“Uno iba a un restaurante, tenía que esperar tres horas para comer”, dice. La española Pilar Esteras tuvo que lidiar con la displicencia de los camareros, y la colombiana María Teresa Gutiérrez se enfrentó con algo peor: la falta de agua y limpieza.
Los tres se hospedaron en hoteles diferentes de La Habana, pero todos de cuatro y cinco estrellas administrados directamente por el Estado cubano o en alianza con empresas europeas.
“Cuando usted paga 175 euros por noche (186 dólares), se da cuenta de que esto no los vale”, se queja Orsini, de 82 años.
Nunca antes habían llegado tantos turistas a Cuba (cuatro millones en 2016), y lo que era un problema aislado se convirtió en reclamo frecuente: un servicio por debajo del precio, y la expectativa.
“Esperaría más de un cuatro estrellas”, afirma Gutiérrez. Esta odontóloga colombiana de 60 años se encontró con una inaceptable falta de higiene en el hotel donde se alojó con su esposo por 253 dólares la noche.
Los que no se quejan abiertamente, descargan su enojo en páginas especializadas como la de Tripadvisor.
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La frustración no es solo la de un puñado de turistas sin suerte. El problema, que ya está en boca de autoridades, expertos y los propios administradores hoteleros extranjeros, podría trabar el principal motor de la economía cubana.