más de 20 productos distribuidos por su compañía y elaborados por su equipo de trabajo “son inocuos para los seres humanos”.
“Todos los informes toxicológicos demuestran la inocuidad de nuestros productos. Levantamos estudios en animales en busca de una dosis letal para los mamíferos, pero esta no se presenta”, sentencia.
Admite que 30 años atrás lo trataron de “loco” al comenzar su carrera científica en el ámbito de la nanotecnología o manipulación molecular.
“Ahora competimos con los (productores de) grandes productos químicos y con la misma efectividad”, asevera Mario Reyes, cuya empresa tiene su casa matriz en España y distribuye productos en varios países de Europa.
Según este científico, lo que los diferencia de otros laboratorios es el uso de microorganismos, de los cuales obtienen sus materias primas de forma “más rápida y amigable”.
“El gran patrimonio de esta empresa son las patentes, ahí es donde está el dinero”, detalla, en referencia al capital que mueven las firmas que él dirige.
“Puedes vender una tonelada de detergente o polvo de cobre y hacerte millonario, pero lo que tiene más valor son las licencias”.
Según relató, su éxito se forjó con base en “la obtención de insumos a un costo más económico”, como la extracción propia de grafeno, derivado del carbón, cuya presentación en láminas de alta pureza bordea los US$700 por gramo, y la producción de polvo de cobre, que llega a alcanzar los US$1 mil 700 por gramo cuando es de máxima pureza.
Al hablar de la comercialización del repelente del mosquito Aedes aegypti, el bioquímico chileno asegura que “no superaría el de un detergente común, porque la cantidad que se utiliza por lavado es bajísima”, explica.
Aún así, descartó la distribución masiva del producto, debido a que el foco de su laboratorio está puesto en “desarrollar tecnologías”.
“Nuestro músculo comercial es débil. Sólo probamos tecnologías y las entregamos. Eso lo hacemos muy bien”, subraya.
“Es posible que hoy no podamos salir al mercado con este detergente, pero el virus siempre estará presente; por lo tanto, ahí hay un mercado”, sentencia este químico, quien se define a sí mismo como un “marginal de la ciencia”.
“Tengo mis propias reglas”, argumenta.