El fuerte viento que atravesó la cancha conspiró para ver un espectáculo decoroso. La albiceleste jugó pálidamente uno de sus últimos encuentros de preparación antes de la Copa América de Brasil-2019. Los Leones de Atlas se alistan para la Copa de África.
Los argentinos venían de caer en forma casi humillante con Venezuela por 3-1 en Madrid, con Messi desconcertado por no hallar una compañía adecuada que potencie el juego arrollador que desarrolla en el FC Barcelona. Los marroquíes habían empatado sin goles con Malaui por la zona clasificatoria africana.
¿Fútbol o lucha?
El futbol fue un convidado de piedra. El juego se convirtió en batalla campal. Abundaron a granel patadas alevosas, codazos traicioneros y planchazos sin compasión.
Después de cada fricción y de cada jugador derribado en forma violenta, los rivales se arremolinaban, con la ley malentendida del agresor vengativo a puro cachetazo, empujón e insulto, vaya uno a saber en qué idioma.
El árbitro de Zambia, Janny Sikazwe, se cansó de mostrar tarjetas amarillas. Fue poco implacable, como si tratara de encarrilar la acción cuando reinaba la furia antes que la amistad.
Para colmo, atravesaba el campo un viento huracanado con ráfagas de casi 50 km/h. Había que ser malabarista para controlar la pelota o meter un pase que llegara al destinatario y no se desviara hacia cualquier parte.
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La multitud había alentado con sonoros cánticos a su escuadra, pero el bochornoso espectáculo apagó el fuego de las tribunas. La gente se había entusiasmado con el bello juego asociado de Romain Saiss, los arranques de Younes Belhanda, la técnica de Sofiane Boufal y los toques cortos de Mbark Boussouffa.
Como único punta de lanza, Khalid Boutaib fue lo mejor de su equipo por movilidad y dinámica. Incluso pudo marcar cuando remató de frente al arco a las manos de Esteban Andrada.
La defensa argentina era un colador. Gonzalo Montiel no podía clausurar su lateral, Germán Pezzella no podía con su genio y se metía en todas las peleas, Walter Kannemann tampoco se ordenaba y sólo Marcos Acuña recuperaba e intentaba jugar.
La única lucecita que se encendía en el ataque albiceleste eran los pelotazos precisos de Rodrigo De Paul, con el centrodelantero Lautaro Martínez empecinado en llevarse por delante al triángulo defensivo formado por Manuel da Costa con Medhi Benatia y Karim El Ahmadi que lo encerraban en un círculo de hierro.
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Paulo Dybala lucía todo el tiempo fuera de la órbita de sus compañeros, aislado, encaprichado en gambetas individualistas. Por lo tanto eran inútiles los disparos largos o las proyecciones laterales con potencia de Acuña. Todos parecían autitos chocadores de un parque de diversiones.
¡Gooooool de #ÁngelCorrea! La visita rompe el empate a los 38' del segundo tiempo en Tánger#MAR 🇲🇦 0-[1] 🇦🇷 #ARG
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Acierto en los cambios
Los crispados temperamentos tendieron a aplacarse, como si hubieran pasado por una dura reprimenda de los entrenadores.
La batalla táctica la ganaba el DT Hervé Renard sobre el argentino Lionel Scaloni, quien mandó a la cancha a Matías Suárez por Martínez y a Ángel Correa por De Paul, para encontrar variantes de penetración en la retaguardia marroquí, cada vez más refugiada en el fondo.
Cuando Argentina intentó armar un cierto funcionamiento mediante la posesión de la pelota, cayó en la telaraña que fabricaba Marruecos, siempre con superioridad numérica, concentrado, eficaz para romper todo avance rival.
Pero la sorpresa fue el acierto de los cambios. Suárez fue quien habilitó a Correa para el gol. En Marruecos entraron Faycal Fajr y Rachid Alioui, menos para atacar que para garantizar el empate.
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