MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

NOTAS DE MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

A los medios sociales ha llegado una carta en la que de nuevo se insiste en criticar la palabra “presidenta”, aceptada por el DRAE —Diccionario de la Real Academia Española—. La insistencia proviene de que se trata de un participio activo (terminan estos por lo general en “nte”) al que se le ha sustituido el morfema clase “e” por el femenino “a”. Anteriormente la tal “carta” circuló en internet firmada por un “licenciado” machista recalcitrante que sin duda no quería aceptar que una mujer pudiera ser presidenta de una nación, de una directiva o de cualquier otra cosa. Ahora, y con el retrato de una señora que parece ser una maestra, el individuo vuelve a la carga.
Durante los días pasados he dedicado buena parte de mi tiempo a escuchar programas de televisión y de radio en busca de gazapos para ayudar a Titivillus a llenar un camión con estos —ya no usa costales, porque no le alcanzan y decidió que era más práctico alquilar, que no rentar, el dicho vehículo que tiene varias toneladas de capacidad—.
Ayer “hubieron” dos temblores y hoy “han habido cuatro” —informa con todo el desparpajo del mundo la presentadora — y “podrán haber” más réplicas— anuncia luego con cara de susto. Y claro, no solo susto, sino espanto tendría que ser, pero no solo por los seísmos, sino por lo pésimo que habla. E igual que a ella he escuchado conjugar el verbo haber, impersonal, en todas las personas y número a políticos, conferenciantes, catedráticos, y demás personajes públicos que ignoran que este verbo tiene dos funciones: una como auxiliar en los tiempos compuestos y otra como impersonal.
Dejemos de lado los esnobismos y la “corrección política” y llamemos a las cosas por su nombre.
Una persona me pregunta si puede decirse: “antes que, y después que” o sí son queísmos, al habérseles eliminado la preposición “de” y debe decirse: “antes de que y después de que”. Ambas construcciones con los mencionados adverbios son adecuadas. Antes se consideró incorrecta la forma con la preposición “de” y no pocos gramáticos criticaron que se agregara, pues lo consideraban un dequeísmo. Con el tiempo se aceptó y es igualmente correcto “He venido unos minutos antes que tú vinieras” o “he venido unos minutos antes de que tú vinieras”; “hubo un temblor después que te fuiste” o “hubo un temblor después de que te fuiste”.
Es indudable que en la segunda mitad del siglo XX y en lo que va del XXI la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Nadie, allá por los años cincuenta, habría soñado con un teléfono inteligente, por ejemplo, aunque sí hubiera deseado que inventaran uno móvil que se pudiera transportar para poder comunicarse desde cualquier punto con quien quisiera. El teléfono inteligente puede, desde localizar cualquier punto que se desee, indicar como está el tránsito, y miles de cosas más, hasta encontrar inmediatamente en el cielo estrellado el astro que se busca. No obstante, aunque ha sido programado para tantos usos inteligentes, no puede razonar ni sostener una conversación con un ser humano o con otro aparato “inteligente”.
Por petición de una amiga “gringa”, en este mes de la independencia de EE. UU. reproduzco partes de un artículo que publiqué en 1998.
Muchas personas me preguntan cuándo se acentúan las palabras y cuándo no.
Seguramente mis lectores saben que el término “zapeo” es el cambio continuo de canales de televisión por medio del control remoto.