Jiménez duerme en la zona 4 con dos lustradores más, con quienes camina a la zona 1 todos los días. Cada uno paga Q350 al mes por una habitación, donde solo tienen sus camas.
Por el tiempo que tiene como lustrador de zapatos, Jiménez dice tener derecho para ocupar una de las cinco bancas que hay entre la 13 y 14 calles de la 6a. avenida. Las otras cuatro las ocupan sus compañeros, quienes también llevan varios años en ese trabajo, aunque refiere que “nadie es dueño del lugar y a los nuevos se les apoya y se les enseña el oficio”.
“Es cierto que tengo bastante tiempo en esto, pero no puedo cobrar más de Q3 por lustre, porque la gente no paga y pierdo clientes”, dice Jiménez.
Este martes, Juan José Santos, de 17, se levantó a las 5 horas y las 6 ya estaba en el Paseo de la Sexta. Tiene dos meses de haber llegado a la capital desde San Pedro Jocopilas, Quiché, donde trabajaba como agricultor, pero prefirió aventurarse en la capital, donde gana unos Q45 o Q75 al día, por entre 15 y 25 lustres, a Q3 cada uno, aunque hay días que no atiende a más de 10 clientes.
Santos no tiene novia ni hijos, solo tiene aprobada la primaria y no ha podido encontrar otro trabajo. Por ahora lo que gana solo le alcanza para pagar sus alimentos y Q300 de alquiler.
Solidaridad
Santos refiere que la mayoría de quienes lustran zapatos en la Sexta Avenida son de la provincia, a pesar de eso todos se conocen y comparten habitaciones en la 18 calle y 6a. avenida de la zona 1.
El horario de trabajo depende de cada uno. Algunos a las 5 horas ya están en la zona 1, y otros más tarde. En lo que sí coinciden es en que todos terminan de laborar a eso de las 19 horas, y muy lejos de sus familias.
Las cajas de lustre las compran en el mercado de La Terminal, en la zona 4, a Q50, junto al resto de materiales como la pasta negra y la café. Esta permanece casi intacta, porque son raros los clientes que piden ese color. Nadie tiene un tiempo estimado de cuanto les dura el material de trabajo, debido a que todos trabajan a diferente ritmo.
Soledad
No todos los lustradores son jóvenes y guardan mucha energía, también están los que no esperan recibir una pensión y deben arreglárselas como puedan. Ese es el caso de Carlos Morataya, 53, de los cuales ocho ha trabajado como lustrador, después de quedarse sin padres y esposa.
“No tuve hijos y mi esposa y mis padres ya murieron. Los problemas económicos me hicieron venir aquí. No me da vergüenza porque es un trabajo digno”, refiere.
Frente al parque Concordia, Morataya menciona que también hace trabajos de albañilería y plomería, pero cuando no es solicitado toma su caja de lustre y se dirige a la Sexta Avenida a esperar que un cliente le aporte otros Q3.00.