“El fríjol fue peor. Casi que se perdió todo. La gente no tiene que comer”, recuerda Luis mientras sostiene una mazorca de maíz tan pequeña y tan seca que ni los insectos quieren comerla.
Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Moyuta es uno de los municipios más afectados por la sequía de este año. Y es por ello que está entre los prioritarios para aplicar los sistemas de reacción de emergencias, un proyecto al que junto con la Embajada de Alemania destinó casi US$2 millones para una respuesta inmediata.
El dinero sirve para dar charlas educativas sobre nutrición y planificación familiar. También para entregar US$150 da cuatro mil 680 familias de 57 comunidades en dos pagos. Con esta cantidad, entregada principalmente a las mujeres de las familias, se les recomienda comprar comida en el mercado local y se les coloca un dibujo de una pirámide alimenticia adaptada a la región en las bolsas donadas para que puedan comprar los alimentos más adecuados.
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Según el PMA, se calcula que cada familia tiene cinco integrantes, así que la ayuda llegaría a casi 23 mil 500 personas de la región. Aunque parezca mínimo, este dinero bien utilizado permite a las familias el consumo de calorías y vitaminas importantes. Básicas para sobrevivir a la miseria y el hambre de una sequía anunciada.
En el mercado de Moyuta, bajo un calor asfixiante y un sol en su punto cenit, las mujeres y un par de hombres de la aldea hacen valer cada centavo de la ayuda recibida. Rebuscan entre los vegetales y las legumbres los más jugosos y baratos. Regatean a los vendedores para proveer sus casas de comida saludable.
“Antes me gastaba el dinero en comida chatarra (refrescos con gas, papa fritas de bolsa o dulces), pero ahora en la municipalidad me han ayudado a elegir la mejor comida para mis hijos”, comenta Magdalena, una mujer de 36 años y madre de cuatro hijos que está eligiendo tomates. Los más rojos y grandes.
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En San Andrés, una pequeña comunidad de 490 habitantes, la ayuda ha sido recibida con agrado. “La tierra está seca, a las mazorcas ya casi no se le sacan granos, tampoco hay trabajo de jornal. Cada ayuda es importante”, dice Felipe Galicia, un jornalero de 45 años.
Y es que la sequía también afectó a las plantaciones de café cercanas, una de las principales fuentes de trabajo de las comunidades de Moyuta. “Antes salíamos en picop todos los días de cosecha. El trabajo abundaba y podíamos traer dinero a casa. Ahora ni el fríjol ni el maíz que tenemos sembrados en el patio nos da para comer”.
El secretario de Seguridad Alimentaria y Nutricional, Juan Carlos Carías, explica que una canícula prolongada en agosto del 2018 afectó a la región. Pero la situación se agravó. Al pasar este fenómeno, las lluvias se incrementaron e inundaron los campos. Dos eventos que unidos causaron la tragedia: destruyeron las cosechas.
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Juan Vásquez, otro agricultor de 50 años, recoge pequeñas mazorcas del suelo mientras con sus uñas negras trata de desgranarlas. “Mire, no sale nada de esto. Son tan pequeñas, no crecieron nada. Cada familia para subsistir necesita unos 20 o 25 quintales de maíz. De esto no podés sacar nada”, dice con tristeza en medio de lo que antes era un sembradío.
A pesar de la ayuda, la situación parece ir de mal en peor. Este año, el Ministerio de Salud anunció que 15 departamentos del país están en riesgo de presentar varios casos de desnutrición infantil debido a un período de hambre estacional que empezaría la segunda semana de marzo de este año.
En el 2019, según estas proyecciones, más de 297 mil familias podrían verse afectadas directamente por los efectos de la sequía y las bajas lluvias. Mientras unos debaten sobre cifras, Rosita, en su casa de madera en San Andrés, espera que el maíz alcance para seguir haciendo tortillas para su familia.
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