En medio de una postal devastadora, lo más parecido a una zona de guerra, Inés reconoce un árbol y una pared vecina de donde vivía su familia. Señala una lámina y asegura que su esposa e hijos están bajo los escombros. Voltea y señala un tumulto de arena. “Ahí está el resto de mi familia”, dice.
“¿Y cómo hiciera yo para llorar? Tengo muy duro mi corazón”, dice. La única manera de llorar es ver a su familia. Quiere ver los cuerpos para darles el último adiós. Espera. Camina un rato. Espera. Mete las manos en el pantalón y voltea a ver hacia el volcán como esperando una respuesta a la tragedia.
La familia de Inés se dedicaba al corte de café y viajaban a diario a las fincas cafetaleras de Escuintla.
Inés es de los afectados que buscan a las personas que quedaron bajo el flujo piroclástico que lanzó con fuerza el Volcán de Fuego la tarde del domingo y que sepultó algunas comunidades, entre ellas San Miguel Los Lotes, en Escuintla.
Inés López Hernández guarda la esperanza de que los rescatistas saquen los cuerpos de su familia. “¿Van a recuperarlos, verdad? ¿será que no me ayudarán a recuperarlos?”, dice.
Los pobladores de Los Lotes y El Rodeo han vivido acostumbrados con su inquieto vecino. El Volcán de Fuego cada año da avisos de que no está dormido. Por ello, cuando escucharon los primeros retumbos lo vieron normal. Sin embargo, cuando la explosión hizo temblar la tierra pensaron lo peor. Inés, junto a otros sobrevivientes, relatan que cuando el cielo se oscureció y una densa nube negra se acercaba algunos intentaron salir, pero no lo lograron.
Los Lotes está sepultada y la desolación se ha pintado de gris. Solo les queda pedir ayuda.
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