Al cruzar la meta, los hijos de Lange, Yago y Klaus, quienes están compitiendo en los olímpicos en la clase 49er, se lanzaron al mar en la Bahía de Guanabara para llegar hacia su barco. En la orilla, lo esperaba su madre quien abrazaba a familiares y amigos que ondeaban una gran bandera celeste y blanca de Argentina.
“Lo soñé hace muchos, muchos años, y se me dio cuando ni siquiera se pensaba que podía estar en unos Juegos Olímpicos” , dijo Lange. “Es algo maravilloso. Mis hijos fueron nadando hasta el barco…así que, qué más se le puede pedir a la vida?” .
Santiago Lange, de Argentina
Hace un año sobrevivió al cáncer y se recuperó de una cirugía en la que le sacaron un tumor y en la que perdió un pulmón entero. El oriundo de San isidro, en la provincia de Buenos Aires, necesitaba otros aires. Así que hace ocho meses decidió mudarse a Río y seguir su pasión.
“En ese punto vino Cecilia diciendo que estaba buscando a un compañero, y no sabía si regresar a la categoría Laser, y estaba pensando en (la categoría Nacra), y ahí le dije: bueno, puedes probar con este viejo”, dijo entre risas.
A los 54 años, Lange es el medallista de mayor edad en estos Juegos. Para otros medallistas más jóvenes, Lange es como un sabio maestro Jedi que ha peleado todas las batallas.
“Cuando yo tenía como 14 años, él ya era un héroe en el velerismo”, dijo Thomas Zajac, quien con Tanja Frank de Austria ganó el bronce en el Nacra 17.
“Me quedé muy impresionado cuando regresó para meterse al Nacra 17. Algunas personas estaban diciendo: ah, ese viejo’, pero le mostró a todo el mundo lo que es capaz de hacer. Aquí está”, dijo apuntando a su lado durante la conferencia de prensa de los medallistas.
Al ganar, la dupla argentina se fundió en un gran abrazo encima de la embarcación. Se movían las velas. Perdían el balance en la cubierta. Pero no les importaba. Era solo dicha. Venían de meses de superar adversidades. Muchos dudaron de que juntos podrían conseguir el podio y por fin habían llegado a la meta.
Al recibir la medalla, los aficionados comenzaron a corear el canto más conocido para animar a la selección de fútbol: “Ole, ole, ola, cada te quiero más. Soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar”.
Era el litoral de la Bahía de Guanabara, pero parecía un estadio en Buenos Aires. Cuando izaron su bandera nacional frente al mar, los hinchas argentinos lo cantaron a todo pulmón, y Lange los acompañó sonriendo.
“Siempre soñé en ver la bandera argentina. Me había dolido en Atenas y en Beijing que no se escuché el himno”, dijo Lange. “Es algo maravilloso. Emocionada, Carranza, de 29 años, dice que ella siempre creyó, y ahora no podría estar más orgullosa de su experimentado compañero de vela.