Estas refriegas tal vez varían en esencia de las que las precedieron, pero en el sentido más amplio tan solo son la manifestación más reciente de una tendencia que lleva medio siglo de existencia: el realineamiento de la política estadounidense hacia las líneas culturales y educativas y lejos de las divisiones de clase e ingresos que definieron a los dos partidos durante buena parte del siglo XX.
Conforme han crecido sus filas, los graduados universitarios han infundido normas culturales cada vez más liberales y al mismo tiempo han obtenido el poder para impulsar al Partido Demócrata hacia la izquierda. En parte esto ha causado que grandes franjas de la base de clase trabajadora tradicional del partido deserten hacia los republicanos.
A largo plazo, algunos republicanos incluso fantasean con que el ascenso de la polarización educativa podría comenzar a erosionar la ventaja demócrata entre los votantes de color sin educación universitaria. Tal vez un fenómeno similar podría servir para explicar cómo, a pesar de todo, a Donald Trump, quien avivó la animosidad racial para obtener una ganancia política, le fue mejor entre los votantes de color que a otros republicanos antes que él y peor entre los votantes blancos.
En 2020, el presidente Joe Biden obtuvo el voto de alrededor del 60 por ciento de los votantes con educación universitaria, entre ellos una mayoría absoluta de titulados blancos, lo cual le ayudó a mejorar su puntuación en los suburbios ricos y lo puso entre las nubes en estados cruciales.
Este fue un bloque de votantes significativo: en total, el 41 por ciento de las personas que votaron el año pasado fueron graduados con cuatro años de carrera universitaria, de acuerdo con estimados del censo. En contraste, en 1952, tan solo el cinco por ciento de los votantes se había graduado de la universidad, según el Estudio de Elecciones Nacionales de Estados Unidos de ese año.
No obstante, aunque ha aumentado la cantidad de graduados universitarios y cada vez se han vuelto más liberales, los demócratas no son tan fuertes como lo eran hace 10, 30 o incluso 50 años. En cambio, la fortaleza creciente de los demócratas entre los egresados universitarios y los votantes de color ha sido contrarrestada por una reacción opuesta y casi de la misma fuerza entre los votantes blancos sin un título.
En 2020, alrededor del 27 por ciento de los simpatizantes de Biden fueron votantes blancos sin un título universitario, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones Pew, en comparación con el casi 60 por ciento de los simpatizantes de Bill Clinton que eran blancos sin un título tan solo 28 años antes. La cambiante constitución demográfica de los demócratas se ha vuelto una dinámica en la que el creciente poder de los titulados liberales ayuda a enajenar a los votantes de la clase trabajadora, por eso los graduados universitarios son una porción todavía más grande del partido.
La ventaja de los demócratas entre los graduados de universidad quizá sea un nuevo fenómeno, pero el liberalismo relativo de los graduados universitarios no lo es. Durante décadas, ha sido mucho más probable que los titulados universitarios se identifiquen como liberales que los votantes sin un título, incluso cuando era más probable que votaran por los republicanos.
Los graduados atribuyen la desigualdad racial, el crimen y la pobreza a complejos problemas sistémicos y estructurales, mientras que los votantes sin un título tienden a enfocarse en las explicaciones provincianas e individualistas. Para los titulados, con sus niveles más altos de riqueza, es más fácil votar por sus valores, no solo por un egoísmo económico. Es más probable que tengan altos niveles de confianza social y que estén abiertos a nuevas experiencias. Es menos probable que crean en Dios.
El ascenso del liberalismo cultural no es simplemente un producto del aumento de la matrícula universitaria. De hecho, tan solo hay evidencia ambigua de que ir a la universidad vuelva mucho más liberales a las personas. Lejos del adoctrinamiento que temen los conservadores, al parecer los profesores liberales universitarios le predican a un coro que ya es liberal.
Sin embargo, es difícil imaginar el último medio siglo de cambio cultural liberal sin el papel de las universidades y la academia, las cuales ayudaron a inspirar todo, desde los movimientos estudiantiles y la Nueva Izquierda en los años sesenta hasta las ideas detrás de las discusiones actuales por la “teoría crítica de la raza”. La concentración de tantos estudiantes y profesores con tendencias izquierdistas en los campus ayudó a promover una nueva cultura liberal con más ideas y normas progresistas de las que habrían existido de otro modo.
A medida que los graduados aumentaron su participación en el electorado, poco a poco comenzaron a forzar a los demócratas a ajustarse a sus intereses y valores. En términos electorales, les ha ido mejor porque constituyen una cantidad desproporcionada de los periodistas, políticos, activistas y encuestados que influyen de manera más directa en el proceso político.
Al mismo tiempo, la antigua base de clase trabajadora industrial del partido iba en declive, al igual que los sindicatos y la maquinaria política que alguna vez tuvieron el poder para conectar a los políticos del partido con sus bases. Al partido no le quedaron muchas opciones más que ampliar su atractivo, y adoptó las ideas de los votantes con educación universitaria en casi todos los temas, con lo cual alejó poco a poco, aunque de forma errática, a su antigua base de clase trabajadora.
Los republicanos les abrieron las puertas a los votantes demócratas con tendencias conservadoras que se sintieron agraviados por estas acciones y percibieron excesos de la nueva izquierda universitaria. Esta iniciativa del Partido Republicano comenzó, y continúa de cierta forma en la actualidad, con la llamada estrategia del sur: hacer uso de las divisiones raciales y los “derechos de los estados” para atraer a los votantes blancos.
Las razones detrás del alejamiento de la clase trabajadora blanca de los demócratas han cambiado de una década a otra. A veces, casi todos los temas importantes —raza, religión, guerra, ambientalismo, armas, comercio, inmigración, sexualidad, crimen, programas de previsión social— han sido una fuente de infortunios para los demócratas.
El punto en común que han tenido las posturas del Partido Demócrata en estos asuntos tan diferentes es que han sido un reflejo de las ideas de los liberales con educación universitaria, incluso cuando estuvieran en conflicto con los intereses evidentes de los votantes de clase trabajadora, y que han alejado a varios votantes blancos sin títulos universitarios. Los ambientalistas exigieron regulaciones para la industria del carbón; los mineros de carbón dejaron de inmediato a los demócratas. Los votantes suburbanos respaldaron una prohibición a las armas de asalto; los propietarios de armas se fueron con los republicanos. Los intereses comerciales respaldaban los acuerdos del libre comercio; las antiguas ciudades manufactureras se decantaron por Trump.
No hay ninguna garantía de que el creciente liberalismo del electorado principal de los demócratas o los titulados universitarios vaya a continuar. La ola de activismo en la década de 1960 dio paso a una generación relativamente conservadora de universitarios a finales de los años setenta e inicios de los ochenta. Tal vez suceda algo similar en la actualidad.
Una garantía es que la porción de la población —y del electorado— con educación universitaria seguirá en aumento en el futuro próximo.
En 2016, Massachusetts se convirtió en el primer estado en el que los universitarios con carreras de cuatro años representaron a la mayoría de los votantes en una contienda presidencial. En 2020, se le sumaron Nueva York, Colorado y Maryland. Vermont, Nueva Jersey, Connecticut y otros no tardarán en unirse. A nivel nacional, los titulados de carreras de cuatro años podrían representar una mayoría de los votantes en elecciones intermedias en algún momento de la próxima década.