Ciudades

Artistas urbanos desafían los estereotipos en las calles de la ciudad

Hablar de malabares es hacer un viaje mental a alguna esquina de la capital, donde el rojo del semáforo es aprovechado por intrépidos personajes que muestran sus habilidades a los automovilistas.

Celso Carrizosa utiliza clavas y pelotas en la esquina de la 1a. avenida y 19 calle, zona 1. (Foto Prensa Libre: César Pérez)

Celso Carrizosa utiliza clavas y pelotas en la esquina de la 1a. avenida y 19 calle, zona 1. (Foto Prensa Libre: César Pérez)

Ser malabarista no es fácil. En la capital se les asocia con la vagancia y los vicios. Aunque algunos lo hacen por dinero, existen quienes dedican su tiempo libre a ese arte, pues tienen un trabajo formal en el que aplican lo aprendido.


Hasta hace seis meses, Gabriela Yax, una maestra de quinto primaria en la escuela de Colinas, zona 18, no pensaba que el malabarismo sería parte de su vida. Sus estudiantes  le exigen creatividad en clase, recuerda, por lo que tomó una decisión,  fuera de lugar para muchos: se hizo payasa. Ahora combina la docencia con actividades lúdicas entre los niños.

Consciente de que un payaso debe ser algo así como una caja de sorpresas, Yax se trazó una meta: aprender malabarismo.

El cerebro de un malabarista debe desarrollar habilidades para reaccionar a movimientos rápidos e inesperados, que surgen de ecuaciones  naturales, calculadas mentalmente.

Todos los martes, a las 10 horas, Yax se integra a un grupo de jóvenes que se reúnen en el parque Jocotenango,   zona 2, para perfeccionar su arte urbano, como ellos le llaman.  Los asistentes intercambian experiencias y afinan su dominio de   clavas, aros, hula hoops y monociclos.

“Mi idea es hacer malabares de forma profesional”, dijo Yax, quien asegura que esa actividad demanda  mucha habilidad mental.

Su dominio de los hula hoops es impresionante, pero eso se traduce en varios años de práctica, muchos  en una esquina, frente a un semáforo, donde su mayor satisfacción era ver sonreír a los automovilistas. En sus tiempos libres ameniza fiestas infantiles.

Shilow Virginia Chacón, tiene 26 años, es madre de dos niños, de 1 y 3 años, y desde el 2015 dejó de presentarse en las calles, donde, según cuenta, perfeccionó sus técnicas.

Recuerda que cuando empezó dependía económicamente del dinero que la gente le daba por sus presentaciones, pero con el paso del tiempo descubrió que hacer malabares es un arte urbano, aunque carece de apoyo social y de parte de  las autoridades.

Asegura que en las calles hay grandes talentos que carecen de espacios para darse a conocer y trascender fronteras, como ella, quien gracias al malabarismo ha recorrido varios países de la región. Ahora trabaja en un centro de llamadas, y en su tiempo libre practica su pasión,  los hula hoops, y su sueño es que sus hijos sigan sus pasos y sean artistas profesionales.

Convencido de que los artistas urbanos necesitan apoyo, Kener Mazariegos, 28, formó el grupo de jóvenes “Mejorando mi payaso”, para fortalecer el talento de los 30  integrantes.

Kener, payaso de profesión, recuerda que se introdujo en ese mundo a los 15 años, cuando tenía que  hacer reír a los pasajeros de  autobuses, pero más adelante descubrió que en realidad lo que hacía era un arte que debía valorar y perfeccionar. Ahora es su forma de vida y aprovecha para  contribuir con quienes gustan del entretenimiento.

Chaca chacha, como se le conoce, se reúne con los jóvenes una vez por semana. Luego de unos movimientos de calentamiento empiezan con los malabares. “Lo que queremos es mejorar nuestro arte y ofrecer un bonito espectáculo”, dice.

Fredy Turcios es un malabarista profesional que se ha trazado una meta: expandir ese  arte en la ciudad de Guatemala. Acérrimo crítico de las presentaciones en semáforos, asegura que con prácticas frecuentes se pueden alcanzar grandes resultados, pues talento se tiene, y suficiente.

Con amplia experiencia en Europa y egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Turcios, quien se especializa en circo, teatro, malabares y acrobacias aéreas, define el malabarismo como una forma de expresión en la que los artistas explotan al máximo sus emociones.

Dice ser capaz de montar un espectáculo de más de una hora, pues gracias a su pasión por los malabares recorrió importantes ciudades del Viejo Continente, donde perfeccionó sus técnicas, que ahora comparte con jóvenes guatemaltecos atraídos por esa “fascinante profesión”, como la denomina.

Asegura que regresó al país al ver cómo la violencia enrola cada día a decenas de jóvenes y niños, y porque cree que al facilitar espacios de participación se puede cambiar el rumbo de muchos adolescentes que toman el camino equivocado.

Turcios, quien se promociona a través de Malandrus Circkus, acude a donde lo llaman para transmitir sus conocimientos a través de charlas, capacitación y talleres. Además, se presenta en restaurantes y teatros.

Becado

A Celso Carrizosa, 25, se le puede ver en las calles de la zona 1 de la capital haciendo malabares con clavas y pelotas de futbol. Su historia va más allá de aquel joven que pareciera estar ganándose la vida con lo poco que le puedan dar los automovilistas, pues en realidad es un estudiante de circo que recorrió muchos kilómetros desde su natal México para perfeccionar sus técnicas.

Es originario de Toluca, desde donde viajó a a Guatemala, hace siete meses, para estudiar circo. Gracias a sus habilidades obtuvo media beca en la Escuela de Circo Batz, en la zona 1 capitalina, fundada por Fracisco Toralla, conocido como Panchorizo, de donde sueña salir hecho un profesional que destaque en carpas reconocidas de su país.

Carrizosa aprovecha su tiempo libre para dar a conocer su arte, y por eso sale a las calles de la ciudad, donde practica lo que aprende en la escuela que le dio la oportunidad de profesionalizarse.

Matemático

La forma como suben y bajan los juguetes de los malabaristas, sujetados con precisión, tiene una explicación lógica y matemática, pues es parte de una disciplina que se ha  perfeccionado desde hace más de 20 años, según  Miguel Hernández, instructor de la Escuela de Circo Batz.

El malabarista mide  mentalmente el tiempo y las alturas para saber qué movimientos hacer. Ahí entra en juego la Física, porque para que un espectáculo sea de buena calidad debe haber fuerza centrífuga y gravedad, asegura Hernández.

“Lanzar tres pelotas al aire  lo puede hacer cualquiera, pero qué pasa cuando se agregan otros objetos”, dice Hernández, quien asegura que un malabarista es como un deportista, que debe mantenerse en forma, física y mentalmente, porque en cada presentación se requiere seriedad, compromiso y disciplina.

Oportunidades

A pesar de que el arte y la cultura es un derecho humano, el Estado no apoya las expresiones artísticas urbanas, pues el interés de las autoridades se vuelca a lo folclórico y las bellas artes, señalan expertos, quienes aseguran que criminalizar a los malabaristas es injustificable.


Ábner Paredes, defensor de la Juventud, de la Procuraduría de los Derechos Humanos, comentó que lejos de estigmatizar a los malabaristas, el Ministerio de Cultura debería crear espacios de profesionalización para ellos.

Los malabaristas deberían  ser semilleros de talento, pues en otras sociedades ese tipo de arte sí se valora, expuso    Linda Amézquita, directora de Jóvenes contra la Violencia, al tiempo que lamentó que en Guatemala no haya políticas de Estado que  aprovechen a ese sector de la población.

ESCRITO POR:

César Pérez Marroquín

Periodista de Prensa Libre especializado en temas políticos y de medioambiente con 25 años de experiencia.

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