La concentración es total, la emoción también. Ha sido un largo camino de eliminatorias para llegar hasta la decisión final contra Complejo Casa Verde y muchas de ellas no pueden contener las lágrimas.
Un Padre Nuestro y un Ave María recitados a grito pelado por todas cierran la arenga del equipo antes de salir por la bocana del vestuario y encarar a un público entregado. La plantilla está formada por 30 chicas que se superan cada día.
“Tenemos de todo, chicas con varios problemas, con varios trabajos, chicas que tienen hijos… Nuestra portera, por ejemplo, perdió el marido antes de la competición, falleció. Cada una tiene una singularidad”, explica Mónica Melo da Silva, de 37 años y técnica del Paraisópolis, la segunda mayor favela de Sao Paulo.
La capitana y volante, Camila Rodrigues, vive con su madre y sus siete hermanos en un ambiente humilde, y afirma que llegar a esta final “es un regalo de Dios”, algo “inexplicable”.
Así es el ambiente en la Copa de las Favelas, un sueño para todos, una vía de escape, la esperanza de miles de jóvenes para dejar atrás la pobreza y convertirse en profesionales del balompié.
El torneo nació en 2012 y se celebra ya en una decena de estados de Brasil. Esta es la primera edición en Sao Paulo y en ella han participado 64 equipos de comunidades en la categoría masculina y 32, en la femenina.
El desafío hasta convertirse en profesional es difícil, pero no imposible. Hay casos de éxito como el de Matheus Alessandro, de 22 años y pasó por la competición.
El extremo está actualmente cedido por el Fluminense en el Fortaleza, jugando la Primera División brasileña.
En España acabó el centrocampista Allan Víctor, quien con apenas 18 años se ha convertido en la figura del modesto Moraña, de las categorías regionales. En las bases de algunos equipos brasileños, como el Corinthians, también hay algunos.
Con jugar en el conjunto paulista sueña Mateus Henrique Oliveira, de 17 años y estrella del equipo “Río Pequeño Favela 1010”. Todos le conocen como “Mochu” y dicen de él que es un fuera de serie.
“Llegué aquí para ayudar a mis compañeros. Nos decían que no íbamos a pasar de la primera fase y mira donde estamos”, dice orgulloso en declaraciones a Efe.
La historia de “Mochu”, que vive en la comunidad con su madre, sus hermanas y su sobrina, también está llena de garra y raza. Hace tan solo dos años se recuperaba de una fractura abierta en el tobillo que le hizo temer lo peor: “Pensaba que no iba a jugar más”.
Este sábado espera salir con el trofeo en la mano y quién sabe si “algún patrocinador llama a mi puerta” en los próximos días, comenta este fiel seguidor del lateral Fagner, del Corinthians e internacional con la selección absoluta de Brasil.
Su técnico, Luis Marcos dos Santos, de 45 años y a quien conocen como “profesor Lula Santos”, cuenta lo difícil que fue cerrar la plantilla entre los cerca de 500 aspirantes que se presentaron solo en ese barrio.
Como sus pupilos, él nació y se crió en la favela. Su padre le abandonó a él, a su madre y a sus cuatro hermanos cuando era apenas un niño: “Nuestra vida era, hoy tenemos café; al día siguiente no teníamos café, pero teníamos pan. Otro día teníamos un huevo para dividir entre seis”.
Empezó a trabajar en el mercado informal con 12 años “para ganar unas monedas”, fue empaquetador en el supermercado y por la noche iba a la escuela. Hoy cursa una posgraduación en tratamiento deportivo y es una inspiración para las nuevas generaciones.
“Los chicos me ven como un espejo donde mirarse porque dicen: ‘El profesor lo consiguió’. Uno no puede colocarse como el pobrecito de la sociedad, uno tiene que correr detrás de sus sueños”, afirma.
Envuelto en varios proyectos sociales centrados en la integración de niñas y adolescentes, recuerda una frase que repite para sus ‘meninos’: “Lo imposible es temporal, basta con creer y soñar y dar los pasos adecuados para llegar”.
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