EDITORIAL
Pequeños descuidos traen grandes complicaciones
Sin soslayar las deficiencias gubernamentales en el combate de la pandemia, es necesario subrayar la importancia literalmente vital de la responsabilidad ciudadana individual, de las familias y de las comunidades, ya se trate de barrios, condominios o equipos de trabajo. Sin desmayar en su exigencia de mejoras en la calidad de la administración pública, la ciudadanía no puede ni debe caer en la tentación de comportarse con indolencia o desorganización, como si fuese un reflejo inercial del Gobierno o incluso justificando incumplimientos a partir de otros.
El ciudadano responsable, el guatemalteco de a pie, la población laboriosa que todos los días se esfuerza por sacar adelante a su familia debe aportar un empeño redoblado en la conversión del comportamiento público hacia una cultura de mayor conciencia acerca de la amenaza pandémica. Los padres son quienes con el ejemplo enseñan a sus hijos, de cualquier edad, a actuar de manera coherente, comedida y empática, a protegerse, a quererse y también a señalar transgresiones que pueden llegar a ser letales.
Si en las estaciones de autobús no existe ningún encargado de ordenar las filas o de marcar el distanciamiento, que sea esta una conducta preventivamente asumida por cada usuario, como una forma de solidaridad para crear una defensa colectiva ante el coronavirus. Si los conductores y ayudantes de unidades de transporte colectivo buscan someter a los pasajeros a condiciones de riesgo o tarifas exorbitantes, es necesario denunciarlos, para que aprendan a respetar las normas y la seguridad de quienes aportan su sustento diario, pero debe ser una responsabilidad compartida.
Cabe reconocer el esfuerzo de la industria de restaurantes y hospedajes para cumplir protocolos de bioseguridad que permitan la continuidad de sus actividades, a pesar de las restricciones. Sin embargo, es lamentable la conducta inmadura de ciertos visitantes que exhiben agresividad o molestia cuando se les solicita el uso de la mascarilla, la desinfección de manos o el respeto de los aforos. Respetar las directrices no es solo una precaución individual, sino una reducción de riesgo para todos.
Dicho en otras palabras, el alza desmesurada de casos obedece a la virulencia de una cepa, pero también a pequeños descuidos que terminan en grandes complicaciones y, a veces, lamentablemente, en decesos. Este septiembre, cuando el país se aprestaba a conmemorar el bicentenario de la Independencia, se vive con la tristeza por más de 12 mil fallecidos en esta dura batalla. En algunos casos las víctimas contrajeron el virus en el ámbito laboral, en algún mercado o quizá en algún evento demasiado concurrido en el cual a otra persona, portadora asintomática, no le importó la vida propia ni la ajena y obvió el uso de mascarilla.
En otras latitudes las autoridades han impuesto medidas que en Guatemala aún no se observan, como la obligatoriedad de utilizar doble mascarilla, una separación aún más estricta entre mesas y espacios de trabajo o la imposición de aforos verdaderamente mínimos en el transporte público. Sin embargo, tales extremos apuntan a lo mismo: controlar actitudes y acciones irresponsables que se cometen con cualquier pretexto, incluyendo el “no creer” en la existencia de la pandemia. Así hay en el mundo muchos escépticos del covid-19 o de la vacuna que hoy ya no pueden dudar.