Cuando hace tres años Angus Robertson presentó ante un puñado de reporteros londinenses su tesis para la independencia de Escocia, cosechó sobre todo una cosa: risas. En la Cámara baja, quienes se portaban bien con el líder del grupo parlamentario del Partido Nacionalista Escocés (SNP, en inglés) solo sonreían en forma cortés. El resto lo hacía con desprecio y hasta maliciosamente.