En ellas, el genial futbolista y luego entrenador se muestra como un hombre muy afectado por la temprana muerte de su padre, cuando él tenía doce años, de quien heredó su pasión por el Ajax de Amsterdam y con quien aseguraba seguir hablando muchos años después de su desaparición.
También se extiende sobre su guerra contra la adicción al tabaco, que casi acaba con él en 1991, y sobre la relación con su hijo Jordi, “el más afectado de todos” sus vástagos por sus decisiones.
Cruyff confiesa su sufrimiento por la carrera de Jordi, que tanto en el Ajax como en el Barcelona sufrió las sospechas de ser beneficiado por su padre, y se muestra “extremadamente orgulloso” de él, sobre todo cuando jugó en la Eurocopa con la selección holandesa.
Futbolísticamente, Cruyff no esconde algunos de los que considera sus logros, como haber hecho de Guardiola un jugador para el Barcelona.
“El Barsa quería librarse de él. Lo consideraban un flacucho, malo en defensa y nulo en el juego aéreo. Lo que nadie veía era que tenía las cualidades básicas para llegar alto: inteligencia en el juego, rapidez en la ejecución, técnica. Si no hubiese estado yo en el Barcelona, habría sido seguramente vendido a un club de Segunda División”, recuerda.
Cuando a Guardiola le ofrecieron hacerse cargo del primer equipo del Bara, el holandés le dio a su gran heredero espiritual su “regla de oro” : “Quería ante todo subrayar que él debía ser el jefe, quien tomase las decisiones y quien asumiese las consecuencias (…) En ese sentido, Pep está en la misma línea que yo” .
En el libro, Cruyff detalla el intento de secuestro que sufrió en 1977 en España, que le llevó a renunciar al Mundial de Argentina78 para proteger a su familia, ante la incomprensión del seleccionador Ernst Happel, a quien no explicó las razones de su renuncia.
También rememora a la gloriosa “Naranja Mecánica” vencida por Alemania en la final del Mundial 1974, una derrota a la que, pese a lo que pueda parecer, Cruyff pudo sobreponerse rápidamente.
“Con el pitido final estábamos decepcionados, evidentemente. Sin embargo, me recompuse rápido. Y finalmente me afectó muy poco, prácticamente nada. Creo que es a causa de la enorme carga positiva que nos rodeaba, de la admiración universal por nuestro juego”, dice.
A partir de entonces, a su juicio, el juego de Holanda “abrió la puerta a todos los jugadores que no eran ni grandes ni robustos. La tendencia se desplazó hacia la calidad y la técnica, mientras que antes lo que contaba era sobre todo el compromiso y el trabajo”.
Precisamente, evoca con humor cómo en los duros entrenamientos con Rinus Michels se escondía detrás de un árbol en el bosque de Amsterdam para evitar correr con el resto de sus compañeros.
Años más tarde, ya como entrenador, vería a un joven jugador llamado Frank Rijkaard simular ataques de tos mientras corría, para esperar al siguiente grupo de jugadores que llegaba corriendo y así dar una vuelta menos al recorrido.
“Ningún entrenador se había dado cuenta antes, yo fui el único, y me divertía verle hacerlo”, relata.