Carmelita está ubicada a 85 kilómetros de Ciudad Flores, en medio de la Reserva de la Biosfera Maya, compuesta por 2.1 millones de hectáreas de bosque. Los vecinos extraen la hoja de xate, un producto muy cotizado en el extranjero por su belleza ornamental y que les genera más de US$1 millón al año —unos Q7.3 millones—; la semilla de ramón, cuyas propiedades nutritivas han hecho que su mercado vaya en expansión, y se aprovechan maderas preciosas, principalmente caoba y cedro.
No es una región millonaria. El salario promedio en la comunidad ronda los Q50 al día, Q36.90 menos que el mínimo, pero que alcanza para comer y ahorrar un poco. No pagan servicio de energía eléctrica ni agua entubada, pues los obtienen de paneles solares y fuentes naturales.
Kely España, de 19 años, aprendió a vivir de la selva. Junto a su esposo, Wilder Trujillo, 23, y su hijo, Jeison, 1, vive en un rancho de madera y paja de no más de 25 metros cuadrados. La pareja sueña con que el niño asista a la escuela en los años siguientes.
La joven relata que no le falta el alimento y que viven bien, aislados de lo urbano. Aunque conseguir trabajo es difícil, a Kely la contratan como cocinera para turistas. “Para nosotros no hay nada difícil, porque gracias a Dios el turismo nos da muchos beneficios y todos protegemos el bosque que nos da de comer”, comenta.
Miles de personas dependen de la selva en Carmelita. Ahí hay 11 concesiones forestales —unas 485 mil 200 hectáreas—, en un modelo de conservación implementado por el Estado en 1990, con el afán de proteger los bosques, considerados entre los más importantes de Centroamérica. La tenencia de la tierra en ese lugar inquieta a muchos residentes. Tienen claro que habitan un área protegida. En los últimos tiempos no se han registrado incendios forestales y talas ilegales en las 53 mil 797 hectáreas que tienen bajo concesión desde 1997.
Los vecinos explotan el bosque a través de la cooperativa Carmelita, que también les permite comercializar los productos.
Con el descubrimiento del sitio arqueológico El Mirador, una enigmática ciudad maya oculta entre la selva y cuyos primeros hallazgos fueron registrados en 1930, los vecinos de Carmelita trazaron rutas para expediciones turísticas, de donde proviene un alto porcentaje de los ingresos de las familias de la aldea. Para conocer el sitio hay que caminar dos días desde Carmelita, cuyos habitantes ofrecen servicio de guías de turistas, arrieros para el traslado de equipaje y cocineras.
La cooperativa ha organizado grupos para que todos los vecinos tengan las mismas oportunidades de trabajo. En el 2016, la comunidad fue visitada por 945 viajeros, quienes llegaron por la venta de 163 paquetes que una operadora turística, coordinada por la cooperativa, vende en Ciudad Flores. Esa cifra de visitas supera las 749 del 2015, y las 644 del 2014.
Los pobladores se organizan para hacer rondas contra talas ilegales, cacería e incendios forestales, las principales amenazas para los recursos naturales. Para ello instalaron torres de más de 15 metros de alto, en las que los “vigilantes” —vecinos—, si detectan humo, ondean una bandera roja, a manera de alarma.
Años atrás, la situación de los residentes de Carmelita era distinta. Incluso no tenían una escuela para los niños, pero con el paso de los años se han dado pasos importantes. Por ejemplo, la Unión Europea (UE) implementó un laboratorio de computación en la escuela local, donde los estudiantes tienen acceso a internet, gracias a que se cuenta con un panel solar que suministra energía a las computadoras y a la antena satelital que recibe la señal.
En la escuela hay un refrigerador, único en la comunidad, en el que se mantiene fresca una que otra medicina.
En Carmelita no hay familias numerosas ni niños desnutridos. Para Claudia Barillas, oficial de proyectos de la EU en Guatemala, es un buen indicador para decir que las cosas avanzan por buen camino.
La Cooperativa Carmelita les paga a los recolectores Q0.60 por cada palma que reúna las características que exige el mercado internacional.
Algunos recolectores de semillas de ramón lavan su producto antes de venderlo. Con lo que obtienen mejor precio. La libra lavada se vende a Q1.60, y si no se lava, a Q1.20. Hay árboles que pueden producir hasta 400 libras de esa semilla por temporada. Entre marzo y mayo —temporada baja—, cada recolector puede reunir de 70 a cien libras. Y entre septiembre y noviembre —temporada alta—, unas 150 libras por día.
La cooperativa también procesa maderas preciosas extraídas de la selva de manera sostenible. De los 159 socios, 84 son hombres y 75, mujeres. La cooperativa les ofrece seguro de vida, atención médica funeraria en caso de que fallezca algún pariente. También trabaja en la construcción de un hotel ecológico.
Cambian cultivo
Otra comunidad modelo es Uaxactún, a más de 80 kilómetros de Ciudad Flores e inmersa en una espesa selva —hábitat de unas 350 especies de árboles y plantas—. En 1950 y 1980, sus habitantes dependieron del cultivo de chicle. Ahora se dedican a otras tareas.
En esa comunidad, los 963 habitantes extraen cada año 875 árboles, principalmente caoba y cedro, cuya madera es procesada y vendida en el mercado nacional e internacional. El aprovechamiento de la madera es una actividad delicada, pues debe prevalecer la subsistencia del bosque. El daño causado al entorno debe ser mínimo, para garantizar que la repoblación natural ocurra con normalidad.
Por cada hectárea de bosque se aprovecha un árbol como máximo, y si los modelos de conservación y aprovechamiento lo permiten, se efectuará un nuevo corte en la misma área en 39 años.
Para los residentes de la comunidad, como para los de Carmelita, aprovechar recursos naturales se traduce en el cuidado de los bosques y en mejoras a la escuela, en la que estudian 350 niños.
En la comunidad funcionan dos hospedajes comunitarios —en la casa de algunos vecinos— y tres restaurantes.
Joselin Yamilet Hernández tiene 16 años y espera a su segundo hijo. Ella migró hace dos meses desde Morales, Izabal, para mejorar su calidad de vida. Según dice, allí puede vivir y trabajar sin mayores complicaciones, aunque no hay energía eléctrica ni agua entubada. Su objetivo es aprender a convivir con el bosque y el sofocante calor de la zona.
La economía de la familia de Joselin depende de la recolección de productos de la selva y del cultivo de frijol y maíz.
Las concesiones
Se otorgaron por 25 años. Carmelita y Uaxactún están por cumplir dos décadas. Los pobladores desconocen si el Estado continuará con el proyecto supervisado por el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap). El director del Departamento de Manejo de Bosques, César Beltetón, lo califica como referente de manejo sostenible y de conservación de áreas protegidas.
Marcedonio Cortave, presidente de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén, que aglutina a 24 organizaciones comunitarias, asegura que gracias al trabajo conjunto se conservan la flora y fauna locales.
Mapas satelitales demuestran que las zonas bajo concesión no registran daños por deforestación e incendios forestales en esas áreas.
Los productos maderables y no forestales que se aprovechan en las concesiones son procesados en industrias manejadas por asociaciones o cooperativas, que los comercializan. Recaudan US$1.8 millones —unos Q13.2 millones— que se invierten en las comunidades y conservación y manejo de los bosques.
En Flores, por ejemplo, funciona la Empresa Comunitaria de Servicios del Bosque (Forescom), en la que se procesan 800 mil pies de madera fina cada año, proveniente de talas manejadas, principalmente de Pucté, Santa María y Manchiche. El producto se vende en Europa.
La comunidad internacional presta atención al modelo. La UE invierte en capacitar a los actores involucrados en el proyecto.
Mientras llega el vencimiento de las primeras concesiones y el Gobierno determine qué hará con las áreas, los vecinos de Carmelita y Uaxactún conservan el bosque.
Requisitos
Concesiones pagan impuestos
Ocho de las 11 concesiones forestales en Petén se otorgaron a comunidades organizadas y tres están pobladas –Carmelita, Uaxactún y Cruce La Colorada—. Otras dos están en manos de las empresas Batel Comercial Ltd. y Gibor,
S. A., que cuida la selva mediante el aprovechamiento adecuado de sus recursos, principalmente las maderas finas.
Cada concesión está obligada a contar con una certificación internacional que le cuesta US$4 mil 500 al año —unos Q32 mil 985—; licencia forestal, de entre Q120 mil y Q130 mil —monto que dependerá de la cantidad de especies que se aprovechen—.
Cada cinco años, las concesiones pagan US$12 mil —Q87 mil 960— por una evaluación de recertificación. También invierten Q350 mil anuales en patrullaje y control y mantenimiento de brechas contra incendios forestales.
Por el impuesto sobre uso y manejo cada concesión contribuye al Estado con el pago de Q7 y Q10 por hectárea. Además, asume los gastos de combustible y alimentación para los monitoreos efectuados por el Conap, que en algunos casos suman 11 al año.