Los caminos del Barcelona y el Liverpool se cruzaron en un Camp Nou que el 1 de mayo acogió el duelo de ida de las semifinales.
Los ‘reds’, que en la fase de grupos habían llegado a la última jornada con la obligación de batir al Nápoles para acceder a la fase eliminatoria, dibujaron un partido vibrante, agotador, pero los azulgrana.
En la ida en el Camp Nou fue un 3-0 a favor del Barcelona, ante la incredulidad de un Liverpool que no podía comprender que tanto esfuerzo hubiera servido para tan poco.
Una noche mágica en Anfield
El Liverpool supo recomponerse rápidamente de la goleada sufrida en el Camp Nou, y seis días más tarde, recibió al Barcelona en Anfield con el reto de protagonizar la gesta que le hacía falta para remontar la eliminatoria y clasificarse para la final de la máxima competición continental.
‘Never give up’ se podía leer en la camiseta con la que Mohamed Salah saltó al terreno de juego una hora antes de que diera inicio un partido en el que, lesionado, al igual que Roberto Firmino y Naby Keïta, no podría liderar a sus compañeros.
Pero ni siquiera importó que los ‘reds’ no pudieran contar con tres de sus mejores hombres. “Aún no estamos eliminados. Somos el Liverpool. Y haremos todo, todo, lo que esté en nuestras manos”, acentuó, en la rueda de prensa previa al partido, Jürgen Klopp, el técnico del Liverpool.
Cual manada de búfalos, cual huracán, atropelló, arrasó, a los azulgrana, tan erráticos, tan desubicados, tan impotentes e indolentes, como incapaces de contrarrestar el ritmo que imponían los locales, desatados.
Los hombres de Valverde llegaron a Liverpool con las piernas descansadas, ya que, con la liga ya decidida, ninguno de los que fueron titulares en Anfield lo había sido tres días antes ante el Celta en Balaídos, en un partido, intrascendente en clave culé.
Pero, a pesar de ello, el Barcelona, nervioso, angustiado por el miedo a que se repitieran las catástrofes del Parque de los Príncipes (4-0), el Juventus Stadium (3-0) y, sobre todo, del Olímpico de Roma (3-0), se vio claramente superado.
El Liverpool inició el camino hacia la remontada en el minuto 7, cuando Divock Origi recogió en el área pequeña el rechace de Ter Stegen a un chut de Henderson.
Ya en el segundo acto, y con un Barsa inofensivo e incapaz de acercarse a las inmediaciones de Alisson, Wijnaldum se vistió de héroe para liderar a los ingleses.
El centrocampista neerlandés, que había saltado al césped en el entretiempo, en sustitución de Robertson, celebró el 2-0 y el 3-0 en tan solo dos minutos, entre el 54 y el 56.
Valverde, que había salido con el mismo once que en el Camp Nou, trató de dormir el encuentro dando entrada, de nuevo, a Semedo en el sitio de un inocuo Coutinho, pero nada evitó que acabara llegando el 4-0.
Fue en el minuto 79, cuando, en un córner, un pícaro Alexander-Arnold engañó a toda la defensa culé, protagonista de un error tan infantil como imperdonable, haciendo ver que se alejaba del banderín para que fuera Shaqiri el que lanzara el saque de esquina.
Mientras los azulgrana les daban la espalda tanto a él como al balón, el ’66’ red deshizo sus pasos y puso la pelota en la frontal para que Origi redondeara la noche certificando la proeza y una de las remontadas más brutales de la Champions League.
Mientras los azulgrana, que ahondarían en su tristeza al perder la final de la Copa contra el Valencia unas semanas más tarde (1-2), buscaban respuestas en el césped, el Liverpool celebraba su pase a la final del Wanda Metropolitano, en la que derrotaron al Tottenham de Mauricio Pochettino (2-0).
Fue su sexto entorchado tras los conseguidos en 1977, 1978, 1981, 1984 y 2005, y colocándose tercero en solitario en el palmarés de la Copa de Europa, con un título más que el Barcelona y el Bayern y a tan solo uno de los siete Milan.