Añadió que en busca de regresar a EE. UU., su abuela hizo una serie de trámites en la embajada de ese país, pero no era posible confirmar su nacionalidad, así que cuando cumplió 18 años decidió emprender el viaje de manera ilegal, durante el cual se enfrentó a una serie de peligros que marcaron su vida.
“El calvario comenzó en Tuxtla Gutiérrez, México; ahí dormí a la intemperie a un costado de la línea del tren, después viajé en la Bestia —tren de carga— junto a otros migrantes. Yo iba adentro porque pagué, pero me daba tristeza ver a quienes iban colgando. Después caminé en el desierto durante tres días y tres noches, recuerdo que en el día hacía un calor intenso y en la noche había mucho frío”, indicó.
De acuerdo con Manrique, el sacrificio que hacen los migrantes en busca de mejores oportunidades es inexplicable, ya que recuerda que durante su travesía por el desierto tuvo que beber agua contaminada en potreros, pues esa era su única alternativa para sobrevivir al intenso calor de la zona.
Capturado
Al final del trayecto, Manrique fue capturado por agentes de la Patrulla Fronteriza y logró comunicarse con su progenitor, quien tiene residencia en ese país, y con ayuda de sus abogados confirmaron su nacionalidad estadounidense.
Manrique ahora trabaja en una empresa que se dedica a la venta de automóviles, pero reconoce la valentía de los connacionales que a diario desafían a la muerte en su búsqueda del sueño americano, pues en Guatemala no existen las oportunidades de desarrollo que la población necesita.
El caso de Manrique, quien vive en Houston junto a su esposa y su hijo de 4 años, es distinto al de la mayoría de guatemaltecos que emprenden ese viaje, ya que muchos de ellos mueren en el intento, son capturados y deportados.