Neymar dijo que este es uno de los momentos “más felices de la vida” y se deshizo en agradecimientos a su familia, amigos y compañeros.
Brasil ganó la medalla de oro, la primera en su historia en los Juegos Olímpicos, al derrotar a Alemania por 5-4 en la tanda de penaltis después de haber empatado a un gol en el tiempo reglamentario.
El delantero del Barcelona anotó el gol de Brasil, en un tiro libre, y después fue el responsable de ejecutar el último penalti de su equipo.
Histórico
Neymar ha logrado a sus 24 años lo que nadie en la larga historia de la canarinha consiguió. Ser campeón olímpico, alzado en la parte alta del podio.
Maracaná contempló en encumbramiento del chico de Mogi das Cruzes, quien no hizo asco alguno cuando se enfundó a su espalda el 10 de la amarilla. El dorsal de los genios, la cifra por referencia. Dejó a un lado el 11 que luce en la azulgrana, donde en una banda se protege de la interminable repercusión del argentino Leo Messi.
Como los grandes, Neymar asumió la responsabilidad del último penalti. No falló desde los once metros. Marcó el quinto y dio el título a su país. El joven brasileño cayó al suelo y rompió a llorar.
El peso de los focos había condicionado al jugador, de aspecto jovial, desenfadado, permanentemente risueño y plagado de fantasía en cada una de sus acciones.
dijo el astro Neymar.
Estalló la fiesta. Esa de la que Neymar es un miembro más, un hombre que se entrega igual a la celebración que al trabajo. Una referencia en el futbol de Brasil. Con alma de niño, la torcida se rindió a su nuevo héroe, al que ha sido capaz de lograr y dar a su país lo que otros no han conseguido.
Neymar, seguramente aún dañado por la final de Londres 2012, en Wembley, con 21 años, prefirió asumir el liderazgo para enterrar el maleficio olímpico que hasta hoy lastraba la historia de su país.
Cuatro años atrás el jugador del Barcelona, incipiente crack, que daba sus primeros pasos en el extranjero, estaba al amparo de pesos pesados como Thiago Silva o Marcelo, Oscar o Pato. Con mayor responsabilidad.
Nadie asumió más que él en el Maracaná, un estadio magno, un símbolo afeado por la leyenda negra del maracanazo. Fue de menos a más igual que su selección. No se escondió, jugó y se divirtió.