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Las ventas de libros usados que son un tesoro olvidado en las calles de la ciudad de Guatemala

En medio del desgano por la lectura, las ventas de libros usados no se rinden.

Las ventas de libros usados han proliferado en El Centro Histórico de la ciudad  capital. Personas se interesan cada màs por la lectura.  





Fotografía Esbin Garcia  24-07-24

Las ventas de libros usados han proliferado en El Centro Histórico de la ciudad capital. (Foto Prensa Libre: Esbin García)

Caminar por las aceras del Centro Histórico capitalino es encontrarse con un mundo de libros de segunda mano y revistas publicadas hace una o más décadas. Las enciclopedias, novelas y otros géneros literarios que resguardan las ventas independientes luchan contra el paso del tiempo; muchos textos no dejarán los viejos estantes, algunos ya están deteriorados y otros pasarán al reciclaje ante la falta de compradores que no conocen los autores o prefieren descargar los libros en internet.


Las redes sociales, según los vendedores, desplazan el hábito de la lectura y los visitantes a estos lugares son cada vez más escasos.


Carlos Gudiel es un maestro jubilado que revisa una montaña de revistas Selecciones frente a una pequeña venta en la 9a. avenida y 12 calle de la zona 1 de la ciudad de Guatemala. Afirma que siempre las ha leído y no le importa si son publicaciones de los años noventa, pues para él no pierden su valor. También guarda aprecio por los libros que está pendiente de leer.


Dentro del local, la tranquilidad de Marta González es evidente. La encargada del negocio está consciente de que el precio de revistas como las que le interesan a Carlos no supera Q1, por lo que la posibilidad de que alguien se las quiera robar es improbable.


Marta tiene 10 años de dedicarse a la venta de libros. Títulos como El Señor de los anillos y Harry Potter que están sobre el mostrador dan cuenta de que la venta de estas obras fue en descenso, así como la novedad, y por ello van bajando de precio a la espera de que alguien los compre.


Ya no se ve a jóvenes explorando libros de ciencia ficción, misterio, novelas o revistas científicas, dice González. Es un lunes por la mañana y debe ordenar tesis universitarias y textos de historia de diferentes autores que buscarán los estudiantes estos días, porque se trata de “encargos” de los profesores que valen puntos para los primeros. Cada semana, Marta recibe ejemplares para su clasificación, pero no todos se venderán y tampoco serán colocados en exhibición.


“Son libros que sabemos que nadie va a leer. Entonces es por demás ofrecerlos. El dueño los vende para reciclaje”, dice sin emoción.


El desafío que enfrentan las ventas independientes de libros es mayor cada día y sus propietarios ven con nostalgia los tiempos en que los estantes colmados de historia se vaciaban y los lectores demandaban cada nueva obra de sus autores favoritos.


Los precios de los libros en las ventas independientes van desde Q1 hasta Q500; depende del autor, el contenido y el año de publicación. A pesar del ocaso en que se encuentran esos negocios, hay algunos que esconden tesoros y ofrecen colecciones que datan de una y hasta tres centurias.


Los libros que se ofrecen llegan desde distintos puntos del país y los propietarios de las librerías los compran por lotes o se obtienen de hogares donde se considera que los textos que utilizaron en sus estudios no les servirán más y solo les restan espacio. En otros casos provienen de jóvenes que terminaron la universidad y deciden trasladarse a otro país, o de familias de intelectuales que fallecieron y dejaron vastas bibliotecas.

Venta de libros en la 9a. avenida y 11 calle, zona 1 .(Foto Prensa Libre: Esbin García)


Restauración


Muchos libros que se compran para la reventa llegan maltratados, otros sin pasta, pero ese no es problema, indica Sofía García, pues ella se encarga de su restauración. Para ello muestra una biblia a la que le remozó la pasta, sin que se perciba la diferencia.


“Es sencillo, solo es cuestión de usar una regla y un lapicero para marcar el tamaño del libro y cortar el material. El empastado lleva tres piezas, aunque cuando el trabajo es más complicado se envía a una imprenta”, aclara.


“Algunos vienen sin pasta, rotos o apolillados. Según cómo vengan, así será el valor”, agrega.


Stephen King, Edgar Allan Poe y Agatha Christie son los autores que Sofía menciona como los más buscados por personas que superan los 40 años.


Ella espera que mejoren las ventas, a la vez que está consciente que es difícil, puesto que estas se concentran en determinados autores que buscan los estudiantes, quienes, reconoce con nostalgia, solo cumplen con lo que les piden los maestros, pero no tienen vocación de leer.


“Es triste ver que la lectura ya no interesa a los jóvenes. En estos tiempos muchas personas adultas aprovechan el conocimiento que adquirieron para aprovecharse de los que no saben”, expresa.


Terapia y esperanza


En los últimos seis meses, a la librería de Gabriel Solórzano, ubicada en la 9a. avenida y 16 calle de la zona 1, han llegado más lectores que buscan libros de filosofía, sobre el manejo de la ira, cómo tratar la depresión o superar una ruptura amorosa, “porque su psicólogo lo recomienda”.


“No todo está perdido. Hay jóvenes que vienen a comprar libros de motivación, de superación, tienen el hábito de la lectura o porque comienzan a sentir interés, piden recomendaciones y luego vienen por otros”, dice.
Con Gabriel también han acudido compradores por mayoreo para llevarle material de lectura a los reclusos, con la intención de que se “entretengan y aprendan”.


Como en otras ventas, Solórzano identifica cuando la lectura es por obligación, porque los clientes, en especial adolescentes, buscan el libro más “delgado y con menos hojas”. En otras palabras, resumidos.


Negocio perdido


“Nos mantenemos por los que compran libros”, manifiesta Eduardo Cot, quien durante los 25 años que lleva de administrar la librería Popol Vuh conoce a los diferentes tipos de clientes, como los bibliófilos, interesados en comprar ediciones clásicas, y los bibliómanos, que lo hacen para llenar de volúmenes una biblioteca en la casa, con el fin de presumir estatus, aunque nunca los vayan a abrir.


“En estos tiempos la mayoría de clientes pasa a diario a la librería para comprar un libro, pero luego no lo leen. También están los coleccionistas o bibliólatras, que buscan libros antiguos, mejor si son del siglo XIX. A estos últimos lo que les interesa es el año de publicación y la editorial”, afirma.


Cot lamenta que las personas jóvenes hayan reemplazado el hábito de la lectura por la interacción constante en los dispositivos de telefonía celular.


“Las redes sociales no son malas, pero hay que saber usarlas. Me da mucho gusto cuando vienen personas mayores de 40 años”, pues considera que tienen otra perspectiva.


Recuerda que hace 25 años el negocio de la venta de libros era rentable, porque los colegios negociaban con ellos y se hacían pedidos grandes a las editoriales.


“Ahora los lectores entran a internet, descargan los libros y allí pueden ver la editorial y el autor. Los textos de matemática y física quedaron atrás; un cálculo ya se puede hacer con aplicaciones del teléfono”, puntualiza.


Un buen refugio


Aunque sus estanterías están repletas de historia, la tecnología ha ensombrecido su nombre en la última década. La Biblioteca Nacional Luis Cardoza y Aragón cumple 144 años de resguardar libros históricos, y es uno de los ganchos para que estudiantes y particulares acudan para conocer la historia de Guatemala y publicaciones que no están en internet.


Miguel Ángel Asturias, Francis Polo Cifuentes o Rafael Arévalo Martínez son algunos de los autores que, según los bibliotecarios, piden los estudiantes, aunque no lo ven como una obligación, sino más bien un método para incentivarlos a que lean.


También buscan libros de matemática, ciencias sociales, seminarios de diferentes centros educativos que les han donado, enciclopedias, cuentos clásicos y escritores guatemaltecos.


“Si bien la afluencia no es la misma de hace 20 años, la Biblioteca Nacional aún tiene visitantes”, hace ver Sergio Robles, coordinador general de ese archivo.


Precisa que durante la pandemia las bibliotecas fueron cerradas y esta no fue la excepción. Con ello, según él, se abrieron las puertas para el uso de redes sociales. Pese a lo anterior, estima que la fortaleza de la Biblioteca Nacional es que cuenta con libros únicos, y es por ello que la afluencia sigue siendo constante, en especial por las tardes.


“Hay salas en las que hay 15 visitantes al día, a veces llegan a 25. Vienen estudiantes de básicos, universitarios y hasta internacionales. No podemos decir que no llega nadie”, destaca Robles.


Entre los libros catalogados como tesoros, porque son antiguos o únicos, y que están en una sala climatizada y con oxígeno para que no se dañe el papel, se encuentra la Biblia políglota escrita en siete idiomas y publicada en 1465.


No siempre es por Obligación


Gustavo es un estudiante de tercero básico que mira las revistas viejas que se ofrecen en las afueras de las ventas independientes. Asegura que en el colegio les dejaron como tarea leer ciertos libros, para luego responder cuestionarios relacionados con el contenido.


Aunque en un principio lo consideró como una obligación, luego se dio cuenta que le sirvieron de “pinceladas” para interesarse en otros autores.


Sus géneros literarios preferidos son las novelas de ciencia ficción y de misterio, pues se siente atraído por ese tipo de temas.


Dice no estar fuera de la realidad y reconoce que es poco tiempo el que le ha dedicado a la lectura, puesto que las redes sociales y el uso de la inteligencia artificial para investigar le simplifica las tareas.


“No es que nos solucione todo, falta mucho para que eso suceda, pero siento que en unos años el internet y las aplicaciones de inteligencia artificial serán el único medio para consultar sobre cualquier tema”, anticipa.


En la Biblioteca Nacional se encuentra Magaly, una estudiante universitaria de 22 años que piensa diferente. Sostiene que internet nunca podrá remplazar la información única que tienen las bibliotecas, porque los libros, además de leerse se pueden “palpar” y llevar a cualquier lugar.


“No creo que desaparezcan las bibliotecas ni los libros físicos; más bien que pueden tomar valor con el tiempo y se convertirán en tesoros que nuestros hijos algún día apreciarán de mejor manera porque será difícil conseguirlos. Ya lo estamos viviendo”, concluye.

ESCRITO POR:

José Manuel Patzán

Periodista de Prensa Libre especializado en temas de seguridad, con 18 años de experiencia en periodismo escrito, radial y televisivo. Reconocido con el premio Periodista del Año de Prensa Libre en 2016.