Fui asiduo en su casa y su confidente en algunas ocasiones. El conoció de mi forma de ser y de actuar. Es mucho lo que podría contar de este ser humano excepcional, imprescindible para la cultura de Guatemala, que siendo griego por nacionalidad, belga de nacimiento, francés por su cultura, se hizo chapín de adopción y de corazón.
Tasso Hadjidodou, cuyo nombre legal fue Anasstasius Hadjidodou Mouchtarias, nació en Bélgica el 9 de julio de 1921, aunque por ser hijo de inmigrantes nunca tuvo la nacionalidad de ese país, por las leyes de la época. En 1949 llegó a Guatemala, y la hizo su segunda patria.
Falleció en el año 2012 en la ciudad de Guatemala. Conoció Grecia ya de anciano, porque fue invitado por el Comité Olímpico Internacional. Para que ese país le extendiera su pasaporte como ciudadano, a su requerimiento, como notario, hice una escritura de identificación de su nombre, para adaptarlo al alfabeto vigente.
Hijo único de inmigrantes griegos, don Nicolás Hadjidodou y doña Stavrolua Mouchtarias, quienes fueron expulsados de Turquía. Sus dos idiomas maternos fueron el francés y el griego, aunque desde pequeño aprendió balonés o flamenco, el otro idioma oficial de su país de nacimiento. En Guatemala aprendió español y quiché, pero además hablaba inglés y alemán. Siendo un niño excepcional aprendió a leer antes de los cinco años, y a los siete años era un consumado mecanógrafo. Eran años en los que pocas personas sabían escribir a máquina, porque en la fábrica de cigarrillos de su padre se compraron esos instrumentos de tecnología avanzada para la época. En lugar de jugar se ponía a escribir, y cuando salía a la calle lo hacía para visitar centros culturales.
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Por sus conocimientos fue maestro de refuerzo en matemáticas, siendo apenas alumno de secundaria. Sus estudios primarios los realizó en el Instituto Saint Stanislas, y los secundarios en el Instituto Notre Dame de la Paix. Sus estudios superiores de ciencias comerciales y financieras los cursó en el Instituto Saint Louis.
La Segunda Guerra Mundial lo tomó de sorpresa, como a muchos de sus compatriotas, por lo que tuvo que colaborar con la resistencia contra los alemanes. Al terminar esta guerra conoció a Enrique Muñoz Meany, diplomático guatemalteco, quien le sugirió que emigrara a Guatemala, país al que llegó a fines de la década de 1940, acompañado de su esposa y de su madre.
Llegó buscando una nueva vida. Poco a poco, con el asombro de encontrar un mundo novedoso, extraño, pero fascinante, con un patrimonio cultural y natural extraordinarios, de personas amables y generosas, convirtió a estas tierras de ancestros mayas, diversos y complejos, en fundamental para su vida y en sus objetivos principales de lucha y de entrega.
Es así como Tasso pasó a ser parte de nuestro patrimonio, como lo afirmó en una de sus columnas periodísticas Manuel José Arce. Llegó a ser como nuestro Volcán de Agua, como nuestro cafecito con champurrada, como nuestro tamal del jueves, o como nuestro portalito.
Sus amigos sabemos que su secreto fue el estar el tiempo mínimo, necesario en cada ocasión, para saludar y ser visto, así como rechazar con elegancia la copa de vino que se le ofrecía, y luego en una frenética carrera ir hacia donde quería estar o había sido invitado.
Durante sus sesenta y tres años de vida en Guatemala, contra los veintisiete que vivió en Europa, Tasso participó en distintas épocas como codirector de una empresa importadora de maquinaria diversa, agregado de Prensa en la Embajada de Francia en Guatemala, a lo largo de treinta y cinco años; columnista del diario Prensa Libre, donde publicó semanalmente sus conocidos “Tassoliloquios”.
Dentro de muchas distinciones recibió la Orden de las Palmas Académicas de la República Francesa, Orden de la Legión de Honor de la República Francesa, Orden del Mérito de la República Francesa, el Emeritissimum de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Inquieto como fue Tasso fundó las tertulias en la cafetería Los Alpes, en donde cada sábado se reunía con grupos de amigos, intelectuales, a conversar sobre diversos temas.
Desde el principio vivió en la zona 1, hoy Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, y nunca dejó de vivir en él. Decía que le recordaba las ciudades de Europa en las que vivió, por eso sufría con su deterioro; de ahí que se involucró en todo lo que podía mejorarlo. Fue un personaje emblemático del mismo. Un callejón y una cafetería llevan su nombre. Una estatua suya permanece sentada en una plaza de un centro comercial de la sexta avenida. Su nombre, su amistad y su presencia quedaron grabados en el corazón de muchas personas. Fue un maestro de vida.
“CONTINUARÁ”
“Aquí estoy yo. A quien encuentre una llave extraviada. Una vez, hace ya muchos años, —hace ya tanto tiempo que me parece ayer— abrí mi corazón de par en par y le dije: Entra, esta es una casa. Está un tanto en desorden debido a mi torpeza, pero es igual: llena de amor espera. Entra, entra en esta roja casa cálida y palpitante”. (Continuará)”: Última columna Tassoliloquios publicada en febrero de 2012, en Prensa Libre.