Cuando creció un poco, el brasileño manifestó su anhelo por ser libre con un intento fallido de fugarse de su casa. Después, a los 16, decidió ir caminando desde Salvador de Bahía hasta Río de Janeiro.
BBC NEWS MUNDO
El increíble viaje en bicicleta de Brasil a Nueva York de un adolescente hace 90 años (y cómo fue recibido por los países de América Latina que atravesó)
Rubens Pinheiro fue inquieto desde niño y recibió muchos azotes en las manos por sus travesuras.
La caminata abrió el camino para una aventura aún mayor: un inédito recorrido en bicicleta desde Salvador hasta Nueva York, en Estados Unidos.
Hoy esta hazaña puede no parecer tan inusual, pero falta un detalle: Rubens lo hizo hace 90 años.
Era el 15 de marzo de 1927 y faltaban cinco meses para que el joven cumpliera 18 años. Midiendo 1,70 m y pesando 65 kg, partió de su ciudad natal, con ropa de scout, para ir pedaleando hasta lo que en esa época era la mayor metrópoli del mundo.
Se despertó temprano, se despidió de su madre y de su hermana, y fue a la puerta del periódico Diario de Noticias. Allí lo esperaban, en medio de un festejo, curiosos, periodistas y un grupo de más de 100 ciclistas que lo acompañaron al inicio del trayecto.
Entre 1927 y 1929, pedaleando en su bicicleta de la marca alemana Opel, Rubens Pinheiro recorrió el continente americano, en un trayecto sinuoso de más de 18.000 kilómetros, atravesando la frontera de 11 países.
La idea de realizar la hazaña le surgió cuando estaba viajando por el estado de Espíritu Santo y se cruzó en la carretera con el pernambucano Mauricio Monteiro, que realizaba un viaje en bicicleta desde Recife hasta Buenos Aires, en Argentina.
Después de rechazar una invitación para seguir juntos, Monteiro habló sobre la rivalidad entre Bahía y Pernambuco e ironizó sobre la supuesta falta de coraje de los bahianos.
Rubens entonces juró allí mismo que haría un viaje aún mayor que el de su involuntario instigador.
Para conseguir dinero para el viaje pidió donaciones a comerciantes en Salvador, consiguiendo juntar 10.000 reales, que llevó en una bolsa de lona junto con pocas ropas, un arma y un libro hecho especialmente para el viaje, con cubierta de cuero de serpiente y páginas en blanco para ser llenadas como una especie de diario.
“Estoy dispuesto a todo, incluso a pasar sed y hambre, a sufrir aburrimiento, a pasar sustos (¡y que Dios me libre de los pumas y de las yararás!), a llevar la bicicleta en la espalda. Quiero conocer Nueva York sin que sea en fotografía”, declaró al público reunido en el Diario de Noticias el día de su partida.
Su primera parada fue en la vecina ciudad de Santo Amaro de la Purificación, para despedirse de Euthymia, su novia. Ella le dio una foto suya para que, cuando Rubens llegara en Nueva York, fuera publicada junto a la de él por la prensa estadounidense.
Siguiendo por el interior de Bahía, Rubens colisionó con la bicicleta de un ciclista al que le apostó que le ganaría una carrera, dañando su Opel, que tuvo que ser llevada en tren para ser reparada en Salvador.
En vez de esperar a que la arreglaran, tomó otro tren de vuelta a la capital y decidió quedarse unos días con su familia, aprovechando que era Semana Santa. Las personas que lo encontraban en la calle le preguntaban con ironía: “¿Has vuelto de Nueva York?”.
Encuentro con la historia
Pero Rubens retomó su viaje y nunca volvió a parar. Para sobrevivir en la carretera hacía lo posible para recaudar el dinero necesario para continuar.
Con ese fin, le gustaba exhibirse en la plaza pública haciendo maniobras con su bicicleta en cada ciudad a la que llegaba. Aprendió también que debía luego visitar a la prensa local para promocionarse, lo que atraía la ayuda de políticos y comerciantes.
“En la plaza principal de Santo Amaro hice unas piruetas, unas vueltas de fantasía en mi Opel, que arrancaron palmas del pueblo. Me gustan las salidas lindas, confieso que esa es mi debilidad”, le contó al diario carioca La Mañana, en 1929.
Durante su recorrido se encontró no solo con el camino sino también con la historia. En el interior de Bahía encontró un campamento abandonado del movimiento político militar brasileño Columna Prestes.
En el Pará, quedó impresionado con la inmensidad del río Amazonas, pero en el Alto del Río Negro tuvo que pasar un día encima de un árbol, en plena selva amazónica, esperando que un jaguar desistiera de usarlo como su almuerzo.
Al cruzar la frontera de Brasil, Rubens llegó a Venezuela y envió un telegrama de felicitaciones y una carta pidiendo ayuda al entonces presidente del país, el dictador y general Juan Vicente Gómez. El político venezolano más poderoso de la época le retribuyó con una contribución de 5.000 bolívares.
En Panamá, Rubens se topó con las fuerzas de ocupación estadounidenses en la zona del Canal, pero hizo amistad con los oficiales, que lo invitaron a dar una vuelta en avión que le pareció más como una montaña rusa aérea.
En Nicaragua se volvió a encontrar con tropas estadounidenses, pero esta vez terminó capturado temporalmente por los infantes de marina, que lo confundieron con un guerrillero.
El país vivía en estado de sitio e intentaba liberarse del dominio de EE.UU. En sus memorias, Rubens asegura que en la carretera tuvo como acompañante al revolucionario Augusto César Sandino, líder de la lucha contra los invasores e ideólogo del movimiento sandinista que hoy es partido político.
Cuando llegó a la Ciudad de México, en enero de 1929, una gran recepción lo aguardaba. Cientos de ciclistas lo acompañaron hasta la embajada de Brasil, donde se hospedó. Después, fue recibido por el presidente Emilio Portes Gil, que le dio un cheque de 5.000 pesos.
Rubens pudo partir a EE.UU. al final del período conocido como los “roaring twenties“, marcado por el jazz, la emancipación femenina, y la creciente presencia de la radio y del cine.
Fue una época de optimismo que acabaría ese año, con la quiebra de la Bolsa de Nueva York y la crisis del ’29. Para llegar a la Gran Manzana, recorrió buena parte del este del país, viajando por enormes carretas.
A las 14:00 del1 de abril de 1929, tras pasar dos años pedaleando, el famoso ciclista brasileño llegó a Nueva York. Ya no tenía la foto de su novia, que había perdido al principio del viaje, pero coleccionó nuevos amores durante su travesía.
“Ahora estoy roto, es bueno ver Nueva York, es bonita pero ¡tan grande! Voy a volver a Brasil tan pronto como pueda ciclear y recorrer la ciudad”, dijo a la prensa local, según contó en sus memorias.
Los brasileños residentes en Brooklyn organizaron un banquete en homenaje a Rubens. Sin ropa adecuada para la ocasión, tuvo que pedir ayuda al cónsul-general de Brasil, Sebastián Sampaio, quien lo llevó a comprarse un traje y evitar la vergüenza.
Sampaio también telegrafió al ministro de Relaciones Exteriores, el bahiano Octávio Mangabeira, solicitando una recompensa para Rubens, pero nunca recibió una respuesta.
Rubens pasó a residir en el sótano de la casa número 13 en Union Street, Brooklyn. Trabajó lavando platos en restaurantes y luego en General Motors. En junio, cuando su visa de permanencia terminó, regresó a Brasil.
De vuelta a la realidad
En camino de regreso a Brasil, a bordo del barco Southern Cross, Rubenstenía la esperanza de ser recibido con honores en el puerto de Río de Janeiro, que estaba preparado para una ocasión festiva.
Perola homenajeada era una pasajera de primera clase, “Miss Brasil” Olga Bergamini de Sá, quien regresaba de concursar en Miss Universo en Galveston, EE.UU.
Ofuscado por la atención ajena, Rubens trató de buscar reconocimiento. Fue a una audiencia pública con el presidente Washington Luis, en el Palacio del Catete.
Quería decirle que había aprendido a andar en bicicleta en Macaé, ciudad natal del mandatario, durante su caminata entre Salvador y Río de Janeiro, pero no tuvo tiempo de contarle.
“¿Brasil te mandó a hacer algo?”, le preguntó, según el relato de Rubens, el último mandatario de la República Vieja, quien sería depuesto al año siguiente por la Revolución del ’30.
En la antigua capital del país, Rubens fue ayudado por el francés Louis La Saigne, director de las tiendas Mesbla, a cambio de dejar su bicicleta expuesta en la vitrina.
También en Río, el diario La Manhã publicó, en capítulos, parte de las historias del viaje, basándose en entrevistas con él y en su diario.
De regreso a Salvador, una misa en la Iglesia de Bonfim, organizada por el propio Rubens, llevó a una multitud de curiosos para saludarlo. A la salida de la iglesia se exhibió al público pedaleando de espaldas en la escalera y fue ovacionado.
Volvería a recibir aplausos en 1934, cuando un circo llegó a Salvador ofreciendo un premio a quienes se aventuraran en el globo de la muerte. Rubens ganó el premio y siguió con el circo, pero se accidentó seriamente tras una secuencia de piruetas, tres años después.
Legado
Durante el resto de su vida Rubens no obtuvo otros reconocimientos por su viaje.
El único momento en que se sintió homenajeado fue en 1979, cuando se cumplió medio siglo desde su hazaña.
Se realizó una nueva misa en la Iglesia del Bonfim y una conmemoración en la Plaza Municipal, con un pastel de 50 metros de altura, confeccionado por alumnos de la Facultad de Ingeniería, quienes también construyeron una plataforma interna para que una de las nietas de Rubens surgiera en la cima de la torta.
Ese mismo año, él publicó sus memorias en un librito azul de 68 páginas, que vendió él mismo, ahora a bordo de una silla de ruedas que lo acompañó en sus últimos años.
En el texto, se quejó de su suerte, comparándose con Ícaro, el hijo de Dédalo en la mitología griega, y se autodefinió un “héroe olvidado”.
La hija mayor de Rubens, Olga Pinheiro fue bautizada en homenaje a la Miss Brasil Olga Bergamini de Sá. A los 87 años, es ella quien guarda el libro de viaje con capa de cuero que, además de los relatos de Rubens, lleva la firma de presidentes, autoridades y testigos del viaje en bicicleta de su padre.
Uno de los nietos de la familia Pinheiro, también llamado Rubens, es ciclista como su abuelo y participa de pruebas de resistencia. “Mi abuelo significa todo, él para mí es la representación de que nada es imposible como atleta”, afirma.
Pasados los festejos por el jubileo, volvió el olvido. Rubens Pinheiro murió en 1981, a los 71 años, sin que su historia hubiera recorrido las mismas distancias que él y su bicicleta Opel.