Minutos antes, alrededor de las 19.16, en la preferencia, Ángel Pu ofrecía golosinas, el negocio de toda la vida —a un costado del lugar de los incidentes— Este es el relato que nos contó en 2016. “Se sentía un ambiente tenso, por la cantidad de gente que había en los alrededores. Llegué cuatro horas antes y ya se vivía una situación pesada”, cuenta.
En ese mismo momento, en el centro de la general sur —área de la tragedia—, su hija Brenda, de apenas 12 años, hacía lo mismo con su producto en brazos. “Sentía un poco de miedo porque la gente estaba aglomerada y no se podía pasar por ningún lado. No sé cómo poco a poco me fui corriendo en dirección de la preferencia”, relata.
Las selecciones de Guatemala y Costa Rica estaban a punto de salir a la gramilla y los aficionados se agitaban. Esto solo era el preámbulo de lo que sería la segunda tragedia deportiva más grande de Latinoamérica, solo detrás de Perú, en donde murieron 318 personas en similares circunstancias, en 1964.
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Cuando el reloj marcó las 19.20 horas, el espeluznante suceso se hizo presente en el área de trabajo de Brenda. Un fuerte rugido se confundió con una porra en apoyo a la Selección Nacional. “Recuerdo que apenas habían pasado unos cuatro minutos de haberme corrido un poco cuando se escuchó un ruido bien fuerte”, relata.
“Pensé que la gente apoyaba al equipo. Creí que todo estaba normal. La gente se tomaba del hombro y se tambaleaba. Hasta después me di cuenta de los muertos y que yo había estado en ese lugar hacía pocos minutos”, agrega.
Impresionado
Ángel, quien se encontraba en la preferencia, describió el hecho de esta forma: “Fue como una ola pequeña del mar; así se observó, pero nunca pensé que hubiera muertos”, menciona.
“Pensé que hacían las famosas porras, que se corren en todo el estadio levantando las manos. Entendí lo que pasaba cuando empezaron a sacar a la gente”, refiere.
Momento escalofriante
La angustia más grande para Ángel llegó cuando otro vendedor le informó que en el grupo de personas fallecidas se encontraba una mujer con traje típico.
“Me asusté y angustié mucho porque imaginé que era mi hija. Salí corriendo para la puerta de la General Sur pero sentía mi cuerpo totalmente helado y los pies pesados. Un escalofrío me invadió aún más cuando vi que afuera del estadio la gente corría para todos lados, queriendo ocupar los teléfonos públicos y llamar a sus familiares”, narra.
En la entrada principal del estadio, Ángel le rogó a los cuerpos de auxilio que le permitieran ver a los fallecidos para verificar sí Brenda estaba allí.
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“Fue lo más triste que he visto en mi vida. Juro que lloré mucho al ver los cuerpos de las personas en diferentes estados, porque me tocó buscar a mi pequeña. Me impactó mucho ver a un niño que estaba totalmente morado”, recuerda.
“Afortunadamente no estaba, pero sí sentí tanta tristeza por toda esa gente que perdió la vida”.
Aquella pequeña vendedora, tiene actualmente 32 años y no borra de su memoria los ruidos mortales de aquella noche. Aún recuerda que parada en una esquina observaba“cómo bajaban los cadáveres las víctimas. “Los que estaban sentados fueron los que más fueron afectados”, rememora.
Desde la tragedia Brenda dejó de ir a los estadios a vender golosinas, un trabajo que hace toda la familia Pu.
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