Es difícil explicar cómo un jugador como Messi, y en plena madurez, apenas pudo ganar una Liga de Campeones en siete años. Pero eso es lo que dirán los libros de historia. Mientras, su “archienemigo”, Cristiano Ronaldo, conquistó tres de las últimas cuatro y aspira a otra más esta temporada. Y con una sobresaliente influencia del portugués gracias a sus goles decisivos.
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La imagen de Messi quedó seriamente dañada tras lo ocurrido en el Olímpico de Roma. Según “Marca”, estuvo “desaparecido en cuartos” y, tras unos puntos suspensivos, el mismo diario agregó un lacónico “una vez más”.
El dato es inquietante: en las tres últimas eliminaciones del Barcelona -ante Atlético de Madrid, Juventus y Roma- el argentino no marcó un solo gol.
Dicha estadística admite dos lecturas. Primero, que el lujoso y multimillonario Barcelona depende exageradamente del astro argentino. Y segundo, que Messi se bloqueó cuando más le necesitaban. O no supieron encontrarlo. Como en sus peores momentos con la selección argentina. Le queda el Mundial.
Sin embargo, no es menos cierto que Messi tapó durante toda la presente temporada las graves carencias -juego, ambición, profundidad de plantel- de un equipo que finalmente se despeñó en Roma. El Barcelona va camino de ganar su séptima Liga española de las últimas diez disputadas, pero fracasa en el mayor de los torneos, la Liga de Campeones.
Durante los últimos cinco años, el Barcelona se gastó cerca de 800 millones de euros (cerca de 1.000 millones de dólares) en fichajes. “Pero juegan los mismos de hace tres años”, se quejó el analista y representante de jugadores José María Mingella en la “Cadena Cope”.
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Prensa e hinchas buscaban hoy culpables y mayoritariamente señalaban a su entrenador, Ernesto Valverde, y a sus dirigentes, a quienes acusan de malgastar el dinero año tras año en futbolistas de bajo rendimiento en la Champions, el torneo que exige el mayor nivel.
Sí hubo consenso en la imagen utilizada para ilustrar el fracaso de Roma y todos los medios eligieron la forma en la que Messi abandonaba el Olímpico de Roma: mirando al suelo, como ausente, completamente desconcertado. Él es el rostro del Barcelona, un jugador que, como su equipo, ya no gobierna en el torneo de clubes más importante del mundo.
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