Whatsapp, Uber o Airbnb se fundaron en mitad de la peor crisis financiera de este siglo.
BBC NEWS MUNDO
“El capitalismo está tratando de salvarse a sí mismo”: Carlota Pérez, la influyente venezolana que está redefiniendo conceptos económicos de nuestro tiempo
En la anterior crisis económica, la de 2008-2010, nacieron algunas de las empresas que se han vuelto imprescindibles en nuestra vida diaria y que parece que lleven siglos con nosotros.
Y muchos piensan que las compañías más emblemáticas de la próxima década han aparecido durante estos meses en los que la pandemia de covid-19 cambió muchos aspectos de la vida cotidiana.
Para Carlota Pérez, la economista autora del influyente libro Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero, la explicación a este desarrollo tecnológico tiene que ver con las oportunidades que surgen cuando los sistemas fallan.
Son momentos que, como dice en esta entrevista con BBC Mundo, históricamente se han caracterizado por una mayor intervención del Estado que viene a salvar a “las víctimas” de un mundo financiero que “se comporta como un gran casino”.
Esta economista de origen venezolano es catedrática en varias universidades de Europa y Profesora Honorífica en el Instituto para la Innovación y el Propósito Público.
El suyo es un nombre que recurrentemente aparece como una de las mujeres que está redefiniendo conceptos económicos de nuestro tiempo y transformando el mundo.
“Esta pandemia se ha convertido en una especie de gran lupa sobre una realidad que estaba escondida. Ha revelado muchísimas cosas sobre la precariedad del trabajo, sobre los problemas sociales que han sido creados por el cambio tecnológico y la globalización que no tiene por qué ser ´neoliberal´“, afirma.
Por eso cree que todo esto va a dar pie a nuevos cambios sociales que serán positivos.
Carlota Pérez solo parece perder el optimismo cuando habla de su país natal: Venezuela.
“Echo de menos mi país. Pero mi país ya no existe. Está destruido. Ya no queda industria petrolera, ya no queda agricultura. No queda gente”.
Bonos desorbitados, salarios extravagantes y prácticas financieras dudosas como en el pago de impuestos o en las operaciones corporativas. Parece que 12 años después de la Gran Crisis Financiera las economías aún arrastran ciertos excesos que salieron a la luz entonces. ¿Qué desequilibrios de entonces nos amenazan más ahora?
El mayor problema es el desacoplamiento entre el mundo financiero y la economía real, que es la que crea empleos, la que aumenta la productividad y genera riqueza adicional verdadera.
Lo que hace el mundo financiero es armar y vender paquetes de deudas (corporativas, inmobiliarias o personales), especular con las fluctuaciones de las monedas y realizar operaciones de alta frecuencia (aprovechando información privilegiada en microsegundos).
En general, las finanzas se comportan como en un gran casino, enriqueciéndose mediante la inflación de los activos y el empobrecimiento de quienes no los poseen, especialmente a los jóvenes.
Lo que hicieron los gobiernos después del 11-S y desde el 2007-08 fue intensificar estas tendencias, salvando a los banqueros y dándoles la liquidez necesaria para seguirle echando leña al fuego del casino.
Con eso los hicieron sentir seguros en su comportamiento, tan dañino para la sociedad, con lo cual los problemas no hicieron más que continuar y empeorar.
Hoy en día las empresas innovadoras no se preparan para salir a Bolsa. Se preparan para ser compradas por uno de los gigantes tecnológicos como Google o Facebook.
Hace falta cambiar el contexto radicalmente, especialmente el marco impositivo y reglamentario para crear las condiciones para un capitalismo eficiente, ético y con prosperidad para todos.
Pero, ¿existe un capitalismo ético?
Lo podríamos definir esencialmente como un sistema en el que las ganancias de unos benefician a todos.
Hay un poco de eso en cada sitio.
Entre las empresas existen las Corporaciones B, orientadas a combinar la rentabilidad con un impacto positivo social y ambiental.
Y se están multiplicando en América Latina, España y el mundo entero.
Hay países de profunda tradición de justicia social, especialmente en Escandinavia, donde las ganancias excesivas son mal vistas y la responsabilidad de los negocios y de todos los niveles de gobierno en el bienestar de los ciudadanos y empleados se entiende y se asume claramente.
Pero lo importante hoy es que estas ideas están circulando de manera creciente.
Davos, la llamada Mesa Redonda de los Negocios en EE.UU. -compuesta por los jefes de las más grandes corporaciones-, el Financial Times o The Economist hablan de la necesidad de enfrentar la desigualdad actual.
Creo que el capitalismo está tratando de salvarse a sí mismo.
Mis investigaciones históricas muestran que lo ha hecho cada vez que las tensiones crecen demasiado y amenazan el sistema.
La lástima es que no se haga antes de llegar a ese punto.
¿Cómo pueden los estados legislar para alcanzar un capitalismo ético que responda a las necesidades sociales de sus ciudadanos?
La historia de la intervención del Estado para cubrir las necesidades de la población es de larga data y responde a las condiciones creadas por cada revolución tecnológica.
Pero lo que más urgentemente tiene que cambiar son las políticas.
Sólo con mirar el seguro al desempleo nos podemos dar cuenta de su obsolescencia.
En la actual economía del empleo flexible, de la alta movilidad, de la educación continua, de los contratos cero-horas, de las empresas tipo-Uber, del autoempleo creciente, hay demasiada gente que no está ni empleada ni desempleada.
Lo que se necesita es probablemente brindar un ingreso básico universal que sirva de colchón protector, manejado sin burocracia, con inteligencia artificial y cajeros automáticos.
Y también habrá que hacer un el rediseño de los impuestos decidiendo sobre qué recaen y quien los paga, para que a la vez de generar ingresos al fisco. tengan miras a conseguir una mayor justicia social.
Usted predijo que la globalización económica neoliberal entraría en una fase de colapso o desgaste. ¿Hemos llegado a ese punto?
La globalización no tiene que ser neoliberal.
Al principio, globalizarse fue la solución que encontraron las empresas de la anterior revolución -la de la producción en masa- para reducir los costos salariales y de materiales y energía.
Para ello necesitaban que se abrieran todas las fronteras y se levantaran todas las protecciones arancelarias al igual que algunas de las políticas restrictivas.
El neoliberalismo se impuso como teoría económica y práctica política.
Pero eso ha ocurrido históricamente en las primeras décadas de cada revolución tecnológica, aunque de modo distinto según el caso.
Esos períodos de competencia feroz y libre movimiento son un gran experimento para definir el rumbo que tomarán las nuevas tecnologías, qué empresas y sectores servirán de motores del crecimiento y las regiones del mundo y de cada país que ejercerán el liderazgo.
Por eso se necesita un cierto nivel de capitalismo salvaje sin restricciones, aunque nada impediría que los gobiernos se ocuparan de las víctimas, tal como lo han hecho con las de la pandemia.
Si hubiera sido así no tendríamos que enfrentar el populismo que se alimenta del resentimiento de las víctimas del cambio tecnológico y la globalización.
Pero, una vez que las nuevas tecnologías están plenamente instaladas hay que pasar a rediseñar el contexto económico para que el potencial de las nuevas tecnologías lleve a un crecimiento sano en beneficio de todos.
Es hora de abandonar el fundamentalismo de mercado y la austeridad impuestas por el neoliberalismo y pasar a construir la nueva sociedad del bienestar en la Edad de la Información.
Esta vez tendrá que ser de crecimiento verde, inteligente, saludable y global.
¿Es posible la “desglobalización”? ¿Vamos a ver un repliegue del comercio internacional?
Lo de la desglobalización es una reacción simplista.
Lo que hay que lograr es una globalización inteligente y no la brutal que se ha venido dando, en busca de mano de obra barata a cualquier costo ambiental y social.
Creo que la pandemia ha revelado la falta de criterio estratégico que llevó a muchas empresas globales a ignorar posibles catástrofes o emergencias y a no incorporar redundancia en sus redes, al mismo tiempo que desdeñaban a la población de su país.
El cambio de rumbo seguramente comenzará por decisiones bruscas con consecuencias negativas para muchos, incluida América Latina.
Pero pronto habrá que repensar las estrategias de localización tomando en cuenta las otras potenciales catástrofes que nos traerá el cambio climático.
Por ejemplo, habría que buscar la manera de procesar los minerales in situ, en lugar de transportar enormes cantidades de tierra inútil, como ocurre hoy con el mineral de cobre que China importa de Chile, donde sólo un séptimo del material es metal.
¿Cómo afectaría esto a América Latina?
En fin, habrá que analizar área por área para hacer una reglobalización verde e inteligente.
Y los países de América Latina podrían participar activamente en definir el lugar que pueden jugar en ese nuevo arreglo, para lograr el máximo beneficio para sus habitantes.
El futuro no va a ser mantener o reconstruir un pasado, ya visto como inadecuado, sino diseñar un nuevo rumbo idóneo.
La intervención del Estado para salvar la economía se ha repetido en muchos países como consecuencia de los efectos del coronavirus. ¿Eso es bueno o es malo? ¿Qué consecuencias puede traer?
Eso es excelente. Al fin esta generación comprueba que el Estado es necesario.
Las empresas querían sacarse al Estado de encima cuando les iba bien, pero ahora corren a pedirle auxilio cuando les va mal.
El rol del Estado tiene que ser definir el contexto para que el mercado funcione bien y en beneficio de todos y no solo de unos pocos.
También tiene que servir para garantizar infraestructura, educación y salud creando ventajas para los negocios y la sociedad.
Para eso requiere que los que más se benefician paguen suficientes impuestos.
El Estado también toma riesgos invirtiendo en proyectos que el sector privado no emprendería, por su tamaño o por su complejidad.
Sin eso no existirían ni los computadores ni internet, ni muchas de las más importantes medicinas.
Es el momento de volver a tener un estado proactivo.
El mercado, sin un rumbo común, va de boom en boom y de colapso en colapso.
Las épocas de oro han sido siempre tiempos en los cuales el Estado ha jugado un papel activo, los negocios han prosperado y mayores capas de la población se han beneficiado.
¿Qué futuro le espera a América Latina?
Creo que sería mejor preguntarnos ¿Cómo puede América Latina moldear su futuro?
En mi opinión, apartando la tragedia que puede haber traído un pésimo plan como el Chavista en Venezuela, el gran problema de América Latina es que no tiene rumbo.
Cuando lo tuvo – y hay que llamar ‘éxito’ el haber crecido por varios años entre 5% y 8%, haber construido una infraestructura completa de transporte y servicios y haber creado una amplia clase media educada en todos los países de la región- se debió a una estrategia clara y común.
En aquel momento se combinó la atracción de las empresas maduras del Norte que buscaban mercados, con políticas de protección arancelaria, reducciones impositivas, ampliación de las políticas de educación y vivienda y muchas otras medidas sistémicas.
Es decir, se comprendió la oportunidad del momento y se estableció una estrategia completa para aprovecharla.
Cuando pasó la oportunidad había que desecharla, aunque considero que se hizo torpemente.
Años más tarde, los Cuatro Tigres Asiáticos – Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong – supieron aprovechar la siguiente oportunidad y dieron un salto completo al desarrollo.
¿Qué oportunidades puede encontrar en este entorno América Latina?
Hoy América Latina se enfrenta a una oportunidad distinta. El libre mercado no es una estrategia, es en todo caso un medio.
En mi opinión, los países asiáticos ya se especializaron en las industrias de fabricación o ensamblaje y nos llevan una ventaja difícil de alcanzar, además de que incluso nuestros bajísimos costos laborales son mayores que los de ellos.
Nuestra ventaja estaría en las industrias de procesamiento (agroindustria, química, farmacia, metalurgia, biotecnología, nanotecnología, etc.) aprovechando combinar las nuevas tecnologías con nuestra dotación de recursos naturales.
Ya hay muchos ejemplos de éxito en esa dirección en Latinoamérica.
¿Qué se necesita para esto?
Eso requerirá innovación pública y privada, así como educación dentro y fuera de los países, estableciendo vínculos internacionales y metas ambiciosas.
Las tres ventajas que tiene el continente son la alta y variada dotación de recursos naturales (con una población relativamente escasa), la experiencia adquirida en las industrias de procesamiento y la clase media educada que ahora tendría que orientarse más a lo científico-técnico.
De hecho, una de las cosas que haría falta sería una red de empresas pequeñas de alta tecnología para apoyar el esfuerzo de las más grandes en sus áreas.
Esa es la infraestructura técnica del futuro.
Soy consciente del enorme esfuerzo de diseño y consenso que una tal estrategia requeriría, pero tenemos el ejemplo exitoso de los asiáticos y nuestra propia experiencia en la época de la sustitución de importaciones.
Esperemos que la pandemia del Covid-19 sea el sacudón que empuje a América Latina a salir del letargo y a decidirse audazmente a encontrar un camino exitoso.
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