MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

NOTAS DE MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

Intrigada por lo que hace unos cuantos días Titivillus —mi colaborador diablillo que hizo de las suyas en la Edad Media y ahora está de nuevo muy activo, porque su trabajo es llevarse al infierno a todos cuantos hablan mal y escriben peor, que son multitud— me habló de Lilith, una de las tres mujeres aceptadas en el infierno con calidad de mujeres demonio (demonio no tiene femenino), hice con él una cita para que me relatara lo que sabe de ella.
No hay que confundir las siglas que no se tildan con los acrónimos acentuados gráficamente.
Muchas personas creen que la ortografía abarca también  la morfología y la sintaxis, mas no es así:
En esta columna me refiero al género de los sustantivos.
Me ocupo en responder algunas preguntas que mis lectores me han enviado por el correo electrónico.
La “anémona” o “anemona” es una planta cuyas flores tienen vistosos coloridos y también un pólipo marino que se adhiere a las rocas y cuyos tentáculos extendidos lo hacen parecer una flor.
Varias palabras tienen doble acentuación y uno puede pronunciarlas a su gusto. Cuando le pedí seis filetes de “robalo” al joven que atendía una pescadería, me vio con aire de conmiseración y me respondió: “querrá decir que quiere seis filetes del pez llamado róbalo”. —Sepa —le contesté— que esa palabra tiene doble acentuación, puede decirse “róbalo” o “robalo”, al gusto; lo que no se puede es llamar pez a un animal que ya ha sido pescado, pues peces son solo los que están vivos y coleando en su medio natural: el agua. De mala manera envolvió el empleado los filetes y cuando me los alargó me dijo en tono burlón: “aquí está su róbalo, señora”. Me dieron ganas de mandarlo a ver el diccionario, pero era perder mi tiempo.
Hay un poco de todo en esta columna, por eso se titula “confeti”.
Cuando cumplidos los cuatro años ya sabía leer y escribir —¿qué otra cosa podía hacer un ratón de biblioteca, nacido entre libros y sin que existiera la tecnología?— mi padre me empezó a comprar cuentos de Andersen, de los hermanos Grimm, de Perrault y de algún otro autor cuyo nombre he dejado en el tintero. Leí, y en desorden, sin que mencione a los autores, algunos que me impresionaron más que otros: El gato con botas (desde muy niña amaba a esos felinos), La fosforerita, o La pequeña cerillera, que me hizo llorar “a cántaros”, Blanca Nieves, con siete enanitos más pequeños que yo que me cuidaban en la noche de los fantasmas, aunque en verdad nunca creí en esos seres, producto de la imaginación de los supersticiosos. La bella durmiente despertaba en mí el deseo de dormir sin que mamá me levantara para bañarme y darme un shot (copita) de sulfato de soda que, según ella, me haría tener siempre muy buena digestión, antes de desayunarme con un huevo “tibio” (pasado por agua) que odiaba, y otros alimentos.