EDITORIAL
Y cuando despertó, el trasiego seguía allí
Haciendo una paráfrasis del célebre y ubicuo microcuento El dinosaurio, del genial escritor guatemalteco Augusto Monterroso, cuyo centenario de nacimiento se conmemora precisamente este año, es posible efectuar analogías sobre diversos problemas crónicos del país, en diversas escalas y con múltiples consecuencias en detrimento del país. En este caso, resulta un paralelo ideal para dos fenómenos que fueron confluyendo, a causa de la intervención de mafias que hallaron en un trasiego la ocasión para desarrollar otro, tanto o más redituable: el tráfico de drogas y la trata de personas.
En estos días se teme una crisis humanitaria de grandes proporciones en un área fronteriza de Texas, en donde se han concentrado entre ocho y diez mil migrantes indocumentados de diversas nacionalidades, pero entre los cuales es notoria la prolija presencia de haitianos y africanos. Es muy probable que también haya guatemaltecos y centroamericanos en esa multitud que cruza el limítrofe río Grande, aprovechando la baja de su caudal por efecto del verano. Acampan sobre suelo estadounidense a la espera de una muy improbable admisión, dada la alta presa de solicitudes de asilo previas y el costo político, estratégico y económico de cualquier decisión migratoria.
Lo llamativo del tema es que en meses recientes se han reportado importantes flujos de haitianos y africanos por Guatemala, al menos en la región oriental del país. Se han producido algunas capturas, pero de la mayoría de tales convoyes se pierde el rastro. En la última reunión del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano y Rural, el alcalde de Esquipulas denunció la posible complicidad de personal migratorio y de policías en el trasiego de personas. Hubo una redada, y unos tres días después ya deambulaban más en el departamento de Chiquimula.
En otras palabras, la política de freno a la migración que forma parte de los acuerdos de cooperación con EE. UU. parece tener serias vulnerabilidades, ya sea por ausencia del Estado o por posibles cohechos que dan al traste con cualquier discurso de seguridad fronteriza. No es difícil suponer que muchas de esas personas que hoy se aglomeran en la zona fronteriza estadounidense tuvieron que pasar por suelo guatemalteco antes del obvio tránsito por México, en donde otros posibles contubernios completan el negocio de la necesidad, la desesperación y la miseria.
Recientemente, el Gobierno de Guatemala anunció como un logro que se cumplían 100 días sin la detección de narcovuelos en el espacio aéreo y terrestre del país. No obstante, en Estados Unidos continúan los decomisos de drogas, mayoritariamente cocaína, que suman hasta ahora unas 592 mil libras en el último año. Ello invita a pensar que existen otras vías alternas de trasiego, ya sean marítimas o terrestres, o bien que podrían existir cocinas clandestinas de hoja de coca en alguna parte del Istmo o del territorio mexicano que harían innecesarios los vuelos desde Sudamérica.
Las autoridades han capturado a una treintena de personas señaladas de tener vínculos con el narcotráfico o el lavado de fondos. Ayer, precisamente, fueron extraditados dos señalados a EE. UU. Tales golpes deberían tener algún efecto en la capacidad operativa de dichos grupos. Por otra parte, el caso mexicano exhibe mecanismos rápidos de sustitución de unas cabezas por otras, pero sin duda lo más preocupante es la posible colusión de autoridades, como lo reclama un video en el que señala a policías guatemaltecos del “tumbe” de un cargamento. Es decir, cuando Estados Unidos o el gobierno guatemalteco despierten, encontrarán que el dinosaurio sigue allí.