Maradona le respondió: “Sí, pero si no hubiera sido Maradona, todavía estaría en Villa Fioriti”.
Allí, los siete miembros de la familia vivían en una sola habitación y el pequeño, Diego, siempre soñó con comprar una casa para sus padres, lo que hizo con solo 15 años. Desde ese momento se ocupó de toda la familia, “mucha carga para una persona”, reconoce en el documental su hermana María.
Ese origen humilde marcó a un Maradona que tras lograr el éxito en el Boca Juniors partió a Barcelona, donde una hepatitis y la fractura del tobillo izquierdo -la entrada de Goicoechea aún provocó exclamaciones de horror durante el pase de Cannes- le impidieron cumplir su sueño español.
“Llegué a Nápoles después de la mala experiencia del Barcelona. Me quedé sin plata. No conocía Nápoles pero no había ningún equipo que me comprara”, recuerda Maradona, cuya voz en of acompaña gran parte del documental.
Llegó a Nápoles en 1986, año en el que consiguió ganar el Campeonato del Mundo con Argentina en México, con los dos famosos goles contra Inglaterra en la semifinal, una revancha por la guerra de las Malvinas.
El Gran Teatro Lumière de Cannes se caía con la ovación de los espectadores ante el espectacular segundo gol de Maradona y los asistentes al pase de gala coreaban el nombre de Diego ante la sonrisa de Kapadia, emocionado por la recepción del filme.
Silencio sin embargo al ver otras partes del documental, las que mostraban el lado oscuro del astro argentino.
Los comienzos no fueron fáciles en Nápoles -“pedí una casa y me dieron un departamento, pedí un Ferrari y me dieron un Fiat”, cuenta el argentino con humor-, pero se dio cuenta de que allí el fútbol pasaba ante todo, ante las familias y los amigos, y se propuso que el club ganara el scudetto.
Lo conseguiría dos veces (1987 y 1990) y en el camino se convirtió en un dios, adorado hasta extremos inimaginables. Algo muy difícil de soportar sin perder la cabeza. Y Maradona no pudo con ello.
Cayó profundamente en el consumo de cocaína que reconoce haber comenzado en Barcelona, tenía relaciones con todas las mujeres que podía -“Estaba enamorado de Claudia (Villafañe) pero tampoco era un santo”- y comenzó a estar rodeado de la peligrosa Camorra napolitana a través de Camilo Giuliano.
Una noche, recuerda Maradona, “me subieron en una moto y me llevaron a una casa. La mesa ya estaba preparada para cenar. Había fusiles, parecía ‘Los intocables’ y Al Capone. Para mí era todo como un filme”.
Maradona entró en una espiral difícil de parar. La cocaína era muy fácil de conseguir en Nápoles a través del clan Giuliano.
Y tras cada partido del domingo empezaba una fiesta que duraba hasta el miércoles, cuando se concentraba para estar limpio cuatro días más tarde.
Ya había perdido la final del Campeonato del Mundo de Italia contra Alemania tras dejar al país anfitrión fuera en una dramática final en Nápoles. Se convirtió en la persona más odiada en la ciudad que antes le adoraba y lo único que quería era irse.
Su mujer y madre de sus dos hijas, Claudia Villafañe tiene recuerdos cariñosos del astro del fútbol y asegura que le destrozaron entre todos.
Fue un abandono total y una apertura a todo tipo de ataques, personales, fiscales o penales. Maradona salió corriendo en cuanto tuvo ocasión, pero se fue de Nápoles solo, un momento muy duro para el jugador, que recuerda que al llegar allí le recibieron 85.000 personas.
El documental muestra su regreso a Argentina, su progresivo deterioro físico y su ingreso en un psiquiátrico. También su encuentro con su hijo italiano, Diego, al que tardó casi dos décadas en reconocer.
Ya no es una estrella, pero sigue levantando pasiones, como ha hecho en Cannes.
El realizador dijo al finalizar el pase que quiere que se proyecte su película en México, donde está ahora Maradona, y con su presencia. Si lo consigue o no, es otra historia.
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