Santiago, de 44 años, recuerda que septiembre era uno de los meses más lluviosos en Concepción Chiquirichapa, Quetzaltenango, una localidad ubicada entre cerros mayas de Guatemala y a 115 km al occidente de la capital.
Sin embargo, en lo que va de este mes ha visto varios días seguidos sin que caiga del cielo una gota de agua, cuenta Santiago, quien se cubre del sol con una vieja gorra gris.
“Antes había agua pero ya cambió el tiempo”, comenta el agricultor junto a su “cosechador”, un estanque circular construido con varillas de hierro y láminas de zinc, cubierto por una extensa capa de nailon negro que recoge el agua-lluvia mediante un sistema de tuberías conectado a un techo.
Desde hace un año, cinco recolectores funcionan en la aldea Tuitzisbil con capacidad para almacenar 42 mil litros de agua cada uno para el riego por goteo de las papas, su principal cultivo de subsistencia.
Poca o mucha lluvia
La temporada de lluvias de Guatemala se extiende de mayo a noviembre, pero desde hace unos 10 años ha cambiado el clima y las canículas son más constantes en la región occidental, donde radica la mayoría de las comunidades indígenas del país, muchas de ellas en la pobreza.
Datos oficiales señalan que dos tercios (59.3por ciento) de los 16 millones de guatemaltecos vive en la pobreza y la cifra alcanza 79.2 por ciento en las zonas autóctonas, donde proliferan los problemas de desnutrición.
“Por el cambio climático, o llueve poco o llueve más de lo normal”, señala Víctor Rodas, coordinador regional del programa Clima, Naturaleza y Comunidades en Guatemala liderado por la ONG estadounidense Rainforest Alliance que apoya a los pobladores en acciones para adaptarse a las alteraciones del clima.
Rodas explica que en algunas ocasiones los aguaceros son más fuertes y “cae más cantidad de agua en períodos más cortos”, lo que causa deslizamientos de terrenos y origina grandes pérdidas a los campesinos e incluso impulsándolos a migrar a Estados Unidos u otras regiones del país para la zafra de caña de azúcar y la colecta de café.
Para enfrentar el exceso de lluvias, los pobladores de este municipio de 20 mil indígenas maya-mam, empezaron a crear zanjas alrededor de los nacimientos naturales de agua en las montañas y sembradíos de legumbres para evitar derrumbes, así como una campaña para reforestar los bosques.
Guardianes del bosque
“Queremos más árboles en los bosques, porque los que capturan agua son los árboles”, señala Marcelino Rivera, encargado del programa de medio ambiente de la localidad, mientras muestra un brote de agua entre la montaña, rodeado de flores y velas que los pobladores han colocado como ofrenda para agradecer la benevolencia del “creador y la naturaleza”.
En el vecino pueblo de Cajolá, María Morales dirige la asociación “El Quetzal” de medio centenar de mujeres indígenas que desde hace cinco años se adentran en los bosques para recolectar semillas de pino y especies nativas para comercializarlas en el mercado local y promover la reforestación.
El movimiento que dirige la líder comunitaria, quien porta un vistoso traje de tejidos rojos y azules, ha crecido al punto de tener su propio vivero. “El reto que tenemos es conservar nuestro medio ambiente”, señala Morales.
En el altiplano también hay un programa para la conservación de bosques mediante el aprovechamiento regulado de madera como parte de las acciones para adaptarse al cambio climático, aunque los participantes deben lidiar con la tala ilegal que sigue ganando la batalla.
“Hemos pedido a las autoridades que fortalezcan las instituciones encargadas de protección a la naturaleza, que cumplan su rol porque tienen pocos recursos” , sentencia Heber Quezada, presidente de la Asociación Forestal del departamento de Quiché, que resguarda unas mil hectáreas de bosque.