La laguna tiene una extensión de 5.9 km² y una profundidad de 28 metros, pero antes era más extensa y más profunda. A diario personas extraen agua con bombas, como si fuera inagotable, para abastecer a pueblos cercanos. Es notorio el retroceso de la orilla.
Las lagunas son repositorios naturales de agua que son abastecidos y desfogan de forma similar a los lagos, pero son de menor dimensión y profundidad.
El Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN) registra siete lagos, 365 lagunas menores y mayores, y 779 lagunetas de acuerdo con el estudio de Sistemas Lacustres de Guatemala, publicado en 1995 y elaborado por el ingeniero César Castañeda, investigador del Instituto de Agricultura, Recursos Naturales y Ambiente (Iarna) de las cuales han disminuido su nivel y algunas han desaparecido. De hecho, el Instituto de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh), reporta 158 lagunas y únicamente cinco lagunetas.
Extracción de agua
Una de las principales entradas de agua a las lagunas suele ser la lluvia, sobre todo las localizadas en antiguos cráteres volcánicos. También, hay algunas que tienen afluentes y salidas superficiales o subterráneas. Este balance se rompe cuando sale más agua de la que ingresa, y esto conduce a su reducción y desaparición. Los cambios en los patrones de lluvia agravan esta situación.
El volcán y laguna de Ipala fueron declarados área protegida por decreto 7-98 y están a cargo del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) y la Asociación para el Desarrollo Integral Sostenible de Oriente (Adiso). El objetivo era reducir la vulnerabilidad ambiental y fomentar la reforestación en las inmediaciones del cráter, mediante semilleros y viveros con especies nativas. Existen mesas técnicas con las municipalidades de esos municipios, para regular el uso del agua.
Oralia Monroy vive a cinco kilómetros de la laguna desde hace más de 20 años. Mensualmente paga Q20 por recibir agua y llena la pila de una a dos veces al día, pero cuando el motor de la bomba se daña debe subir a la cumbre para acarrear agua en tinajas.
Un caso similar
En las faldas del volcán de Pacaya se encuentra la Laguna de Calderas, tres kilómetros al norte del respiradero, actualmente activo. Hace un siglo tenía 90 metros de profundidad, pero hace 50 años comenzó la extracción de agua. Actualmente funcionan cuatro bombas para abastecer a las comunidades y la demanda ha aumentado con el crecimiento poblacional.
Lauro Morales, quien reside en la aldea Calderas, dice estar preocupado por la extracción de agua, pues el nivel de la laguna se reduce visiblemente. “Las futuras generaciones pueden quedarse sin agua, y por eso hay que luchar para conservar este tesoro”, advierte.
Según Luis Revolorio, presidente del Cocode de Calderas, a pesar de los cobros por servicio de agua y de las mesas técnicas con municipalidades y coadministraciones no han obtenido resultados ni recursos económicos para conservar la laguna. Las proyecciones no son halagüeñas: los pobladores consideran que en menos de 10 años ese cuerpo de agua podría secarse por completo.
Llamados a actuar
Según estudios del Iarna-URL, el 95% de los lagos y lagunas del país están contaminados, deteriorados por aguas servidas y desechos sólidos.
Los diagnósticos han sido abundantes y reiterados sobre el riesgo de agotar los recursos hídricos si no se adopta una gestión integral. Ya en el 2000, un informe del Cuerpo de Ingenieros del Comando Sur del Ejército de EE. UU. señalaba la necesidad de emprender planes de reforestación, crear un ente rector de la conservación y uso del agua, así como frenar la contaminación de ríos, lagos y lagunas.
El 21 de marzo, con motivo del Día Mundial del Agua, Juventino Gálvez, experto en gestión de recursos naturales e investigador del Iarna-URL, hizo un apremiante llamado a la acción: “En materia ambiental en general, y particularmente en lo que concierne a la gestión del agua, no se puede ser optimista cuando, deliberadamente o no, sabemos que estamos parados sobre escombros institucionales, donde se impone el interés del más fuerte y donde reina el sufrimiento junto a la incertidumbre”.
Conforme las lagunas van en proceso de desaparición, cambian las comunidades vegetales, así como la flora y la fauna, la dinámica del clima variable no permite que puedan abastecerse por completo.
Drama de Atescatempa
En el 2017 ocurrió algo inusitado en la Laguna de Atescatempa, Jutiapa, prácticamente se secó por falta de lluvia, excesivo calor y reducción de los ríos que la alimentaban. Cuatro años después ha recuperado un poco su nivel, pero el dantesco cuadro podría volver a repetirse y esta vez sin recuperación.
Para Víctor Ortiz, pescador de 47 años y oriundo del lugar, el estado de la laguna es “triste”. El deterioro no es nuevo para él: “Hace más de 10 años, el agua no ha recuperado su nivel. Solo confiamos en Dios para que envíe lluvia y se pueda mantener”.
En Occidente y Norte
La Laguna de Lemoa, en Santa Cruz del Quiché, ha perdido más del 50% de extensión, y por si fuera poco, está contaminada. Una de las principales causas es que sus orillas son utilizadas como lavaderos de ropa, además de que recibe agua de los drenajes, lo cual incrementa la cantidad de algas y dificulta la reproducción de peces.
En San Cristóbal Verapaz se encuentra la laguna Chichoj, que cada cierto tiempo se ve totalmente cubierta por ninfas, especie vegetal que bloquea la luz y acelera su deterioro.
Debido a la proliferación de este vegetal, el Ministerio de Ambiente, la alcaldía local, reservistas del Ejército, comunitarios, el grupo Ambientalista Kaq Koj, la pastoral Social y el Observatorio Ciudadano con la paz comenzaron desde marzo trabajos de limpieza, para conservar la biodiversidad del lugar. Con maquinaria de la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Izabal y Río Dulce han recolectado 2 mil 750 toneladas de ninfa. Sin embargo, por la llegada de residuos de fertilizantes se prevé que volverá a crecer.
Chikab’al se conserva
Todos los años, 40 días después de Semana Santa, miembros de la etnia mam suben al cráter del volcán Chikab’al, en el municipio de San Martín Sacatepéquez, Quetzaltenango, donde depositan ofrendas florales, doblan el ruedo del pantalón o las faldas y piden permiso para entrar a cumplir con la tradicional ceremonia de gratitud con la Madre Tierra y clamar por lluvia en abundancia y bendición en las cosechas y los campos.
Esta laguna se encuentra a dos mil metros de altura en el cráter del volcán que pertenece a la ladera sur de los volcanes de Guatemala. Su nombre en mam significa “lugar bueno o dulce”. Es celosamente protegida por los comunitarios e incluso está prohibido lavar en sus orillas.
Drama sin ley
En el país no existe una ley que regule el uso, protección y conservación del agua. Más de 32 iniciativas han sido engavetadas en distintas legislaturas.
Según Sharon Van Tuylen, vicepresidente de la Asociación Guatemalteca de Limnología y Gestión de Lagos (Agualimno), los recursos naturales se encuentran en estado crítico y una ley como la mencionada es urgente. Se necesita recopilar información por medio de un balance hídrico que permita cuantificar el agua que ingresa y sale de los recursos naturales, para buscar otras opciones y así crear una propuesta para la administración de un recurso cada vez más escaso y siempre necesario.
Miembros de Iarna y Agualimno consultados respecto del deterioro de las lagunas coinciden en que la interrupción de los ciclos de agua en varias regiones, la falta de ordenamiento territorial y el crecimiento poblacional ocasionan desequilibrio ambiental.
Los consultados consideran urgente la creación de una instancia que se encargue del manejo, uso y conservación de los recursos hídricos por medio de plantas de tratamiento de aguas residuales, repertorios en los poblados, tanques de captación o lagos artificiales.
Apenas el 21 de marzo último se creó el Viceministerio del Agua, en el Marn, pero mientras tanto se sigue extrayendo agua de varias lagunas del país.