En las páginas y páginas de jerga financiera y legal del contrato de fundación de la Superliga, el proyecto fallido que el mes pasado puso en jaque brevemente las estructuras centenarias y la economía del fútbol europeo, había referencias ocultas a un requisito “esencial”.
La condición se consideraba tan importante que los organizadores acordaron que, sin ella, el plan de separación no podría tener éxito y, sin embargo, era tan secreta que se le dio un nombre en clave incluso en los contratos compartidos entre los fundadores.
Esos documentos, cuyas copias fueron revisadas por The New York Times, hacen referencia a la necesidad de que los fundadores de la Superliga llegasen a un acuerdo con una entidad etiquetada indirectamente como W01 pero fácilmente identificable como la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial. Ese acuerdo, según los documentos, era “una condición esencial para la implementación del proyecto de la SL”.
Públicamente, la FIFA y su presidente, Gianni Infantino, se sumaron a otros dirigentes del fútbol, aficionados y políticos para criticar el efímero proyecto de la Superliga, que habría permitido a un pequeño grupo de equipos europeos de élite —un grupo que incluía al Real Madrid español, la Juventus italiana y las potencias inglesas Manchester United y Liverpool, entre otros— acumular una parte cada vez mayor de la fortuna generada por el deporte.
Pero en privado, según entrevistas con más de media docena de ejecutivos del fútbol, entre ellos el propietario de un club de la Superliga, Infantino estaba al tanto del plan y sabía que algunos de sus lugartenientes más cercanos habían mantenido durante meses —hasta al menos finales de enero— conversaciones sobre el respaldo de la FIFA a la liga separatista.
La Superliga fue quizás el fracaso más humillante de la historia del fútbol moderno. Anunciada por 12 de los clubes más ricos del mundo un domingo por la noche, fue abandonada menos de 48 horas después en medio de una tormenta de protestas de aficionados, ligas, equipos y políticos. Los equipos fundadores se han disculpado desde entonces —algunos de ellos varias veces— por participar en ella, y algunos podrían seguir enfrentando importantes consecuencias financieras y deportivas.
Pero las discusiones tras bambalinas que condujeron a una semana de drama en público dejaron al descubierto las tensiones latentes entre la FIFA y el organismo rector del fútbol europeo, la UEFA, por el control de miles de millones de dólares en ingresos anuales. También han puesto al descubierto una serie de relaciones desgastadas entre algunos de los principales dirigentes del deporte que pueden ser irreparables y han planteado nuevas dudas sobre el papel de la FIFA e Infantino en el proyecto que sacudió los cimientos del fútbol.
La FIFA se negó a responder a preguntas específicas relacionadas con la participación de Infantino o de sus ayudantes en la planificación de la Superliga. En su lugar, hizo referencia a sus declaraciones anteriores y su compromiso con los procesos en los que “todas las partes interesadas clave del fútbol sean consultadas”.
Las conversaciones de la Superliga con la FIFA comenzaron en 2019. Fueron lideradas por un grupo conocido como A22, un consorcio de asesores encabezado por Anas Laghrari y John Hahn, inversores con sede en España, y encargado de armar el proyecto de la Superliga. Los responsables de A22 se reunieron con algunos de los colaboradores más cercanos de Infantino, incluido el vicesecretario general de la FIFA, Mattias Grafstrom.
En al menos una de esas reuniones, el grupo separatista propuso que, a cambio del respaldo de la FIFA a su proyecto, la Superliga aceptaría la participación de hasta una decena de sus equipos de primera fila en una Copa Mundial de clubes anual respaldada por la FIFA. Los equipos también acordaron renunciar a los pagos que habrían obtenido por participar, una ganancia potencial para la FIFA de hasta mil millones de dólares cada año. Tras sus primeras reuniones, los asesores informaron de que habían encontrado un público receptivo.
Obtener el apoyo de la FIFA no era solo una garantía; el consentimiento de la organización era necesario para evitar que el proyecto se viera envuelto en costosos y largos litigios y para evitar cualquier castigo a los jugadores que participaran.
Pero también era una póliza de seguro para los jugadores. En un debate anterior sobre la superliga en 2018, la FIFA había lanzado advertencias veladas de que los jugadores podrían ser expulsados de sus selecciones nacionales —y, por lo tanto, del Mundial— por participar en una liga no autorizada.
A mediados del año pasado, los asesores de A22 les decían a los clubes que “la FIFA estaba de acuerdo”, según el dueño de un club de la Superliga. Otros entrevistados, incluidos varios con conocimiento directo de las reuniones que comentaron de forma anónima porque de otro modo enfrentarían acciones legales por revelar públicamente información sujeta a cláusulas de confidencialidad, dijeron que la FIFA estaba al menos receptiva a la idea de la nueva liga. Pero dijeron que la organización y sus dirigentes seguían sin comprometerse —al menos oficialmente— hasta que se tuvieran más detalles sobre la estructura del proyecto.
Confiando en que lograrían obtener el apoyo necesario, los organizadores discutieron varios conceptos para su nueva liga antes de llegar al que presentaron al mundo cuando se descubrieron el 18 de abril. La Superliga, como se llamaría, tendría 15 miembros permanentes, pero permitiría el acceso de cinco equipos adicionales de Europa cada temporada.
A22 llevaba unos tres años trabajando en versiones de una superliga. Laghrari, un ejecutivo de la empresa asesora Key Capital Partners que desde niño conoce al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, iba a ser el primer secretario general de la liga. Pérez llevaba mucho tiempo siendo el impulsor de la creación de una superliga, pero ahora, al confiar en que tenía a la FIFA a bordo, las estrellas empezaron a alinearse para él y su amigo.
Pérez y Laghrari habían encontrado en Infantino un presidente enérgico y deseoso de rehacer el negocio del fútbol. Infantino habló a menudo de estar abierto a nuevas empresas y propuestas —ha defendido la expansión tanto del Mundial de Fútbol como del Mundial de Clubes de la FIFA en los últimos años—, mientras intentaba afirmar el dominio de la FIFA sobre el fútbol de clubes de una manera distinta a la de sus antecesores.
Pérez y Laghrari también encontraron afinidad en los hombres que controlaban la mayoría de los principales clubes europeos. La mayoría de ellos se sintieron atraídos por un proyecto que prometía abrir un grifo de nuevos ingresos, al tiempo que garantizaba el control de los costos, dando lugar a enormes ganancias y acceso a una competencia de élite a perpetuidad.
Sin embargo, aunque los asesores de A22 aseguraron la participación de la FIFA, algunos propietarios de clubes escépticos hicieron sus propias averiguaciones poniéndose en contacto directamente con altos funcionarios de la FIFA. Y la respuesta que recibieron, según un ejecutivo de un equipo con conocimiento directo de al menos una de esas conversaciones, fue la misma que escucharon de Madrid: si el plan se elaboraba de una manera determinada, la FIFA no se opondría.
Esas conversaciones permitieron a los clubes y a JPMorgan, el banco de inversión estadounidense que había aceptado financiar el proyecto, sentirse tranquilos sobre su viabilidad. Sin embargo, su confianza se desvaneció cuando las filtraciones sobre una posible superliga aparecieron en las noticias de enero, acompañadas de rumores sobre la participación de la FIFA en las conversaciones.
Alarmado por las informaciones, el máximo responsable del fútbol europeo, Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, mantuvo una reunión urgente con Infantino en la sede de la UEFA en Nyon, Suiza, en la cual le preguntó directamente si estaba involucrado en el plan. Infantino dijo que no, pero inicialmente puso reparos cuando se le pidió que se comprometiera a hacer una declaración para condenar las propuestas. Sin embargo, ante la intensa presión y las crecientes peticiones de comentarios, se echó para atrás.
El 21 de enero, se emitió un comunicado en nombre de la FIFA y de las seis confederaciones regionales de fútbol. En él se decía que una liga europea “cerrada” no sería reconocida por la FIFA ni por las confederaciones y se reiteraba la amenaza de que cualquier participante quedaría fuera del Mundial.
La declaración sorprendió a los organizadores de la Superliga, ya que sus conversaciones con la FIFA hasta ese momento habían sido positivas. Pero, según personas involucradas en la planificación, también percibieron una señal en su redacción: la FIFA dijo que no reconocería una competencia cerrada, pero la Superliga planeaba ahora complementar su lista de 15 miembros permanentes con cinco clasificados cada temporada.
Los asesores de A22, según el propietario del club, insistieron en que esa laguna legal significaba que no todo estaba perdido. “Informaron que la FIFA todavía estaba abierta a algo”, dijo.
El plan de los fundadores era vincular la Superliga al Mundial de Clubes de la FIFA, dijo el propietario. De esa manera, los clubes comprometerían hasta a 12 de los equipos más importantes de Europa en la ambiciosa competición mundial de Infantino a cambio de la bendición de la FIFA para su nueva liga. Para mejorar la oferta, consideraron la posibilidad de renunciar a 1000 millones de dólares en posibles pagos para que la FIFA se quedara con el dinero como un llamado pago de solidaridad que podría destinarse a proyectos de desarrollo del fútbol en todo el mundo.
No se sabe si hubo más conversaciones entre la FIFA y los clubes de la Superliga en las semanas previas a que los clubes acabaran con el secreto y anunciaran su proyecto. Sin embargo, la FIFA fue el último de los principales órganos de gobierno del fútbol en emitir una declaración oficial sobre la propuesta de liga después de que los clubes la hicieran pública, y solo lo hizo después de que la UEFA, las principales ligas y los políticos hubieran dejado clara su oposición.
La declaración de la FIFA, que llegó cuando Ceferin llamaba “víboras y mentirosos” a los líderes de la liga separatista, fue mucho más comedida. La FIFA abandonó discretamente cualquier posibilidad de excluir a los jugadores del Mundial, y en su lugar ofreció un lenguaje matizado y conciliador. La FIFA dijo que se mantenía “firme a favor de la solidaridad en el fútbol y de un modelo de redistribución equitativo que pueda ayudar a desarrollar el fútbol como deporte, especialmente a nivel mundial”.
También reiteró que solo podía “expresar su desaprobación a una ‘liga europea cerrada y separatista’ fuera de las estructuras del fútbol internacional”.
Para los promotores de la escisión, las palabras —al igual que en enero— eran lo suficientemente vagas como para sugerir que su proyecto aún tenía esperanza y que la FIFA podría estar abierta a dar su apoyo.
Sin embargo, en 48 horas sus esperanzas se desvanecieron. La oposición al plan había alcanzado para entonces un punto álgido. Los hinchas de Gran Bretaña —donde están seis de los 12 miembros fundadores— protestaban en las calles, y los políticos habían amenazado con promulgar leyes para bloquear la liga.
Infantino, al igual que en enero, volvió a ser presionado por Ceferin para que se distanciara de los planes. Lo hizo en un discurso ante el congreso de la UEFA el 20 de abril en el que realmente se alejó del proyecto de la Superliga.
“No podemos sino desaprobar firmemente la creación de la Superliga”, dijo Infantino. “Una Superliga que es un negocio cerrado. Una ruptura con las instituciones actuales, con las ligas, con las asociaciones, con la UEFA y con la FIFA. Es mucho tirar por la borda en pos del beneficio económico de corto plazo de algunos. Hay que reflexionar y asumir responsabilidades”.
Horas más tarde, al darse cuenta de que el requisito “esencial” que exigía su contrato no se cumpliría, los primeros clubes comenzaron a marcharse. Al anochecer, los seis clubes ingleses habían anunciado su salida. A medianoche, otros tres fundadores los habían seguido.
Hoy, solo tres equipos —el Real Madrid de Pérez, la Juventus y el Barcelona— permanecen reticentes, negándose a firmar la carta de disculpa exigida por la UEFA como condición para reintegrarse al fútbol europeo. Si no la firman, los tres se enfrentan a importantes sanciones, incluida una posible expulsión de la Liga de Campeones.
Infantino, mientras tanto, se enfrenta a sus propias presiones, por no hablar de las acusaciones de traición. El presidente de la liga española, Javier Tebas, lo calificó abiertamente como uno de los artífices de la ruptura de la liga y dijo que se lo había dicho a Infantino cuando ambos se reunieron brevemente en el Congreso de la UEFA.
“Es él quien está detrás de la Superliga, y ya se lo dije en persona”, dijo Tebas este mes. “Lo he dicho antes y lo volveré a decir: detrás de todo esto está el presidente de la FIFA, Gianni Infantino”.
Tariq Panja cubre algunos de los rincones más oscuros de la industria deportiva mundial. También es coautor de Football’s Secret Trade, una denuncia sobre la multimillonaria industria del comercio de jugadores de fútbol. @tariqpanja
This article originally appeared in The New York Times.