EDITORIAL

Drama de Alta Verapaz debe doler a todos

El guatemalteco es un pueblo empático, solidario, bondadoso, fraterno, cualidades que con frecuencia lo exponen al abuso de personajes inescrupulosos, oportunistas y hasta bravucones que una vez ubicados en el cargo público —edil, legislativo o gubernamental— que buscaron por años dejan de lado las promesas y se especializan en estructurar excusas, evasivas y hasta contrapreguntas para no responder por las deficiencias que su gestión afronta. Adiós a las sonrisas y las cercanías fingidas de candidato, cuando simulaban comer en el mercado, cargaban niños e incluso rogaban para que les preguntaran sobre sus supuestos planes de gobierno.

Dolorosa es la situación de Alta Verapaz, un departamento con enormes riquezas naturales, turísticas y productivas, pero cuyo desarrollo se encuentra varado, al punto de que, en la actualidad, se trata de la demarcación territorial con mayor rezago. La media nacional del índice ONU era de 0.49, pero para ese territorio el puntaje es de 0.38, lo cual contrasta con su enorme potencial. Recientemente trascendió que los casos de muertes de niños por desnutrición han aumentado al punto de abarcar el 75% de decesos por esa causa a escala nacional. En los últimos cinco años, 137 menores han fallecido por desnutrición aguda, con lo cual se convierte en el núcleo de este drama social.

Factores climáticos como el impacto de las tormentas Eta e Iota agravaron la situación, ya que se malograron las cosechas de más de 30 mil familias, a lo cual se suman las pérdidas económicas por inundaciones como la que padeció la comunidad de Campur, en San Pedro Carchá, o el deslave que sepultó a Quejá, en San Cristóbal Verapaz, tragedias que solo recibieron un apoyo reducido.

La pandemia ha sido un factor de retraso para todo el país, pero tampoco puede ser una excusa indefinida ante los incumplimientos. Para ningún presidenciable medianamente preparado eso podía resultar una situación nueva, pues el deterioro económico en Alta Verapaz viene de años. En 2014, la Encuesta de Condiciones de Vida indicaba que la mitad de los pobladores vivía en condiciones de extrema pobreza, con carencias en servicios de educación pública, saneamiento y salud preventiva. Urgían y urgen aún planes serios y estrategias integradas, con enfoque humano y no electorero. El 50% de sus niños menores de 5 años tienen deficiencias de talla y peso —desnutrición crónica—, un 34 por ciento de población vive con analfabetismo, un tercio de los hogares carece de electricidad y así sigue la lista de desafíos.

Así como una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, el éxito de cualquier gobierno es tan grande como su departamento con más rezagos. Pero quizá lo fundamental para los guatemaltecos es cobrar un nuevo aire de solidaridad para poder pensar que ningún rincón del país puede considerarse con mayor bienestar si hay otro que padezca insuficiencias. Ningún Ejecutivo puede presumir de logros o avances si solo desarrolla programas sin continuidad o de forma discrecional. Un ejemplo de este actuar descoordinado es el hallazgo de 20 mil quintales de alimentos, próximos a vencer, en una bodega.

Los guatemaltecos necesitan una nueva solidaridad para reclamar el desarrollo y emprender iniciativas de ayuda ciudadana. Lo dijo San Pablo al señalar que un solo miembro no basta para formar un cuerpo, sino que hacen falta muchos. Alta Verapaz es el epicentro de una crisis que a veces no se quiere ver, oír o sentir, pero es parte de un mismo organismo llamado Guatemala.

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