TOMÁS ROSADA VILLAMAR
NOTAS DE TOMÁS ROSADA VILLAMAR
Elegir sin saber qué está eligiendo. Es lo peor que le puede pasar a cualquiera. Así lo dice la psicología, la sociología, la economía, y prácticamente cualquier ciencia social. Las consecuencias de una elección a ciegas, apresurada, peor aún, con información incompleta o falsa o guiados solamente por un impulso, generalmente conducen a la frustración y al error. Por eso personas, hogares, empresas, todo mundo, invierten una gran parte de energía y recursos justamente en eso: obtener la mejor información posible para poder así tomar la mejor decisión posible.
Guatemala es un país de irregularidades regulares. Suceden cosas que son a ojos vista total y absolutamente irregulares, pero llevan tanto tiempo sucediendo que terminan internalizándose, volviéndose regulares y hasta predecibles.
Todos los años por estas fechas las universidades americanas despachan cartas de admisión y/o rechazo a los graduandos de secundaria. Un proceso que cada vez más se ha convertido en una suerte de psicosis colectiva, mezcla de angustia y frenesí que comparten tanto los jóvenes como sus padres.
"Un plan para Centro América", así se llama la columna de opinión que el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, publicó en la edición de fin de semana del New York Times. Asiduo lector que soy de este periódico, confieso que me asombré al verla, y la leí y releí mientras caminaba de regreso a mi departamento.
Porque en el grito hay pérdida: de nitidez del mensaje, de fidelidad en el sonido, de confianza, de empatía, de humanidad.
Como si fuera cuestión de moda, algunas de las plumas calificadas de la dilecta derecha guatemalteca continúan repitiendo una y otra vez que el problema no es la desigualdad, sino la pobreza.
La informalidad en nuestros mercados laborales generalmente es vista como algo indeseable. Y en un sentido probablemente lo sea. Todos, sin excepción, buscamos un espacio en la sociedad en donde podamos hacer algún aporte, sentirnos útiles y hacernos de manera autónoma de los medios económicos suficientes para poder atender nuestras necesidades y las de los nuestros. Es por ello que los especialistas definen el trabajo como el medio de integración social por antonomasia.
Cada viaje a Latinoamérica siempre es una provocación. Un cable a tierra que alimenta la búsqueda de formas alternativas para cerrar brechas de desarrollo. No cabe duda de que nuestra región es un hervidero de ideas y ensayos, de los cuales podemos y debemos aprender. Hoy dejo a los latinos por un tiempo para atender otras tareas en otras partes del mundo, y quizás sea por eso que me salieron estas cuatro lecciones que me permito dejar en blanco y negro.
En los últimos días he participado en una serie de discusiones sobre desarrollo rural, su financiamiento, diseño de proyectos para pequeños productores y sus organizaciones, formas de evaluar su efectividad, diseño de institucionalidad pública para atender al sector, espacio para hacer alianzas con el sector privado, etc. Francamente han sido horas muy refrescantes escuchando y debatiendo con colegas que están, como dicen los patojos, rifándose el físico, en realidades tan disímiles como Etiopía, Nepal, Afganistán, Haití, Egipto, Guatemala, India, Brasil, y tantos otros lugares que siguen alojando a la mayoría de la población rural pobre del mundo.
Los seres humanos somos como la mezcla de cemento que preparan los albañiles. Con el tiempo y la rutina nos volvemos rígidos, perdemos capacidad para innovar, tomar riesgos e intentar cosas distintas. No es bueno, ni malo. Así es. Dicha condición humana se amplifica cuando además nos ponemos a crear instituciones y reglas, que con el tiempo también se vuelven rígidas y por lo mismo alejadas de esa realidad cambiante para las que fueron creadas. ¿Ha intentado usted provocar un cambio institucional o tan siquiera modificar una práctica arraigada en la mente de un colectivo?