El puente Belice está inmediatamente encima de la casa que María del Carmen comparte con su esposo, Antonio Escobar, y su nieta de cinco años, Darlyn Marleny. Las grandes vigas de acero, deterioradas y oxidadas, cruzan a solo tres metros del techo de lámina. Y no es la única: buena parte de las 350 viviendas del barrio tiene por segundo techo la estructura de metal crujiente del Belice.
El puente se puede caer, dicen muchos. Hoy, como en cualquier día, tiembla cada vez que pasan los autos. El piso del barrio a veces parece hecho de gelatina y el agua de los charcos en la calle dibuja aureolas a menudo, como en esas películas donde un monstruo pisa duro y la vibración se expande. El primer piso de la casa de María del Carmen, una construcción apenas más grande que un estacionamiento estándar para vehículo —15 metros cuadros—, es de block; el segundo, de una madera ya maltratada por los años y el clima. Cuando la primera planta se sacude por los camiones que cruzan el puente, la segunda cruje.
Pero a María del Carmen no le importa. “Somos conscientes que algún día vamos a dejar lo que por años nos ha costado construir”, dice, mientras mira su casa despintada y se rasca la cabeza. “Tememos más al desalojo que a la caída del puente”.
María del Carmen y su esposo Antonio llegaron hace 12 años al asentamiento, que hoy empaca más de 350 casas en un predio apenas más grande que el estadio Doroteo Guamuch Flores. Algunas son covachas apiñadas en una ladera peligrosa. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) catalogó hace 14 años el lugar como una zona de alto riesgo, pero eso no ha detenido la llegada de familias. Vivir bajo un puente enorme que puede caerse es mejor que morar en la calle o vagar sin destino.
El barrio bajo el puente Belice ha ido prosperando dentro de los límites de la escasez. No hay mucho lugar para más casitas, pero la gente se arregla. La casa de María del Carmen no escapa a esa imagen. Una refrigeradora y una estufa están acomodadas en el primer piso. Una escalera de quince escalones muy empinada, como la que usaría un bombero para rescatar a una persona en un incendio, da paso a la segunda estancia. Allí solo hay una cama. La habitación está dividida por una sábana. En el techo hay sillas quebradas y maderas pesadas para que el viento no se lleve las láminas.
Son las cinco de la tarde y el sol radiante comienza su descenso, lento. El estruendo de cientos de vehículos, en hora pico, es cada vez mayor y el olor intenso a humo que emana de los escapes se mezcla con la resaca dura de las aguas negras del río Las Vacas, que corre perezoso a unos cincuenta metros de la casa de María del Carmen.
Darlyn Marleny, la nieta, juega con su muñeca justo debajo de un arco del puente. Para la niña el ruido es natural, parte de la vida diaria.
Estructura en el olvido
El puente Belice fue inaugurado el 18 de noviembre de 1958 por el gobierno de Miguel Ydígoras Fuentes. Fue el puente más moderno de su época, producto del diseño alemán y construido con acero en Estados Unidos.
El Belice fue levantado en casi tres años. Solo la superestructura de acero llevó unos nueve meses. La obra estuvo a cargo del ingeniero Juan de Dios Aguilar, presidente de la primera junta directiva del Colegio de Ingenieros, y de Arturo Bickford, alcalde capitalino en la década de 1940. Tiene una extensión de 240 metros y mide 18.28 de ancho. Hay dos carriles por lado. Su construcción demandó mil cincuenta toneladas de acero —dos millones cien mil libras—.
Desde su fundación, el puente Belice comunica la capital con el Atlántico y permite que salgan las mercaderías a los puertos del norte y sur. Por la misma ruta entran los alimentos y medicinas para los habitantes de la mayor ciudad del país. Si ese puente afronta un inconveniente, el funcionamiento de Ciudad de Guatemala —y buena parte del país— será severamente afectado.
El problema es que esa situación es posible, y puede ocurrir en cualquier momento. En 2016, un equipo de investigadores de la cooperación japonesa y la Universidad de San Carlos advirtieron de que si al puente no se le daba mantenimiento se desplomará. Ninguna institución quiso compartir el documento.
También, en mayo de 2016, profesionales del Instituto de Investigaciones de Ingeniería, Matemática y Ciencias Físicas de la Universidad Mariano Gálvez (UMG) midieron la vibración en el puente Belice y los resultados complementaron los estudios efectuados semanas atrás.
Entre las conclusiones se indica que existen hundimientos en las tres uniones del puente que provocan golpes a la estructura y causan las vibraciones que perciben los vecinos. Esos movimientos son anormales y ocasionan que las piezas se desgasten y puedan quebrarse.
El informe fue entregado a la mesa técnica interinstitucional que da seguimiento al estado del puente Belice. Rolando Torres, ingeniero de la UMG que dirigió el estudio de la parte superior de la estructura, indica que se debe determinar el nivel de desgaste de cada una de las 770 piezas que forman el puente. Explicó que el análisis de resistencia determinó que 31 piezas de la plataforma ya superaron el límite de seguridad.
Sin embargo, aun con los riesgos, los informes de los investigadores japoneses, de la Conred y de la UMG son el secreto mejor guardado por las autoridades. Ni el Ministerio de Comunicaciones ni la Conred, ni la Procuraduría de los Derechos Humanos ni la Municipalidad capitalina dan información al respecto.
Si el Belice se cae, Guatemala dejaría de mover millones de quetzales en productos, pero el problema es todavía mayor, porque, antes que el dinero, podrían perder la vida muchas de las más de cinco mil personas que viven debajo y encima de la estructura de acero.
De acuerdo con el portal Guatecompras, no hay interés de empresas nacionales en presentar ofertas para nivelar la estructura de la base y renovar el concreto. El evento, con el registro 5911591, comenzó el 20 de marzo pasado y cerró el 2 de mayo, a las 10 horas. El ministro de Comunicaciones, Aldo García, dijo que están presupuestados Q40 millones para la reconstrucción del puente.
Afectados por la pobreza
María del Carmen y su esposo se instalaron debajo del puente Belice en 2005. Eran pobres y no tenían trabajo. Al principio sentían temor por el ruido, pero después de una década aprendieron a convivir con el estruendo de 70 mil vehículos que pasan cada día sobre el techo de su casa. Todo parece demasiado normal: cuando cruzan camiones de 37 toneladas con doble remolque, la casa cruje, pero ella no reacciona.
Antonio vende pollo y papas fritas en el asentamiento. Por la tarde, dice, la vibración del puente es menor porque el transporte de carga pesada tiene prohibida la circulación, pero después de las nueve de la noche y durante la madrugada suena como los truenos de una tempestad y la vibración se intensifica cada vez que los tráileres aceleran sobre el asfalto.
“Constantemente viene personal de Conred y la Municipalidad de Guatemala a revisar el puente”, dice Nohemí Sánchez, quien desde hace 22 años vive con su hijo a un costado de la base de la estructura.
A Nohemí tampoco le molesta la precariedad del puente, porque sus urgencias son más complejas: “No nos dicen nada, pero vivimos con el temor de ser desalojados. Si me sacan de mi casa no tengo a dónde ir. Las familias somos pobres y no tenemos dinero para comprar una casa”.
La necesidad parece ser tal que los habitantes del asentamiento Jesús de la Buena Esperanza no se van ni cuando el riesgo se vuelve demasiado real. Hace casi una década, el conductor de un camión perdió el control cuando cruzaba el puente y el vehículo cayó en un basurero cercano a las casas. Nadie murió. Por el contrario, el asentamiento recibió más vecinos año tras año.
El asentamiento está dividido en cuatro sectores. En el sector 3, 30 viviendas fueron declaradas inhabitables por la Conred, en septiembre de 2016, debido a una grieta de cincuenta metros de longitud en esa área, ocasionada por la fuga de agua en la tubería del sistema de distribución del servicio, por falta de mantenimiento.
Los deslizamientos y derrumbes también amenazan a los vecinos de ese sector. El río Las Vacas se encuentra inmediatamente después de la ladera. No es un lugar seguro para vivir, y mucho menos saludable. El suelo está compuesto por relleno de sólidos y residuos de basura y, al fondo, el río sirve como drenaje de aguas servidas y pluviales.
Fragilidad
Si el puente es un techo frágil que puede colapsar, el barranco es un piso demasiado endeble para estar en pie. Otro factor que puede incrementar los efectos y romper la estabilidad de las laderas es la carga lateral provocada por los sismos, que afectan a mayor escala y pueden detonar en deslizamientos de grandes masas de suelo. El 11 de octubre de 2011, dos personas se lesionaron por un derrumbe en el barrio.
Desde 2003, la Conred ha venido recomendando a los vecinos que se trasladen a áreas menos vulnerables y de menor riesgo lo más rápido posible, pues el terreno que habitan está muy deteriorado. Por medio de una inspección visual, personal de la entidad determinó que no es un sitio recomendable para vivir y que cualquier obra de mitigación sería costosa y no reduciría la exposición de la comunidad a las amenazas.
Aunque las autoridades no tienen el número preciso de personas que viven en la zona en peligro, el proyecto de la oenegé jesuita Alboan, titulado “Bajo el puente, educación y empleo digno”, establece que en Jesús de la Buena Esperanza viven 700 familias, unas cinco mil personas en total. Mercedes de Rojas, presidenta del comité de vecinos del lugar, cree que la población crece en un 15% anual.
La densidad poblacional es preocupante. En promedio, tres familias —unas siete personas— habitan cada casa, demasiado pequeña, incluso para dos padres y un hijo, según los estándares de construcción de Techo. Gabriel Valle, de Fundaeco, considera que un espacio idóneo para cinco personas debe medir 200 metros cuadrados —espacio verde, patio trasero, habitaciones, cocina, baños y garaje—.
La vivienda de una familia de tres integrantes debería medir 5×10 metros cuadrados, el espacio mínimo para dos habitaciones y un ambiente común. “Los hijos crecen y no tienen a dónde ir”, dice De Rojas. “La única opción que tienen los padres es hacer un espacio en la misma casa”.
Por eso se hace necesaria la instalación de servicios básicos y proyectos de salud.
En el sector 4, donde vive la presidenta vecinal desde 2006, hay 103 casas y 57 contadores de agua; 32 están en proceso de ser instalados porque, según instrucciones de la Municipalidad, en los próximos días se reconectará el servicio de agua entubada, que fue cortado por temor a fugas. En esa área, la población depende de dos chorros públicos, donde los vecinos instalaron adaptadores de mangueras.
Para Mercedes de Rojas, un posible desplome del puente Belice también afectaría a familias de los asentamientos La Paz, de la finca El Carmen y los anexos de la colonia El Carmen, todos barrios ubicados en los alrededores.
A pesar de que en las puertas de las viviendas de Jesús de la Buena Esperanza hay calcomanías con la palabra “Censo”, ni la Municipalidad de Guatemala ni la Conred tienen claro quién hizo el estudio poblacional. De hecho, el Gobierno no sabe cuántas personas viven debajo del puente.
El 20 de marzo último, la Procuraduría de los Derechos Humanos envió una carta al Ministerio Público para recordarle que hay un expediente abierto por el peligro que corren las personas que utilizan el puente y las familias que viven debajo de este. La omisión de acciones podría derivar en acciones penales contra autoridades actuales y anteriores del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda (CIV), advierte la misiva.
David de León, portavoz de la Conred, dijo que en 2003 la institución recomendó a las personas que viven bajo el puente y a la Municipalidad buscar otro sector adonde mudar el barrio. Luego de la alerta, en 2016 reiteró el llamado a la comuna y al Viceministerio de Vivienda: era imperativo identificar un terreno seguro para las familias.
En la actualidad, el CIV trabaja en un proyecto de viviendas multifamilares de entre cinco y seis pisos en un terreno que el Ministerio de Gobernación tiene en la zona 6 capitalina, donde antes funcionó la Academia de la Policía Nacional Civil. Albergaría a 450 familias, según el ministro de Comunicaciones.
Carlos Barillas, viceministro de Vivienda, explicó en su momento que las casas no serán regaladas. El Gobierno ofrecería condiciones para que las familias adquieran una. Pero Nohemí, como otros vecinos de Jesús de la Buena Esperanza, no está dispuesta a aceptar una vivienda si tiene que pagarla.
Mientras la burocracia intenta solventar la situación, el puente tiembla sobre la cabeza de María del Carmen, su esposo, Antonio, y su nieta Darlyn Marleny. Los adultos esperan que se haga de noche para salir a vender el pollo y las papas fritas a la gente que pasa por su casa. La niña juega con su muñeca en la habitación.