Era un jueves 10 de abril de 2008 cuando Abraham tomó la decisión de dejar su tierra para llegar a EE. UU.
“Mi hermano se contactó conmigo, me preguntó si quería venir a este país”, dice Abraham, de 27 años, quien ahora vive en Nueva Jersey.
“Lo que me motivó para viajar a Estados Unidos fue: salir de la pobreza, dejar mis adicciones y ayudar a mis hermanos pequeños”.
Travesía
“Lo que me motivó para viajar a Estados Unidos fue: salir de la pobreza, dejar mis adicciones y ayudar a mis hermanos pequeños”.
Viajó ese día a Huehuetenango donde entró en contacto con un “coyote”.
“Ese mismo día me llevaron a donde tenían a las personas, eran como uno cien o 200; esa noche cruzamos a México”, relata Abraham.
“Le preguntaba -al hermano- que me contara sobre lo que había vivido durante su travesía de México a Estados Unidos y respondió: 'Fue horrible, no quisiera ni recordar', recuerda. “Honestamente no tenía planes para viajar, él fue el del arreglo”.
El guatemalteco recuerda que salieron por La Mesilla, Huehuetenango, para llegar a Puebla, México, trasladados en un carro con poca ventilación. Entre ambos lugares hay una distancia de más de 12 horas.
En Puebla pudo bañarse, pero no era el único migrante en el lugar. Luego subieron en un tráiler para llegar a la Ciudad de México, donde solo comieron algo. El viaje continuaba, esta vez al destino final: Estados Unidos.
“En la frontera nos dejaron como tres días. Permanecimos en una casa grande, había mucha gente”, recuerda Abraham.
Luego el “coyote” los “levantó” – término usado por los traficantes-.
“Después de esos días, escogieron a quiénes se llevarían, entre esos estaba yo. A las tres de la tarde estábamos listos para cruzar la frontera”, añade.
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Abraham caminó por el desierto hasta la 1 horas del siguiente día. El panorama era el mismo que ha cobrado cientos de vidas de quienes buscan ese sueño americano, bajo el sol, algunos migrantes estaban deshidratados.
Conforme avanzaban a paso lento y temeroso, el cansancio los amenazaba con pensamientos de dar marcha atrás y no continuar.
Después de un breve descanso, la caminata continuó a las 7 de la noche, recuerda.
Abraham cuenta que las pocas pertenencias que llevaban las tuvieron que dejar en la ruta, a lo mejor necesarias, pero en una zona desértica, se volvieron un estorbo.
Para ese entonces, ya no era solo un coyote el responsable, dentro de la logística estaba “levantarlos” en esa área para llevarlos a Arizona.
“Cuando llegamos a Arizona nos dijeron que nos usaron como carnada, pero no nos pasó nada”, dice Abraham agradecido de haber sobrevivido.
Después de 10 días de haber dejado su tierra, Abraham llegó a Los Ángeles, donde otros 10 días tuvieron que pasar para que él pudiera ser liberado por los traficantes. Su hermano Adelso Acabal Baten, quien también inmigró a los 18 años a ese país, debía cancelar la totalidad de los Q55 mil que habían acordado.
Acabal llegó finalmente a Nueva Jersey, junto a su hermano, pero un nuevo desafío debía enfrentar: su adicción por las drogas desde los 11 años y problemas de alcoholismo.
“Ahí comenzó todo, pasé de agencia en agencia para sostenerme y mantener mi adicción. Me refugié en una iglesia cristiana y solo así pude poner fin a mi adicción”, admitió.
Difícil infancia
Él es segundo de cinco hijos de Francisco y Rosa María.
“Mi infancia fue horrible”, confiesa. Su padre lo rechazó desde muy pequeño. “Desconozco el motivo. Mi hermano mayor siempre era el favorito. Los que me cuidaron y proveyeron fueron mis abuelos paternos y maternos”.
A los 8 años, sus padres lo enviaban a lustrar los fines de semana por las calles de Momostenango y debía llevar a la casa Q15 diarios, que servían para alimentar a la familia. Después de ir a la escuela, Abraham trabajaba en el campo de lunes a viernes. Esa escena se repitió durante toda la primaria.
Una nueva vida
Varias personas cristianas le dieron una oportunidad a Abraham, le ayudaron a conseguir un trabajo. Recuerda cómo, gracias a un ecuatoriano, él aprendió a cortar pelo y así obtuvo su primera oportunidad laboral.
Abraham también ha aprendido fotografía, un hobbie que disfruta y le ha dado la oportunidad de conocer a futbolistas profesionales, como los Red Bulls.
Abraham vive en Estados Unidos sin documentos, pero al igual que muchos compatriotas, cuenta con constancias de pago de impuestos. Pero el temor por ser deportado siempre lo acompaña.
Ahora trabaja como estilista independiente y tiene ingresos semanales suficientes para continuar cosechando un buen futuro.
“Lo que me motivó para viajar a Estados Unidos fue salir de la pobreza, dejar mis adicciones y ayudar a mis hermanos pequeños”.