Opinión: ¿Hemos reconfigurado la política de Medio Oriente o estamos comenzando a imitarla?
Algún día, dentro de mil años, cuando los arqueólogos desentierren esta era, de seguro se preguntarán cómo fue que una gran potencia llamada Estados Unidos se propuso lograr que Medio Oriente se pareciera más a ella —adoptar el pluralismo y el Estado de derecho— pero terminó pareciéndose más a Medio Oriente, es decir, imitando sus peores costumbres e introduciendo un nivel nuevo de anarquía en su política interna.
Es posible que los habitantes de Medio Oriente denominen “chiitas” y “sunitas” a sus tribus y que los estadounidenses les llamen “demócratas” y “republicanos”, pero parece que ambos operan cada vez más con una mentalidad conformista de nosotros contra ellos, aunque con distintos niveles de intensidad. El tribalismo republicano extremo se aceleró muchísimo cuando en la tribu del Partido Republicano empezó a predominar una base de cristianos, blancos en su mayoría, que temían que su arraigada supremacía en la estructura del poder de Estados Unidos se estuviera erosionando con el rápido cambio de las normas sociales, el aumento de la inmigración y la globalización, lo cual provocó que ya no se sintieran “en casa” en su propio país.
Para manifestarlo, se interesaron en Donald Trump quien, con mucho entusiasmo, les dio voz a sus más oscuros temores y a su fuerza tribal que intensificaron la búsqueda de un gobierno de la minoría por parte de la derecha. Es decir, no solo se promovió la división arbitraria de los distritos electorales como siempre, sino que también se difundieron teorías conspirativas relacionadas con las elecciones de 2020, se aprobaron leyes cada vez más agresivas de supresión del voto y se remplazaron a los reguladores estatales neutrales del voto por bribones tribales listos para romper las reglas. Y debido a que esta facción de Trump llegó a predominar en la base, incluso los republicanos que solían tener principios también se unieron sin mucha resistencia a su mayoría y adoptaron la filosofía central que rige la política tribal en Afganistán y el mundo árabe: el “otro” es el enemigo, no un conciudadano, y las únicas dos opciones son “mandar o morir”. O mandamos o restamos legitimidad a los resultados.
Les advierto que los arqueólogos también observarán que los demócratas mostraron su propio tipo de obsesión tribal, como el estridente pensamiento compartido de los progresistas de las universidades estadounidenses del siglo XXI. En concreto, hubo pruebas de que se “neutralizó” a los profesores, los administradores y los estudiantes, ya sea haciéndolos callar o expulsándolos del campus por expresar, incluso de manera moderada, opiniones disidentes o conservadoras sobre la política, la raza, el género o la identidad sexual. Una epidemia de corrección política tribal procedente de la izquierda solo sirvió para estimular la solidaridad tribal en la derecha.
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Pero ¿qué fue lo que provocó el giro del pluralismo tradicional al feroz tribalismo en Estados Unidos y en muchas otras democracias? Mi respuesta breve es que, hoy en día, se ha vuelto mucho más difícil mantener la democracia debido a las redes sociales que de manera constante están polarizando a las personas, a la globalización, al cambio climático, a la guerra contra el terrorismo, a las brechas salariales cada vez más grandes y a las innovaciones tecnológicas que con rapidez sustituyen los empleos que las alteran de manera constante. Y, además, la pandemia.
Ahora, a más de unos cuantos dirigentes electos de manera democrática en todo el mundo se les hace mucho más fácil obtener apoyo con llamamientos tribales enfocados en la identidad que a realizar el difícil trabajo de formar coaliciones y llegar a acuerdos en sociedades pluralistas en un momento complejo.
Cuando eso sucede, todo se vuelve un indicador de identidad tribal: el uso de cubrebocas en la pandemia, las vacunas contra el covid-19, los pronombres de género, el cambio climático. Su postura ante cada situación se repite como un desafío para los demás: ¿estás en mi tribu o no? Así que hay menos interés en el bien común y, en última instancia, no existen puntos de coincidencia para ponerse a hacer las cosas difíciles e importantes. Alguna vez llevamos al hombre a la Luna juntos. Hoy, apenas si podemos ponernos de acuerdo para reparar los puentes rotos.
Es irónico que no existe una institución en la vida estadounidense que haya trabajado más duro para inocular a Estados Unidos contra el virus del tribalismo, al tiempo que enriquecía y ejemplificaba la ética del pluralismo, que el Ejército: las personas que fueron expuestas de manera más cercana a la variante del Medio Oriente durante más de 20 años. No es que algunos militares no cometieran sus propios excesos en la guerra o que no fueran traumatizados por los excesos de sus enemigos. Ambas cosas sucedieron. Pero no dejaron que cambiara su identidad básica ni la clase de ejército que deseaban ser.
Esto lo vi una y otra vez en mis viajes a Irak y a Afganistán. En cualquiera unidad del Ejército estadounidense con la que te encontrabas, saltaba a la vista la magnitud de la diversidad.
En un viaje a Irak en 2005, escribí una columna sobre la noche que pasé en el buque USS Chosin comandado por el equipo operativo de la Marina de Estados Unidos en la costa de Irak. Ahí entrevisté a Mustafá Ahansal, un marino marroquí-estadounidense que trabajaba como traductor del árabe en el Chosin cuando este detenía a barcos sospechosos de transportar piratas o cualquier otro enemigo.
“La primera vez que abordé un barco”, me dijo, “éramos seis o siete personas en nuestra unidad: una latina, una negra, una blanca, tal vez una mujer. Sus marinos me dijeron: ‘Pensé que todos los estadounidenses eran blancos’. Y luego uno de ellos me preguntó; ‘¿Estás en el ejército?’. En verdad les sorprendió”. Ahansal me comentó que un oficial de la guardia costera iraquí una vez le manifestó su asombro de que personas de tantas razas y religiones diferentes pudieran crear esa Marina tan fuerte, mientras que “aquí peleamos por todas partes y todos somos primos y hermanos”.
El liderazgo importa: la población estadounidense tiene una diversidad parecida a la del Ejército estadounidense, pero la ética del pluralismo y del trabajo en equipo mostrada por muchos de nuestros hombres y mujeres uniformados mitiga las divisiones tribales dentro de las fuerzas armadas. No es perfecto, pero es real. Es importante el liderazgo ético basado en un pluralismo con principios. Por eso, nuestro Ejército es nuestro último y gran portador de pluralismo en un momento en que cada vez más los políticos civiles están optando por un tribalismo barato.
Lo que más me asusta es lo mucho que ahora este virus del tribalismo está contagiando a algunas de las democracias multisectoriales más vigorosas del mundo, como India e Israel, así como Brasil, Hungría y Polonia.
Para mí, India es una historia en especial triste porque, después de los atentados del 11 de Septiembre, abogué por el pluralismo indio como el ejemplo más importante del porqué el islam en sí mismo no era responsable de incitar a los terroristas de Al Qaeda. Argumenté que todo dependía del contexto político, social y cultural en el cual estaba inserto el islam, o cualquier otra religión, y que, si el islam está incrustado en una sociedad democrática y pluralista, se desarrolla como cualquier otra religión. Pese a que en India había una gran mayoría hindú, había tenido presidentes musulmanes y una mujer musulmana en su Corte Suprema. Los musulmanes, entre ellos mujeres, habían gobernado muchos estados indios y había musulmanes entre los emprendedores más exitosos del país.
Por desgracia, en la actualidad, el nacionalismo indio basado en el pluralismo está siendo debilitado por los supremacistas hindúes del Partido Popular Indio en el gobierno, quienes parecen empeñados en convertir a una India laica en un “Pakistán hindú”, como lo señaló alguna vez el eminente historiador indio Ramachandra Guha.
El hecho de que las democracias de todo el mundo estén siendo contagiadas por este virus del tribalismo no podría estar sucediendo en un peor momento, un momento en que todas las comunidades, empresas y países van a tener que adaptarse a la aceleración del cambio tecnológico, de la globalización y del cambio climático. Y eso solo puede hacerse de manera eficaz dentro de los países y entre ellos mediante niveles más altos de cooperación entre las empresas, la mano de obra, los educadores, los emprendedores sociales y los gobiernos, nada de “mandar o morir” ni de “tiene que ser como yo digo”.
Tenemos que hallar pronto el antídoto para este tribalismo, de lo contrario, el futuro es muy desalentador para las democracias de todo el mundo.