Samuel Pérez Attias

Samuel Pérez Attias

NOTAS DE Samuel Pérez Attias

Sin un programa de gobierno y cargado de buenas intenciones, la respuesta a ¿qué hago ahora? que no debe dejar dormir a Jimmy se convierte en una amenaza para la ciudadanía. ¿Cuál es la agenda programática de desarrollo de Guatemala, según FCN-Nación? ¿Tiene una? Las escuetas respuestas del candidato en foros de campaña dejaban muchas dudas. La ciudadanía, al votar por la promesa “ni corrupto ni ladrón”, abre la posibilidad de que la agenda del país no responda a objetivos de bienestar, sino a intereses del sector detrás de la plataforma partidista del FCN-Nación. El error que cometemos siempre.
En las monarquías los tributos se instituían discrecionalmente por el Rey, para incrementar la riqueza de la corona. En el feudalismo eran pagos obligatorios hechos al Señor Feudal. Eso cambió con la Democracia y en economías de mercado. La función de los impuestos hoy es, en esencia, dotar al Estado de recursos que le permitan cumplir con distintos objetivos. Estos varían de acuerdo a lo que la ciudadanía determine en cuanto a su entendimiento sobre la función del Estado en la sociedad. Podemos decir que el entendimiento de los impuestos está vinculado al rol del Estado dentro de un modelo económico. De ahí que la discusión tiende a manipularse ideológicamente tanto por la “izquierda como por la derecha”, así como de grupos de poder en función de sus intereses políticos.
Con la información legada por el Partido Nacional Socialista Alemán y la historia documentada desde diversas perspectivas, podríamos especular cómo sería el mundo hoy. ¿Fundamentalista, fascista, dogmático, represivo?
En Guatemala, los indicadores basados en promedios no dicen mucho: el ingreso promedio por persona es de US$6 mil al año, pero seis de cada 10 vive con ingresos debajo de US$730 y si son indígenas el número sube a siete de cada 10. El 30% de la población más pobre recibe un 5% de los ingresos generados en el país, mientras que el exclusivo 3% de la población más rica acapara el 22% de los ingresos totales. La escolaridad promedio es de 5.4 años primaria, pero es de 2.3 años primaria cuando son mujeres indígenas. Uno de cada dos niños padece desnutrición, pero es ocho de cada 10 si son indígenas. Los promedios, además de ser engañosos, pueden incluso ser peligrosos cuando se usan como indicadores de desarrollo. Esto es porque en un país con tan altos niveles de desigualdad e inequidad, los promedios atentan incluso con los objetivos a alcanzar. Por ejemplo, se dice que la pobreza se ha reducido, pero no se toma en cuenta que esa reducción no es tal cuando se habla de grupos vulnerables y excluidos, como las mujeres indígenas de áreas rurales.
Se me hace que usted es buena persona, campechano, chapín de corazón. De esos que le van a la Sele, aunque pierda. Incluso, se me figura de aquellos que compran Pepsi y escuchan a Arjona para ser parte de la Guatemorfosis. Se me hace también, con todo respeto, que usted no tiene ni la más mínima idea de la pacaya en que se ha metido. Esa fue su fortaleza: No ser “político”, aunque a partir del 14 de enero le tocará empezar a serlo. Pero partamos de que usted está lleno de buenas intenciones.
Más en serio que en broma, a falta de propuestas reales, aquí van varias ideas para su ejecución en 2016:
¿Tiene usted claro qué debe suceder en Guatemala para alcanzar mejores condiciones de vida para usted y, más aún, para los más marginados? Valga la premisa para valorar la gran responsabilidad de nuestro voto del domingo entrante.
En 1492 habitaban grupos indígenas con su propia cultura y sus respectivas formas de organización económica, social, política y espiritual. Tenían su forma de estudiar al mundo, relacionarse con la naturaleza, de adquirir conocimientos más avanzados en algunas áreas que los que tenían quienes venían del “viejo continente”. Así, más que descubrimiento, hoy debemos referirnos al contacto de culturas, de civilizaciones, de cosmovisiones diferentes. Los pueblos indígenas que vivían en tierras que hoy llamamos americanas compartían y peleaban territorios y convivían con sus ecosistemas, según su cosmovisión.
“El mercado”, entendido como el intercambio en libertad de propiedad privada, a través de un medio común, es un mecanismo sorprendentemente eficiente. En la teoría, si los mercados fuesen perfectamente competitivos, el sistema de precios regularía por sí mismo la distribución de cualquier bien o servicio que satisfaga necesidades y gustos. Por ejemplo, un producto necesario para producir, con pocos sustitutos, difícil y costoso de extraer y lento en renovarse mostraría precios más altos conforme su demanda crece en el tiempo. Una industria con más competencia tendería a bajar precios cuando los productos son homogéneos o mejorar calidad de estos, diferenciándolos. Sin embargo, al pretender aplicar ese sistema en todos los aspectos humanos, relacionados con la satisfacción de necesidades —es decir como un modelo político-económico y social hegemónico—, el sistema se complica. Primero, porque los mercados no son perfectamente competitivos y no se regulan solo por los precios; segundo, porque si los insumos productivos se concentran, los mercados tienden a perder su dinamismo competitivo sujetándose al precio discrecional en la materia prima; tercero, porque los precios no reflejan costos ambientales o sociales; cuarto, porque muchos productos compiten entre ellos a través de la diferenciación real o inducida mediante la publicidad —¿por qué prefiere usted cierta marca de agua pura embotellada por sobre otra, teniendo incluso acceso a agua “del chorro”?—. Los mercados, al ser aplicados en todos los ámbitos de la vida en sociedad como un sistema político-económico, muestran fallos. Al no ser infalibles y presentar falencias en sus supuestos, la teoría económica ortodoxa es también cuestionable y sujeta a revisión y crítica. Es por ello que, en economía, muchas teorías sobre la visión ortodoxa o respecto de sistemas económicos alternativos se debaten en la academia con fuertes argumentos. La teoría de mercados ortodoxa no ha logrado suplantar otras teorías fuertemente argumentadas. De hecho, el argumento de eficiencia es ponderado por el argumento de equidad, por ejemplo.
El interés de las empresas no es educar, fomentar la cultura o aliviar las necesidades básicas de la población. Su objetivo último es generar utilidades. Generalmente, acciones de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) no son más que parafernalia distractora (conciertos, futbol, festivales navideños, etc.). El problema grave es que buscando crear esa lealtad del consumidor se eluden impuestos: Primero, al reportar dicha propaganda como gastos publicitarios y segundo porque las donaciones son deducibles según la ley (art. 38 ISR). Algunas empresas crean fundaciones propias para eludir impuestos y a la vez hacer publicidad. Nada malo si en el país no existieran necesidades básicas insatisfechas en la mayoría. Se acostumbra justificar a cualquier empresa porque crea trabajo, pero vale comprender que crear trabajo no es tampoco el objetivo de una empresa; al contrario, muchas de ellas tienen que hacerlo y al no tener opciones pagan salarios incluso debajo del mínimo vital. La mayoría de las grandes empresas gastan más en publicidad que en su propia producción. Se preocupan por la reputación de su marca y no en la población, por lo que mientras más invierten en cantos de sirena para “limpiar su nombre” más debiéramos desconfiar. El caso de Olmeca-Cremy-El Molino es paradigmático, desde su planta original en Fraijanes. El olor que emanaba era tan fuerte que los terrenos aledaños perdían valor. Esto se llama en economía “externalidades negativas”: Al producir aceite y margarina se crean costos a terceras personas que incluso sin consumir ese producto se ven negativamente afectadas. El costo es la pérdida de plusvalía de sus terrenos, la incomodidad de vivir en un área que apesta y los problemas de salud asociados. Si la empresa invierte en filtros o prácticas limpias, le resultaría más caro producir. Como nada le impide hacerlo, externaliza a terceros el costo que debiera asumir. No es exclusivo de Olmeca, pero esta vez la empresa sigue abusando de esta práctica, primero al registrar a Repsa como una empresa “reforestadora” y en el régimen de maquila, y segundo por la destrucción de ecosistemas en Sayaxché. Un grave daño ambiental es sustituir bosques originarios por especies no endémicas (palma africana). ¿Es difícil entender que al botar un árbol se destruye un ecosistema? Cada árbol contiene un microecosistema que a su vez es parte de un ecosistema mayor. Entonces, cuando decimos que “Guatemala cambió”, que sea un cambio de fondo. La corrupción no es solo del Gobierno, está también en prácticas empresariales de quienes abusan de su entorno, de quienes retuercen o evaden la ley, de quienes eluden impuestos escudándose en la RSE o en que “crean trabajos”; destruyen ecosistemas, contaminan, desplazan comunidades, amedrentan a poblaciones e incluso, casos como el de Repsa, son sospechosas de ecocidio, asesinato y secuestro. Precisamente por la impunidad y arrogancia de ultramillonarios es que las desigualdades y la concentración de poder deben abordarse con urgencia. Ninguna empresa que contamine, amedrente a sus empleados, genere terrorismo, desplace comunidades o que esté envuelta en hechos delictivos merece existir en Guatemala.