Juan Carlos Lemus
NOTAS DE Juan Carlos Lemus
El abuso de poder entra gracias a la docilidad de los dominados. La oposición no manifiesta es nula. La docilidad está emparentada con la desinformación. En otras palabras, el poder encuentra en la ignorancia y la desinformación el manto para echar raíces. Es por eso que el crimen organizado desde el gobierno y sus servidores satelitales trabajan arduamente en la desinformación. A cada inconformidad se le ha aplicado un contrapeso. Si alguien dice derechos humanos, el crimen de gobierno se ha encargado de asociarlo con defensa de pandillas.
Muy callados han estado los gremios artísticos. O andan muy en sus cosas los escritores. Por el contrario, estruendosos resultan los que aprovechan la pasividad para imponer su agenda. Puede que haga falta alianzas que reviertan o, por lo menos, muestren abiertamente su resistencia al pacto de los corruptos. No hablo de unidad gremial, lo cual sería imposible. Nunca estaremos unidos como ciudadanos. Aun si fuésemos amigos —ya no digamos si no lo somos— no coincidiríamos en gustos ni necesidades, ni en formas de pensamiento político, religioso, deportivo, literario, ni siquiera en la manera de entretenernos. Es como vivir todos revueltos en una casona que solo tiene un sanitario, una librera, un control de televisión y un patio. Eso sería un infierno. A decir verdad, el país es esa casona. Y en esa casona unos pocos imponen las normas de convivencia, a conveniencia. Hemos permitido que tengan el control, las llaves del comedor, el derecho de patio y el de piso. El Cacif, el ejército, el gobierno de Guatemala se aprovechan del silencio gremial y echan llave.
Había un perro a la entrada de la carnicería. Miraba la carne y se daba una lamida. De nuevo, miraba la carne y se lamía. Se la pasaba en esas cada mañana, con una aureola de moscas, echado como si fuera el encargado de la puerta, lamiéndose los testículos. Para el perro del carnicero la estética del universo había de ser carnosa como los muslos de las personas que nos acercábamos al mostrador. Algunos, más pellejo que otros. Los dientes pelados de una cabeza de cerdo habían de constituir para él el centro de la vida. Aquella carnicería era como una morgue en la que el carnicero era el oficiante frente a sus altares abanderados con ganchos de hierro donde colgaba a sus víctimas.
Estamos en la recta final hacia Navidad. Jesús es una niña de siete años. La mata la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. La mata el gobierno de Guatemala. La mata el poder. No es que la patrulla la haya matado a patadas, como gustan de hacerlo quienes practican esa rara combinación de cristiandad violenta, poder y alabanza publicitada: la matan dejándola morir en medio de los peores dolores que han de ocasionar la deshidratación, la insolación, la sed y el hambre.
No sé los de ahora, pero los libros ejemplares de antes, para escolares, describían un mundo contrario a la realidad de quienes los leíamos. Tenían ilustraciones con un niño modelo bien peinado, de pantalones cortos, corbata, calcetines blancos y zapatos de charol. Así jugaba, con corbata. Tenía un perro que corría junto a él por un campo con riachuelo y muchas flores. “Dani corre con su perro”, era la lección.
El contrato. Obra de teatro que presenta Cofradía Escarlata, dirigida por Guillermo Monsanto, producida y adaptada por Luis López Bautista. Actúan María Renée Díaz (personaje Psicóloga), Carlos Orellana (como Carlos Martínez), Israelí Galicia (Enfermera).
El dominico inglés Thomas Gage recorrió parte del continente americano entre 1625 y 1637. Anotó sus impresiones en un libro que fue publicado en su idioma natal y cuya traducción al español lleva el título Nueva relación que contiene los viajes de Tomas Gage en la Nueva España.
Escuerzos, lobos de mar, boas y hienas mejor alimentadas que vacas de noble cuna vienen a salvarnos de la pobreza. Inundan el país las buenas conciencias que acuden a dictar cátedra sobre la manera de acabar con el subdesarrollo y la corrupción que al mismo tiempo los alimenta. Son gente que pasea con nuestros dineros. Y nos echa a la policía.